Crítica de Gainsbourg (vida de un héroe)
Concretando más, Sfar se muestra interesado en la evolución del judaísmo a lo largo de los años («El gato del rabino») y ha mostrado interés, no sólo en sus principios religiosos, sino también en las manifestaciones culturales hebreas, especialmente la música («Klezmer»).
Recapitulamos: Francia, vidas ejemplares y judaísmo. «Gainsbourg (vida de un héroe)» se acomoda a los tres preceptos.
Serge Gainsbourg es uno de esos «personajes que no necesitan presentación», por su relevancia en la evolución de la chanson francesa a lo largo de los 60 y su evolución hacia el pop (y lo que surja) en décadas posteriores. Músico de origen judío, compositor de un buen puñado de grandes discos y populares melodías (¿hace falta recordar que es suyo el «Je t’aime… moi non plus»?), gastó una vida tan fértil creativamente como agitada en todo lo demás. Se le atribuyeron líos de faldas (sonados romances con algunas de las mujeres más conocidas de la época) y unos severos problemas con el alcohol que finalmente le llevarían por el camino de la amargura.
De modo que enfoca la historia como un «cuento» (así rezan los créditos iniciales) que combina realidad, evocación, poesía, sueño y datos biográficos puros y duros.
Y la verdad es que no siempre sale airoso de la osadía. Ni mucho menos. Porque Sfar recurre a una mezcla de imagen real, con alguna que otra animación y, en su voluntad por resultar más sugerente que literal, decide dar cuerpo a las inseguridades del artista, materializándolas en un enorme muñecajo -creado por los chicos de DDT- que caricaturiza sus partes más oscuras. Y los hace dialogar constantemente y hasta confundirse mutuamente.
El problema es que lo que sobre el papel es una idea interesante (aunque no excesivamente original, cuidado), al final se pone en escena en una especie de remedo de su propia iconografía (el diseño del muñeco está sacado directamente de las viñetas de Sfar) pasada por el filtro Burton pasada por el filtro Gilliam. Así que podéis haceros una idea. Sí, atmósfera de cuento combinada con reconstrucción histórica y salpicada de elementos visuales (algo así como) expresionistas. Todo salpimentado por una fotografía bastante extrema, que pretende epatar al respetable, y lo consigue a medias.
Lo positivo de la historia es que ya en su primera película Sfar por lo menos se muestra interesado en intentar trabajar la imagen. Se niega a ser considerado director tránsfuga y no realiza mecánicamente, permitiéndose incluso mutar su opción estética a lo largo de la película, virando cada vez más hacia el naturalismo realista y abandonando progresivamente la poesía del París cabaretero y etílico, a medida que Gainsbourg se va hostiando con más fuerza contra su propia vida.
Para haceros una idea, empieza como una versión algo descafeinada del París de Jean-Pierre Jeunet (caricaturesco, casi circense), mezclándolo con un contexto profundamente marcado por el nazismo y la persecución semita y termina como un retrato seco y duro de artista atormentado y autodestructivo.
Pero es estimulante la visión que da Sfar de ese artista. Y cómo logra transmitir la pasión de un personaje que ya desde muy pequeño se vio (igual que el propio director) seducido por los referentes culturales que más a mano tenía, y que no eran moco de pavo, precisamente: desde la pintura (se nombra a Klimt), hasta la poesía de Baudelaire, la prosa de Nabokov o, claro, la música. Específicamente Sfar cita a Django Reinhardt y su asombrosa guitarra, y a la lírica de Charles Aznavour. Pero ahí están también flotando en el aire Charles Trénet y Jacques Brel.
Y es que como buen biopic, no faltan, junto a las descripciones de la época, la presencia de los personajes que la marcaron y acompañaron a nuestro héroe durante su vida. Coleccionistas de celebridades, atended: aparece representada Birkin, efectivamente. Y también Brigitte Bardot y hasta Boris Vian. Todos haciendo compañía en un momento u otro de su vida a un Gainsbourg con los rasgos de un perfectamente mimetizado Eric Elmosnino (por cierto, auténtico clon, en apariencia, maneras y voz, del artista; impresionante).
Pero al final, a pesar del carrusel de nombres, es sólo Birkin la que termina marcando la vida de Gainsbourg y la que condensa sus frustraciones y sus perspectivas de futuro. Obvio, con ella se casó y hasta tuvo una hija. Más datos objetivos que sin embargo aparecen, de nuevo, como dibujados en una nube onírica, extraña.
Y es que ya digo, Sfar intenta aquí también (incluso en esa etapa reggae del músico representada, eso sí, en una Jamaica tristemente estereotipada) escapar de la biografía habitual, siendo más evocador que descriptivo, más caótico que metódico y sin abusar de la sobreexplicación.
Con todo, «Gainsbourg» queda como un loable intento, bastante logrado, de retratar apasionadamente una vida intensa e interesante. Y a la vez capturar, con algo menos de éxito, la esencia de la la escena musical francesa desde los 40, pasando por la chanson y el pop y llegando a unos 80 no se sabe muy bien de qué.
Pero también resulta al final una película excesiva, deslavazada y con cierto regustillo agrio a reciclaje; al juguillo dejado por el poso de retazos ya antes usados aquí, allá y acullá.
Una de cal y una de arena, vaya.
6’5/10
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