Crítica de Ghost vs. Alien
«Ghost vs. Alien» (me niego a volver a escribir el título en el idioma original) es una película tan terrible como delirante, una basura en estado puro o una obra maestra según se mire, cuya razón de ser encuentra básicamente en la parodia (del J-Horror y el universo sci-fi nipón) y en la imbecilidad más absoluta.
Como tal, sólo dos reacciones, extremas, puede desatar su visionado. O se la toma uno con buen humor y se dedica echarse cuatro risotadas al contemplar el sinfín de absurdidades que suceden en pantalla… o deja de verla a los tres minutos, minuto más, minuto menos. Y es que cualquiera que busque un mínimo de valores cinematográficos, sean del tipo que sean, quedará hondamente decepcionado al comprobar que lo que está viendo no es más que un chiste, una gran broma a la altura (a niveles tanto artísticos como técnicos, y si no esperen a ver la pelea final, rodada en exteriores) de «Humor Amarillo».
Habiendo hecho tan obligadas aclaraciones, permítanme que haga alusión a dicho programa televisivo: ¡al turrón!
Como decía al comienzo del texto, la película es una conjunción de dos mediometrajes de poco menos de una hora, tan diferentes entre sí que valdría la pena comentarlos por separado.
El primero de ellos, «Rock Hunter Iemon», es el que sin duda se lleva el gato al agua. Dirigido por un autoparódico y alocado Shimizu, consta de una desternillante trama que mezcla antiguas maldiciones, fantasmas desfigurados, mordaces críticas a toda una generación de cineastas japoneses (entre los que se incluye por supuesto el propio director), y referencias de todo tipo a películas universales de la serie b (impagable ese marciano disfrazado de Leatherface corriendo desbocado con su sierra eléctrica en mano).
Pero lo más importante es que se trata de unos 50 minutos de carcajadas casi ininterrumpidas, provocadas no sólo por el elemento gilipollesco de todo el conjunto, sino por la enorme capacidad de sorprender que se destila en prácticamente cada minuto, ya sea por la voluntad de exprimir la idiotez de sus protagonistas y la hilaridad general hasta límites imposibles (ojo al marciano que se gira para demostrar con claridad que, efectivamente, hay cremallera en la parte trasera de su disfraz de pseudo Teletubbie), o por la extravagante originalidad con la que el guión va llevando al espectador de un lado a otro, mezclando tradición con terror y ciencia-ficción, de manera de imposibilitar la previsión de cómo demonios concluirá todo.
Tan arrolladora primera entrega (que incluye canción karaoke en sus títulos finales), da paso al tramo capitaneado por Toyoshima, «Stolen Love» («Ryakudatsu ai»), que cambia radicalmente de tercio proponiendo una historia algo más introspectiva (!) debido a la entrada en juego de sentimientos profundos (!!) y devaneos filosóficos (!!!) acerca de amores imposibles, obsesiones y celos.
Por supuesto, todo ello teniendo en cuenta que su protagonista es una alienígena que cuando besa a un hombre le absorbe toda la vitalidad hasta dejarlo hecho una zombie-momia chunga de mucho cuidao. Todo sea por una buena alimentación.
El caso es que pese a todo, tan noble propuesta no acaba de cuajar del todo después de la inolvidable y cada vez mejor (más se piensa en ella y más gusta) primera entrega, debido a evidentes bajones rítmicos más propios de un cine algo más elaborado (léase ‘serio’).
La introducción a los personajes y a la situación se sucede así de manera excesivamente sosegada, con momentos para la hilaridad demasiado alejados en el tiempo. Al menos, hasta sus últimos diez minutos.
Es entonces cuando aparecen los esperados y prometidos fantasmas nazi-yakuzo-karatekas, dando pie a una batalla final donde todo remonta el vuelo emparejándose a los niveles de Shimizu, e incluso superándolos en cuanto a épica se refiere.
Al final, el único fallo que puede achacársele acaba siendo el haber esperado demasiado en ofrecer un chorradismo gratuito excesivamente fugaz en relación a la totalidad del metraje.
Con todo, «Ghost vs. Alien» es una película que debe tomarse exclusivamente como una broma. Sólo así consigue uno dejarse llevar y reírse de buena gana durante un buen rato. Aunque eso sí, es tan, tan, tan rematadamente cutre, que dejo a juicio de cada uno la decisión de verla o pasar olímpicamente de ella. Yo me lo pasé teta y acabé formando parte de la ovación generada en la sala. Atentos a la familia de una chica que es ofrecida en matrimonio al protagonista de la primera parte.
s.c./10
(P.D. el cartel que adjunto no tiene demasiado que ver con lo que vi, pero no he encontrado nada mejor.)