Crítica de Flee
El debate no es nuevo, pero parece que en el caso de Flee toma más fuerza que nunca. Me refiero al que debería plantearse siempre que una película, y un documental en concreto, tiene una historia que contar que de por sí ya es buenísima, siendo realmente su principal reclamo. La pregunta es: ¿debe ser incluida, la historia en sí, en la valoración de la película? En caso afirmativo, la obra de Jonas Poher Rasmussen se merece todo el bombo que está recibiendo, si no más: es un drama apabullante sobre un afgano gay que tuvo que huir de su país, pasando momentos de puro terror en que se ponen de manifiesto y de manera inapelable las carencias de la sociedad, a la par que un espíritu de supervivencia encomiable. Una trama que asquea y emociona a partes iguales, que no puede dejar indiferente a nadie. Y de hecho, todas las críticas que han precedido su llegada a nuestros cines así lo han confirmado. Pero entonces salta la pregunta: ¿Qué tal todo lo demás? Y es cuando entran las dudas.
Como única condición para que Flee viera la luz, el entrevistado que cuenta tales hechos pidió que no se desvelara su identidad. A lo que el director y guionista decidió animar la película. La apuesta (que hará las delicias de Ari Folman) es original y permite jugar con las formas acostumbradas: si bien se trate de un documental hiperrealista, se permite momentos oníricos inconcebibles desde una opción formal más al uso. A la postre, tales pasajes son los que quedan en el recuerdo, por delante de los que siguen con mayor realismo los acontecimientos descritos por la voz en off. El problema es que son minoría. El grueso es, justamente, una narración bastante vulgar y monótona de una concatenación de situaciones dramáticas, sí; pero que, pasado el impacto inicial, van enfriando ánimos de manera constante. Insisto: no por la gravedad de las mismas, que la historia original es potentísima. Pero sí por el ritmo, los tempos y el alma en sí de la película, que no consiguen irle al compás mostrando serias carencias a la hora de desarrollar su trama.
No ayuda una animación bastante justita, por decirlo de manera benevolente. Es colorista, se destila y agradece el toque de animación clásica hecha a mano (del que carecen, justamente, las propuestas de Folman), pero una vez más, pasado el impacto inicial sus carencias saltan a la vista. Otra pregunta que habría que plantearse aquí es hasta qué punto la voluntad debe incluirse en el cómputo global, a la hora de valorar una película. Un 10 en ideas, pero ¿y la puesta en marcha de las mismas? Lo que queda fuera de toda duda es el rechazo a las trampas. La única pega que no admite justificación se mire por donde se mire, es una banda sonora que muestra con descaro las intenciones del film de arrancar lágrimas a toda costa. Si no puede ser debido a su inoperancia narrativa, que sea por vía de la música. Normalmente, el efecto de tan burda estrategia suele ser opuesto al deseado, y en el caso de Flee lo que consiguen su exceso de violines y sus melodías melodramáticas… son ganas de bajar el volumen de la sala de proyección.
Si con la música sí me mojo, con los dos (sempiternos) debates antes citados me arrugo un poco. Si bien es verdad que Flee cuenta con galopantes fallos de ritmo y que como película (y película de animación) deja bastante frío, no menos cierto es que efectivamente, la historia que presenta pone los pelos de punta en más de una ocasión, de manera natural. La reflexión que busca Jonas Poher Rasmussen acaba cuajando, vaya, pero es que le cuajaría incluso a Tommy Wiseau. Ahora bien, si además de contar con una buena trama, hubiera sido una buena película…
Trailer de Flee
Flee: la historia no debería serlo todo
Por qué ver (o no) Flee
Una historia brutal se transforma en un documental animado que no le hace justicia. El protagonista de la película emociona con lo que cuenta de manera natural, pero no gracias a una película justita, monótona y obcecada con buscar la lágrima, que yerra totalmente el tiro.