Crítica de Gyo: Tokyo Fish Attack
Peces con patas arácnidas mecánicas. Descacharrante idea de la que partía el manga de Junji Ito y que ahora ejerce de premisa de esta Gyo, anime dirigido por Takayuki Hirao que se presenta como nueva muestra de bizarrismo japonés vía la destrucción de los códigos genéricos de las monster movies. Porque esto se presenta como exactamente eso, una de terror canónico (un grupo de adolescentes con ganas de farra se encuentran con una invasión de criaturas asesinas) que deviene en otra cosa, algo como una paranoia postapocalíptica de tintes escatológicos: si los lugares comunes están ahí (escapada, ganas de folleteo y líos amorosos que sólo puede preceder baños de sangre) pronto se impone el caos global y un sentido del género más cercano al terror con tentáculos que al slasher.
Y así es, la sensación de amenaza global se acerca a ese sentimiento nipón findelmundista basado en la idea del mar comiendo terreno a la civilización de una forma terriblemente gráfica. Riadas de criaturas marinas corretean desbocadas y sin propósito aparente por las urbes más cosmopolitas. Y no es la primera vez que aparece esta idea en la cultura popular japonesa, pero probablemente esta sea la más radical y la más explícita, cobrando terrible sentido extra y dolorosa sensación de desasosiego a la luz de los maremotos que barrieron las costas del país en el año 2011.
Pero aquí termina imponiéndose, además, la escala humana: la experimentación científica decerebrada termina conduciendo a la destrucción, literal, del hombre; en un caos que evoca una vez más los principios de la nueva carne, la fusión de la máquina con el organismo para crear un nuevo ser, que esta vez se mueve por pura inercia, y donde ya no cabe la emotividad humana. A este sentido es clave la secuencia de la muchedumbre de criaturas acabando mecánicamente, y en guiño al cine de zombis, con el último resquicio de humanidad que podía quedar en una de ellas.
Lo cierto es que Gyo no se propone dar soluciones a las situaciones que plantea. Al fin y al cabo es una película que aúna estilos y géneros, pero que termina por no salirse de sus cauces, mínimamente filosóficos, altamente genéricos: es decir, termina por constituirse como un puro espectáculo de la destrucción que apunta a los bajos instintos, el placer por lo grotesco y el buen rato que puede ofrecer la comedia negra trabajada desde la filosofía del shock y el desconcierto. A partir de aquí Gyo puede caer hacer más o menos en gracia, puede resultar más o menos angustiosa y moderadamente desagradable.
Pero sus propuestas formales no deslumbran: quitando el CGI, la animación tradicional queda un poco justa, y su look final, criaturas aparte y ramalazos cyberpunk, tiende a lo anodino. Al tiempo que sus planteamientos simbólicos («me pregunto si el hedor de los cuerpos podridos desaparecerá alguna vez») quedan sepultados bajo el peso de su propia carnicería putrefacta.
6/10