Crítica de El gran Gatsby (The Great Gatsby)
Si bien esta la más reciente versión de El gran Gatsby, nueva boutade grandilocuente de Baz Luhrmann -le pese a quien le pese, un autor autor– es, ya de salida, una de esas películas a las que irreflexivamente se califica de perfecta generadora de odios y adhesiones a cantidades parejas, lo cierto es que esto tiene visos de futura obra incomprendida. El exceso rebosante de sus planteamientos formales, el tratamiento -aparentemente- operístico de sus propuestas temáticas y el mero hecho de adaptar una de las mayores y más importantes novelas americanas del siglo XX le van a reportar hordas de fans con distinto grado de autoconsciencia y también derrotistas detractores que preconizarán -de nuevo- el fin del sentido común en el arte. Con poco termino medio en cualquier caso. Y como añadidura probablemente las propuestas de Luhrmann generen ríos de tinta entorno a la adecuación de las formas utilizadas a un mensaje que, admitámoslo, es delicado.
Claro, llevar a su propio terreno un texto tan sagrado como el de Francis Scott Fitzgerald podría parecer a priori y en el mejor de los casos una temeridad. En el peor, un ejercicio postmoderno histérico, reprochable y condenable en virtud de la búsqueda total del clasicismo, la universalidad, la intemporalidad.
Pero considerar algo así sería quedarnos un poco en la superficie. Porque es innegable que el resultado de este Gatsby se adscribe en gran medida al universo psicotrópico del australiano responsable de Romeo + Julieta, que el espíritu puramente lúdico y frívolo de Moulin Rouge se ha vuelto a apoderar del texto de base. Que aquí priman las formas histriónicas, la pulverización de los límites del gusto convencional, la transgresión de géneros, estéticas y tonos. Pero tampoco es menos cierto que, al final, el discurso forma una incuestionable unidad que trasciende su bestial tendencia al choque.
Me explico con más detalle. El gran Gatsby es, en sus planteamientos iniciales, más que una película un hiperespectáculo enfebrecido. Un gran circo al mismo tiempo mayestático y decadente. Una reconstrucción de un tiempo y un lugar que probablemente sólo hayan existido de esta manera en las idealizaciones posteriores que nos hemos construido gracias a la literatura y al cine. Y de eso -especialmente cine- hay mucho en la propuesta de Luhrmann, centrada en el Nueva York de las Ziegfeld Follies, del Times Square más bullicioso, de los locales con gigantescas arañas de cristal y collares de perlas largos como intestinos. En una Costa Este en plena jazz age que combatía la ley seca con más alcohol y que servía como hervidero de fiestorros salvajes y celebraciones del hedonismo en mansiones de herederos de emporios surgidos a la sombra de la primera Guerra Mundial.
Pero también un panorama al borde del colapso de los valores, del desuso total que debería llegar con la Gran Depresión, de la caída de los magnates. Un escenario sombrío escondido bajo el oropel y la luz de los focos. El caldo de cultivo que ve surgir a un Jay Gatsby, figura misteriosa por excelencia, soltero deseado, multimillonario aficionado al buen vivir que revivirá amores perdidos en el pasado y trazará amistades abrasivas para el futuro. Y un decorado perfecto para un Baz Luhrmann que vuelve a dar salida a su sentido kitsch de la representación de las altas sociedades. Su Gatsby, tan apegado a esa época -ya decimos, casi fantasiosa- quiebra lógicas temporales en su armazón formal: resulta tremendamente postmoderno y petardísimo, descompensado en su narrativa y pastichista en su selección musical (por donde pasan ramalazos de charleston con autotune, homenajes facilones a Gershwin, versiones imposibles -de Beyoncé, de U2, de Amy Winehouse- y hasta momentos de hip hop anacrónico). Puro esteticismo desprejuiciado que colinda directamente con el feísmo en un ramillete de decisiones tan conscientes de si mismas que calificarlas de erróneas sería inútil.
La propuesta de Luhrmann es, al margen de un posible derroche o escasez de originalidad, esencialmente rompedora. O mejor dicho, confrontadora. Decimos que su unidad conceptual va fortaleciéndose a medida que avanza la película, pero lo cierto es que los referentes son dispares y se van agolpando sin aparente orden pero con innegable empuje: desde las referencias al mudo americano pasando por el cine de la UFA (guiños a Pabst o Murnau), las propuestas estéticas del Disney clásico, la comedia hollywoodiense de los 30 y los 40 de Sturges, el melodrama americano de los 50, los dramas más decadentes del Fassbinder de mediados y finales de los 70 o incluso la infravalorada versión de Jack Clayton de 1974.
Technicolor, grúas por doquier, reconstrucciones digitales cuasihorteras, dinamismo cartoon, vitalistas homenajes a la Gran Manzana con técnica time lapse en un plano concreto que hace pensar en una portada de Miles Davis. Y sin embargo, a pesar de su esquizofrenia cromática, poco a poco El Gran Gatsby se va tintando de negro. Luhrmann parece ser cada día más consciente de la caducidad de la urgencia fiestera, de la llegada irremisible del otoño; de modo que en su segunda mitad la película empieza a languidecer, a tornarse grave, oscura. La fuerza imponente y contagiosa de sus inicios va dejando paso a un drama más madurado, más turbulento, en el que el personaje central -también gracias a una impecable interpretación de DiCaprio- va cobrando su dimensión trágica y va conectando progresivamente con los rasgos que lo definían en la novela, encontrando sus propias metáforas de los mismos temas de los que hablaba Fitzgerald. Las canciones densas de The xx van tomando la banda sonora a golpe de bajo poderoso y la cosa termina encaminándose hacia una conclusión fantasmagórica, solemne y melancólica, y no por ello menos grandilocuente, casi buscadamente demodée en su apropiacionismo de los códigos del drama más ceremonioso.
