Crítica de El Gran Hotel Budapest (The Grand Budapest Hotel)
¿Sabéis eso de “no hay palabras”? Pues es lo que le ocurre a un servidor, que lleva varios días encallado con la reseña de El Gran Hotel Budapest. Y es que es muy difícil hablar de la última película de Wes Anderson (cineasta top por estos lares) por dos motivos: primero, porque hay tanto que decir de ella que ya no solamente hay un problema de espacio y de memoria, es que se trata de un film que requiere de más de uno y de dos visionados, para acabar de captar todas y cada una de las lindezas que deja a lo largo de sus 99 minutos de Cine (así en mayúsculas). Y segundo, porque cualquier cosa que pueda decir deslucirá, y de qué manera, el trabajo del de Moonrise Kingdom… Que firma, digámoslo ya, con ésta su mejor película hasta la fecha. Bien, antes que nada, hora de hacer cuentas: si hablamos de uno de los mejores directores en activo y de su mejor película, la suma hace de entrada una de las mejores propuestas del año que empieza. Una cita obligada con la gran pantalla por ser un nuevo punto de giro en la historia del séptimo arte. Una película única, a su vez personalísima y revisionista de una serie de géneros, estilos y autores que han establecido un pilar fundamental sobre el que la industria lleva apoyándose años. Además, claro, de constituir un entretenimiento de los pies a la cabeza, plagado de personajes inolvidables y escenarios que ídem. Y todo, repito, en menos de 100 minutos.
Estamos en los 80, y un escritor con el rostro de Tom Wilkinson explica a la pantalla cómo conoció, allá por los 60 (y con el rostro esta vez de Jude Law) al dueño de un hotel de renombre pero venido a menos de Europa del Este, interpretado por F. Murray Abraham. Y a su vez, éste le explica al autor sus inicios en el mismo, el Gran Hotel Budapest, cuando siendo sólo un chaval y el nuevo lobby boy (con el rostro de un excelente Tony Revolori que debería haber sido Danny Pudi) conoció y entabló una buena relación con el antiguo jefazo, allá por los años 30 y con el lugar en su máximo esplendor: un Ralph Fiennes exquisito y delirante a la vez, quizá su mejor papel en años. Tres saltos inmediatos en el tiempo, y otros tantos guiños en forma de sendas modificaciones de la pantalla, yendo a parar al definitivo 4:3 con que transcurrirá el grueso de la acción. Una manera tan fugaz como cristalina de mirar atrás, de explicar la conexión entre épocas y la influencia del pasado en el presente (o así) del cine, y dar arranque así a un sentido homenaje al mismo. Porque tanto a nivel formal como argumental, El Gran Hotel Budapest se vuelve hacia el cine clásico europeo desde el mayor de los respetos, adoptando tics que remiten a Hitchcock (al británico principalmente) tanto como a Murnau o a Chaplin (si bien haya también otras miradas puestas en geografías transoceánicas; sin ir más lejos, la referencia a Gran Hotel es inmediata). Se ven planos expresionistas, coqueteos con luces y sombras cuasi novatos, y experimentos formales total y voluntariamente desfasados (escenas de acción a cámara rápida) al tiempo que su argumento entremezcla comedia, drama, thriller con asesinato y Macguffin y gags que funcionarían sin sonido añadido.
