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Crítica de Güeros

«Güero» significa rubio en México. En la ópera prima de Alonso Ruizpalacios lo es uno de los protagonistas. Y aunque exista cierto prejuicio del mejicano rubio, de tez blanca y ojos claros como alguien con alto poder adquisitivo y clase social, este no es el caso. Tomás es el pequeño de dos hermanos naturales de Veracruz. Harta de sus travesuras, su madre lo manda a la ciudad, el D.F., donde vive su hermano, al que apodan Sombra, y quien, supuestamente, estudia en la universidad. El apartamento de Sombra y su compañero de piso es la trinchera en la que se han encerrado para no enfrentarse a la realidad. Ahí transcurre la primera parte de la película con una serie de escenas de tono similar a las de la película mejicana Temporada de patos (2004), en las que se mezcla el humor con la desesperación. La llegada de Tomás actúa de revulsivo para salir de la apatía en la que se encuentran. El chico se obsesiona con ir a buscar al cantante Epigmenio Cruz, que se encuentra moribundo en algún hospital de la ciudad, y el hermano y el compañero no tienen más remedio que seguirlo. La música funciona como excusa para impulsar la acción, su capacidad redentora se muestra en su máximo esplendor: ni tan siquiera es necesario que el espectador la escuche, cuando Tomás se pone los cascos el filme se torna silencioso y el casete que lleva siempre encima se transforma en amuleto.

A partir de ahí empieza una particular road movie urbana en la que visitarán todo tipo de lugares que ilustran los contrastes de una ciudad caótica y vasta. Entre ellos se encuentra la facultad de la UNAM donde los estudiantes están en huelga para detener la implementación del cobro de cuotas de los estudios universitarios. Los protagonistas no participan en esta huelga, se declaran «en huelga de la huelga», aunque rechazan ser llamados esquiroles.

Ruizpalacios explica que la huelga de la película es ficticia pero que, por supuesto, está inspirada en la huelga de 1999 que finalmente consiguió que la universidad continuara siendo prácticamente gratuita. El punto de vista que toma el filme sobre la huelga no es el de una idealización ni una romantización de los hechos, sino que se posiciona al lado de unos personajes que no se implican y que solamente la ven desde lejos y con una mirada un tanto crítica. Esto ha desencadenado cierta polémica en México, como por ejemplo esta crónica publicada en un blog, que se postula en contra de la película desde una perspectiva política por contribuir a legitimar la visión que los medios de comunicación intentaron dar de la huelga.

Ver Güeros desde España proporciona inevitablemente una interpretación distinta, al no estar tan implicados en la historia reciente ni haber participado en ella, es quizás más fácil apreciar de la película el hecho de situarse en el punto de vista del marginado, del indeciso, del que no está en contra ni a favor de la movilización, un personaje que ciertamente existe y con el que muchos pueden sentirse identificados. No parece que la película haga apología de la inmovilidad, sino más bien todo lo contrario, los personajes evolucionan precisamente hacia el movimiento, pero también es cierto que habría que imaginar cómo reaccionarían los espectadores españoles si el contexto fuera, por ejemplo, el movimiento del 15-M. ¿Se generaría polémica? ¿Algún candidato para intentarlo?

Más allá de la posición política, Güeros es una ópera prima de gran sensibilidad que logra encontrar una mirada propia. Para retratar los contrastes de una ciudad y las contradicciones de sus personajes Ruizpalacios escoge una fotografía en blanco y negro que desprende destellos de luz incluso al grabar los rincones más sucios y oscuros del D.F. Se decanta por la metáfora para narrar ciertos episodios delicados, como los ataques de pánico que sufre Sombra, para huir del morbo y conseguir cierto lirismo. Y, sobre todo, incluye sin miedo la auto-consciencia y la auto-crítica en dos momentos con elementos meta-cinematográficos que encajan con el resto del filme con naturalidad. Uno de los personajes pronuncia estas palabras: «¡Puto cine mexicano! Agarran unos pinches pordioseros y filman en blanco y negro y dicen que ya están haciendo cine de arte. Y los chingados directores, no conformes con la humillación de la Conquista, todavía van al Viejo Continente y le dicen a los críticos franceses que nuestro país no es más que un nido de marranos, rotos, diabéticos, agachados, ratoneros, fraudulentos, traicioneros, malacopa, putañeros, acomplejados y precoces.»

Es de celebrar que una película que ha ganado premios en festivales como Berlín, San Sebastián o Tribeca, pueda ser paródica. Y que sea posible retratar una juventud que no sólo busca un futuro, sino que se busca a sí misma sin tratar de moralizar.

 

Cómo se hizo Güeros

 

 

Valoración de La Casa
  • Marga Almirall
4

En pocas palabras

Road movie mexicana con mucho de paródico y de hábil retrato social, que se desmarca por pintar como nadie (o casi) un lienzo sensible, cercano y sin embellecimientos de la ciudad de México.

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