Sí, esta El Gran Gatsby, muy emplumada y aún más empolvada, puede herir sensibilidades. Y desde luego no será del gusto de todos los paladares, especialmente de los que dejan embriagarse periódicamente por las palabras sutiles y la profunda capacidad simbólica del texto original de Fitzgerald. Pero como decimos su inicial modus operandi hipercinético y farlopero esconde una posterior mirada amarga hacia la caída de los mitos y la humanización de los dioses paganos. Y lejos de traicionar el espíritu original le da una nueva dimensión acorde con los tiempos que corren. Deslavazada, bastarda e irritante. Pero también grave, profunda y afectada. Y si eso no es capturar el zeitgeist de la (alta) sociedad actual, no sé qué lo será.
7/10
Despues de ver trailers y demas, lo curioso es que por un lado me gustaria mucho verla y por otro me da como miedo que decepcione… de todas formas muy buena critica, creo que he entendido el "espiritu" que quiere transmitir Luhrmann… la verdad que del australiano he visto poca cosa pero que por lo poco que he visto (las dos que nombras) no es santo de mi devocion, por sus excesos formales en general y por el tratamiento de la musica que no me cuadra nada de nada… bueno sin contar los dos temazos de Radiohead en Romeo+Juliet! ;)
De todas formas yo creo que lo que explicas al final de la critica, ese paso del mundo de desfase y esplendor aunque con visos de decadencia a la decadencia y la oscuridad total es de alguna manera lo que yo entendi del libro de Fitzgerald.
Pues eso, ganas pero con reservas…
Por cierto, que tal los actores? Carey Mulligan y DiCaprio me suelen gustar mucho… :)
Ah, no, desde luego, a mí tampoco me gusta Luhrmann. Sus películas siempre me habían parecido, cuanto menos, un horror estético… hasta que he decidido entrar en su juego.
Y en esa dimensión lo entiendo y hasta lo respeto. Claro, en mi casa no voy a escuchar ese ataque contra el criterio musical que era la horripilante banda sonora de Moulin Rouge… pero debo reconocer que en la peli hace exactamente la función que busca.
Y es un poco lo que ocurre con esta. Así que por mí chapeau.
En cuanto a los actores, yo a DiCaprio lo respeto muy mucho desde hace bastante tiempo ya. Sin embargo a la Mulligan… mnñéh. Hasta hace poco era como tú, me encantaba la chica (tanto ella como los papeles que escogía). Pero o aquí no está especialmente memorable -lo que no quita que esté correcta- o quizá debe empezar a cambiar ya un poco de registro para demostrar algo más de versatilidad: la verdad es que no me parece que vaya a dar la talla en, por ejemplo, una comedia. Ojalá me equivoque.
En fin, que si tienes reservas no la veas, que aún te vas a cabrear. Pero si por un casual alguien te obligara a ello, ya nos contarás ;)
Petons
Después de leer tu crítica… me ha gustado más.
Al no haber leído el libro no sé hasta donde debo culpar a uno o a otro.
Su primera parte es locura, desfases y purpurina marca de la casa. Lo acepto e incluso lo disfruto. El cambio de tono en la segunda lo veo necesario para cumplir con el texto original pero bastante impersonal. Parece que Luhrmann se cansa y pierde el interés.
Con sus detalles me parece una película muy correcta. Las locuras de este señor las tolero bien y sus horteradas musicales me parecen muy escuchables.
Pues a mí Baz Luhrmann siempre me ha parecido tremendamente divertido: hortera, exagerado, ultrakitch consciente y orgulloso.
Y el Gran Gatsby no podía ser otra cosa en sus manos. No se si llamarle valiente o imprudente, pero tener los bemoles de abordar de esa forma -SU forma- una novela de carácter tan intimista y encima, conseguir un resultado digno y fiel al espíritu de la misma merece una buena palmadita de reconocimiento. Además, yo no veo tanta 'traición' a la novela en su guión… Llamadme rara pero lo encuentro bastante-muy fiel al mismo. Ahora ya, si hablamos de formas… es otro cantar.
Respecto a la Mulligan, totalmente de acuerdo. Sosa, sosísima, sin interés. Qué penica, con lo que nos enamoramos muchos (y muchas!) de ella con ese 'New York, New York'…
Pues eso, [email protected], que estamos de acuerdo!
Yo nunca fui pro-Luhrmann pero, como Barry, tolero sus excesos si decido entrar en su juego.
Y ya digo, Eva, estamos de acuerdo: a pesar del empacho visual, en el fondo apenas hay traición al espíritu de la novela. Por lo menos, eso, en su fondo, en su parte crepuscular y melancólica…
Saludos!
Acabo de verla, luego escribo en caliente. Un bluff.
Falla la línea dramática. Cuando la acción alcanza el supuesto climax, te igual saber si quien conducía el coche era era ella o él; si ella se va a ir con Gatsby o si se va a quedar con su marido… etc…
Fallan las escenas de interiores. Parecen el montaje teatral de un director de escena no demasiado experto.
Durante la primera hora de metraje estas todo el rato esperando que aparezca en pantalla el logotipo de MARTINI o el de DOLCE&GABANNA. Todo el tiempo, estética de videoclip chillaoutero, salpicada con neurasténicos cambios de secuencia propios de partido de fútbol televisado al mando de un realizador español.
El vestuario muy chulo ¡Eso sí!.
Jeje…
Queda anotada tu opinión al respecto…
Y lo gracioso de ello es que, a pesar de que nuestra valoración del global de la película es radicalmente distinta, en cierto modo hasta comparto tus opiniones…
Como sea, muchas gracias por tu comentario
Un saludo!