Aunque la verdad, tampoco es ninguna novedad afirmar que Wes Anderson sea un consumidor de cine que podría dejar en paños mejores a, pongamos, Quentin Tarantino (o a Xavi Roldan, ya puestos). Pero puede afirmarse, sin miedo a error, que su último trabajo constituye la constatación más evidente de su amor por el séptimo arte. Curioso, puesto que es a la vez el mayor exponente de su estilo; porque al mismo tiempo que va inundando la pantalla de referencias y homenajes, la cinta constituye un auténtico manual de instrucciones de Anderson. A nivel argumental, El Gran Hotel Hotel Budapest coloca, en su epicentro, a un jefe de todo esto que conoce a todo el mundo y los dirige a todos, de la misma manera que el director con la cuenta de Facebook más abultada que se conozca logra para cada nuevo proyecto un reparto cada vez más abultado (aquí están todos: Bill Murray, Jason Schwartzman, Jeff Goldblum, Owen Wilson, Adrien Brody, Edward Norton…). Alter ego delirante el de Ralph Fiennes, pues, en una película que hace gala de todos y cada uno de los recursos formales del de Life Aquatic. De manera que aun habiéndose despertado ayer y no haber visto ninguna otra película, el espectador puede igualmente descubrir un estilo personalísimo cargado de travellings, de fotomontajes, de fotografía barroca y de planos fijos. Y de comedia surrealista que mezcla drama de personajes con acción esperpéntica. En lugares imposibles. Todo muy marca de la casa.
Falta hablar con mayor profundidad de la película en relación a la filmografía de Anderson. Y podría uno perderse en las descripciones de todos sus personajes, deteniéndose en detalles como la marca con forma de México en la cara de la chica, o los tatuajes infantiles en los tensados músculos del reo. Y ni que decir tiene que el cineasta logra una simbiosis perfecta entre todos sus valores: de la misma manera que el trabajo tras las cámaras y a manos del guion es loable, brilla con luz propia la fotografía del habitual Robert D. Yeoman (casi parecería el envoltorio de un empalagoso caramelo), la coqueta banda sonora del también habitual Alexandre Desplat, y un cast perfecto ya sea por parte de acostumbrados al director como a las nuevas incorporaciones (la lista sigue: Harvey Keytel, Léa Seidoux, Mathieu Amalric, Saoirse Ronan…). Pero, ya lo avisaba, este texto ni va a ser completo, ni va a hacer justicia a un film en el que todo fluye a las mil maravillas. Baste, pues, con decir que esta trepidante, divertida, entrañable y profundamente sentida carta de amor al cine, se convierte desde ya en la mejor película del director y, me lanzo a la piscina, la mejor película del año. He dicho.
9/10
Si se me permite la licencia, bajo el punto de vista de una humilde y fallida aficionada a la fotografía, me gustaría destacar (e incluso me plantaría en la puerta de todas las salas de cine para gritarlo a los cuatro vuentos) que esta película es un compendio de fotografías premiadas, es una recopilación de delicadeza, de elegancia, de finura. Todo elevado al máximo exponente (y saturación de color), creo que marca de la casa del amigo Anderson.
Creí que en "Viaje a Darjeeling" su objetivo era ensalzar esos paisajes (cosa que consiguió), pero numca imaginé que se fuese a superar. Me equivoqué.
Los escenarios que vemos en este hotel son de un casposo/exquisito que sólo a este genio se le podía ocurrir.
Esto es una obra de arte visual, señores. Vayan usted a verla y regalen a sus ojos esta maravilla.
Buena crítica, as usual.
fallida, dice. Y es la fotógrafa oficial de La Casa. Así nos va xD
Jejeje, sí, a nivel visual, qué duda cabe, también es la culminación de su trabajo. La anterior, Moonrise Kingdom, era un cupcake amarillo. El fantástico Sr. Fox verde y marrón. Y el de ahora es un caramelito rosa envuelto en papel celeste :)
Sea como sea, esta tarde a la Fnac a comprarme todas las que me faltan de él en la DVD-Teca, jujuju
Muy grande, hasta poniendo a un lado el aspecto tecnico, el sentido del humor finísimo del guión la convierte en una delicia.
Pd. tengo un pequeño juego con vuestras críticas, intento adivinar antes de terminar qual de los dos las ha escrito… de ahí que al leer el nombre de Xavi haya pensado que era el quien la escribia… LOL!
Jajaja… fíjate que yo a veces también hago ese juego. Llevamos tantas críticas a nuestras espaldas que ya no recuerdo quién ha escrito qué :P
En fin, coincido con el viejo Carlos y con tu breve puntualización ;)
Un abrazo gordaco!
fdo, Carlos, digo Xavi