Crítica de La fille de nulle part
Jean-Claude Brisseau acomete un ejercicio de máximo minimalismo, de reduccionismo escénico, de atrincheramiento estilístico. Parece que el director galo haya claudicado ante el relativo ninguneo que siempre se le ha dispensado por parte de los medios, desde que debutara en los años ochenta con la estupenda Un juego brutal y hasta hoy, con esta propuesta que para más INRI ha sido la máxima beneficiada en el penúltimo festival de Locarno. Parece, insisto, como si, emulando a un Jafar Panahi tristemente condenado y recluido en su propia casa, Brisseau se haya servido de este su último film, igual que hizo aquel con Esto no es una película, para rebelarse contra el mundo. Para hacer lo que a él le de la gana con los mínimos ingredientes aunque con ello se exponga al desprecio de todos aquellos que creen que el cine tiene que ser antes un ejercicio de altruismo hacia el espectador que una vía de expresión creativa. Sí, La fille de nulle part está construida en un entorno de reafirmación del yo (siendo yo el propio Brisseau, claro). Pero: ¿y?
El punto de partida argumental sitúa a un alter ego del propio realizador como centro del relato, en una localización para él conocida y familiar, puramente descriptiva: casi la totalidad de la película está rodada en su propio piso, y su puesta en escena viene determinada por su entorno referencial fílmico, filosófico y cultural. Lo primero que sorprende de la película es la cantidad de ítems culturales que pretende integrar a su propio discurso, desde las citas directas a Víctor Hugo y Freud hasta las implicaciones éticas de esa decoración cinéfila de los miles de películas y libros que reposan en las estanterías del realizador. Implicaciones que no son casuales, ni siquiera tangenciales, puesto que refuerzan la tesis de la película, entorno al peso del pasado y la memoria: este exprofesor, filósofo y escritor en plena crisis creativa, vive intentando sobreponerse a la pérdida de su esposa cuando recibe, de repente, la visita de una misteriosa joven que parece «no venir de ningún lado».
Las fantasmagorías de lo habido y lo por haber sobrevuelan toda la película y van configurando una bruma de misterio entorno a las relaciones afectivas. Esas estanterías de películas antiguas (algunas incluso en formato VHS) representan esos espíritus del pasado que permanecen entre nosotros en forma de mitos inmortales -pero mitos, al fin y al cabo, y muertos, también- y que dotan de peso específico nuestros actos presentes. Probablemente ese escritor, trabajando en un ensayo sobre lo sobrenatural, podría terminar su tesis y no necesitaría de la visita de la musa que le saque otra vez del agujero. Probablemente en esa tesitura su conciencia estaría limpia y volaría ligera. Pero no es el caso. La aparición de la chica se trae consigo cuestiones de duda religiosa, preceptos de cuestionamiento existencial, reexaminación de los recuerdos y la aparición de todo un mundo oculto que escenifica los enigmas de la creación artística: espectros, visiones, objetos que levitan.
La fille de nulle part se convierte en un extraño drama sobrenatural, en una curiosa película de fantasmas que puede -o puede no- apegarse a las reglas del cine de género a través de una puesta en escena que pasa de lo cotidiano a lo vaporoso e introduce paulatinamente elementos más alejados del costumbrismo y más tendentes a lo esotérico, buscando una sutil ruptura de las barreras entre lo real y lo fantástico, lo literal y lo poético. Y a partir de aquí, el poder de seducción sobre cada espectador variará en función de su tolerancia por lo fantástico reducido a su expresión más ínfima e íntima y a una representación visual marcadamente retro y buscadamente doméstica. Al respecto, se me ocurre, podríamos emparentar esta película con El extraño caso de Angélica sin que chirriara la comparación.
Sin embargo, Brisseau es hijo de su tiempo y parece no olvidar la herencia de la nouvelle vague tardía (la posterior a 1968) en lo narrativo, en lo referencial y en lo escénico mientras apela a Godard, a Eustache y a los estilemas propios de una época muy concreta hasta sus máximas consecuencias autorales. Incluída su vocación de producto kamikaze y de proyecto de vida: la cinta no parece muy amiga del gran público y ha sido en gran parte autofinanciada, signo definitivo de la independencia total de su director o bien de su narcisismo y necesidad de autosignificación. Da igual, porque es esta una película cautivadora y capaz de volar sola y de plantear unas propuestas que se toman o se dejan, pero aún tomándose, seguirán envueltas de enigmática seducción. Como decimos, La fille de nulle part es una película entorno a los misterios que de pronto se cruzan en nuestra vida; y al fin y al cabo ¿cuál de todos ellos es mayor que el misterio del amor? ¿Y no es el amor lo antitético a la egolatría? Pues eso.
7’5/10