Crítica de Frankenweenie
Se ha hecho esperar lo indecible, pero por fin ha regresado la mejor versión de Tim Burton desde que desapareciera allá por Mars Attacks!. Y lo ha hecho en plan alegórico: cual reinicio de sistemas, como si de un borrón y cuenta nueva se tratara, el cineasta deprimido ha tomado uno de sus primeros cortos y lo ha alargado hasta poco menos de hora y media (con una adaptación del guión a cargo, por cierto, de John August), convirtiéndolo en stop motion, manteniendo el riguroso tono en blanco y negro de sus inicios, pero pasándose a un obligado formato tridimensional. Estereostopías aparte, lo cierto es que el nuevo Frankenweenie tiene un aspecto de vicio, y pese a suponer el enésimo bestiario de los personajes burtonianos de toda la vida, se guarda alguna que otra carta con la que sorprender al respetable. Había, sobre todo, mucho morbo en saber cómo se iba a justificar el paso de un formato a otro, siendo el material original (de 29 minutos) más que suficiente para exprimir al máximo su argumento, sobre un chico que al perder a su perro en un trágico accidente, decide resucitarlo como cierto doctor mítico de la literatura de terror. Morbo resuelto: el argumento convence y de qué manera. Puede que sólo sea un espejismo, que tras ella regrese a su acomodada carrera como chico de los recados de la Disney. Pero Frankenweenie consigue que, al menos durante su proyección, recordemos las épocas doradas del director de Ed Wood.
Ahora bien, la última frase puede y debe leerse en dos direcciones. Que recuerde al mejor Tim Burton quiere decir que por fin nos encontramos ante un producto esforzado y genuinamente entretenido por su parte. No hay ni rastro de la desgana que se viene palpando en sus últimos trabajos, y en cambio, sí se percibe un mimo infinito por que los muñecos, los escenarios, los sentimientos y el desarrollo de su entramado salgan lo mejor posible. Quién lo iba a decir. Por supuesto, eso lleva a un torbellino de espectacular acción y emoción, y es que Frankenweenie no para. Desde el primer momento (empezando por volver a contar lo que a grandes rasgos ya sabíamos del cortometraje homónimo), se sucede un acontecimiento tras otro, ocultando la carencia de aire fresco de su fondo a base de secuencias de acción, gags acertados, y una sucesión de personajes menos irritantes de lo que cabía esperar. Atención a la niña del gatito, y su particular colección de “premoniciones”. Diversión para parar un tren y siempre en aumento, que además parece leer la mente del espectador al adelantarse a su previsible queja (“ya, ¿pero esto adónde va a parar?”) con un bloque final inesperado, soberbio: un homenaje a grandes clásicos de terror (Gremlins, Frankenstein, La humanidad en peligro, Godzilla…), que además de suponer una novedad en relación al corto, además de ser auténtico tour de force, y además exprimir al máximo las posibilidades de las tres dimensiones, conduce a un clímax de antología y sumamente emotivo.
Que regrese el mejor Tim Burton quiere decir también una nueva muestra de dominio absoluto de la planificación con plastilina y stop motion. Vamos, que Frankenweenie es tan inapelable como lo es La novia cadáver. Quiere decir regresar a su particular universo, ojeroso y deprimido (más aún si se colorea en escala de grises), plagado de personajes cabezones y estilizados. Y quiere decir volver a oír a Danny Elfman, compañero de fatigas y pieza necesaria para que su mundo siga girando, que para la ocasión está como de costumbre, navegando entre lo pomposo, lo retro y el auto-homenaje, pero cumpliendo sobradamente sus funciones (y en esta en concreto, de qué manera). Pero ya lo avisábamos: el recuerdo del mejor Tim Burton tiene que entenderse de las dos maneras posibles, y la segunda es, precisamente, el hecho de que recuerde al mejor Tim Burton. No me he vuelto loco: la gran lacra de la cinta que nos ocupa reside en que no hay nada, absolutamente nada nuevo que el cineasta no explicara en sus mejores momentos. Si por algo decepciona Frankenweenie es por su falta de frescura, por el apostar sobre seguro que significa, para el espectador, volver al mismo, idéntico escenario que lleva viendo en los últimos treinta años.
Nada sorprende más allá de su alocado argumento, y mucho menos las peroratas de puro Disney que se van acumulando a lo largo de todo el metraje… Aunque francamente, es lo de menos. Por mucha rabia que dé el mundo desfasado en que se ubica la acción, por mucho que sus moralejas no tengan nada que aportar, y por mucho regusto a algo ya comido en infinidad de ocasiones, nadie puede negar que estemos ante una de las grandes producciones de animación del año. Frankenweenie es una maravilla para ojos y oídos, que además resulta ser condenadamente divertida, a la par que emotiva y edificante. Sus continuas referencias, el diseño de algunas de sus bestias, su eclosión final y esa sensación general de estar viviendo una regresión a mejores épocas harán las delicias del público más adulto, mientras que los pequeños reirán y llorarán a partes iguales (y atención a sus puntuales sustos aquí y allá). La comunión entre película y espectador es total. Y así las cosas, no seré yo quien se ponga a buscar tres pies a un gato con el que he gozado como un niño. A dejarse llevar tocan.
8/10