Crítica de Habemus Papam
Acostumbrado como está a moverse por el drama intimista o la comedia costumbrista, cuidado, a nadie debería extrañar que Moretti se haya atrevido con –nada menos que- un Papa para despachar su última ración de inquietudes morales y disquisiciones sociales. Habemus Papam debe ser tomado como un intento de exploración creativa pura y dura, pero también, y en cierto modo, como un compendio de algunos de los estilemas del director italiano, lógico paso en una carrera que se presenta a estas alturas ya larga, compacta y nutrida de buenos momentos. Única e intransferible y cargada de interés y picos insoslayables en el panorama global del cine europeo de los últimos años. Y casi podemos inferir que este retrato de figura popular capital puede tener más de descripción de inquietudes, filias y fobias propias que de sátira, de fábula o de drama social. Que también. Así que, a pesar de parecer distanciarse de sus obras más conocidas, lo cierto es que Habemus Papam recoge el testigo de Il caimano en tanto que se centra en una poderosa figura de poder; de La habitación del hijo por su tendencia al análisis psicológico; de La misa ha terminado en cuanto al drama sobre la crisis de identidad católica; y de Abril y Caro diario como relato de viaje (interior y exterior) hacia los fundamentos de uno mismo.
Es esta querencia por el concepto de viaje lo que dota a Habemus Papam de una especie de cualidad de road movie vaticana, o de relato de madurez (muy) tardío. El cardenal Melville se da a la fuga en el momento en que resulta en desgraciado chivo expiatorio para las inseguridades del cónclave, cuyos miembros ven en la papización un proceso irremediable de asunción de responsabilidades. Consecuentemente, todos los papables escurren el bulto, todos eluden lo que, a ojos del mundo, debería ser el mayor honor al que pueda aspirar un hombre de religión.
Estos iniciales compases de tono ciertamente sardónico establecen la idiosincracia de la primera parte de la película, una especie de desmitificación sainetesca, de gran parodia sotánica (de sotana) cuyo foco se centra en la pura farsa. En el fondo casi se diría, estirando la goma del símil malintencionado, que el estamento católico de primera división y la masificación carnívora del hecho cristiano podrían tener un cierto algo de telerrealidad. Y también es cierto que bajo esos birretes se esconden tipos pequeños con grandes dudas, frustraciones y miedos. En consecuencia, entra en escena la psiquiatría, personificada (en algo que si fuera metáfora sería poco elaborada) en el propio Moretti. Y de aquí, la intrusión del mundo científico en la vida espiritual para una especie de conciliación entre la teología y la racionalidad, menos mutuamente excluyentes de lo que cabría pensar.
Y es que al fin y al cabo, la visión de Moretti es menos clasista que humanista, algo que ya tuvieron que comprender en su momento Rossellini o Bresson -y en menor medida Bergman-, siempre más interesados en matizar, en profundizar y en dar forma a la representación del ser humano y su relación con «el otro» o con uno mismo a través de la espiritualidad que en ofrecer una visión oficial de la condición religiosa. A lo que aspira el realizador es a perfilar el relato de la inquietudes, a describir el trance personal íntimo que debe pasar el futurible Papa. Encarnado en la figura del enorme Michel Piccoli, Melville es persona antes que Pontífice. Y actor antes que persona. En un bello juego de espejos -y en una dura metáfora para con su cometido religioso-, Melville conecta su vida a la del arte interpretativo, en carambola con la vivencia exhaustiva del propio Piccoli quien, para más inri (perdón por la expresión), ha trabajado –como él mismo se encarga de recordar en algunas entrevistas- al lado de ilustres encriptadores habituales del hecho teológico. Ahí están las puestas en crisis de Buñuel (con quien compartió Belle de jour, La vía láctea o Diario de una camarera) o Berlanga (coincidieron en Tamaño natural).
Es precisamente berlanguiana la mirada casi folclórica que desprende Moretti, ya sea en el impulso escapista de Melville, muy a lo Piccoli circa París-Tombuctú, ya sea más concretamente en pasajes tan extraños –fallidos- como el campeonato mundial de obispos de voleibol. Una capacidad caricaturesca que de haber liberado más vitriolo quizá habría podido compararse a las últimas visiones (de la «trilogía Nacional» para acá) del maestro valenciano.
Pero es que ese es, probablemente, el mayor fallo de la película. Su desenfoque ingenuo deja las tintas a medio cargar. A su ramalazo cítrico a menudo se le enfrían los pies, se retrotrae sobre sí mismo en favor de un cierto buenismo tolerante y de un humor pintoresco de capellán de pueblo, difícilmente compatible con esa mirada humanista rigurosa. El drama queda desdibujado y la ligereza tonal termina por evidenciar un trabajo de realización transparente pero poco destacable. Peor, termina alimentando la sospecha razonable de que tras la cámara de aquella Caos calmo se escondía en más de una y de dos ocasiones la mano del propio Moretti.
Si así fuera, deberíamos empezar a temer que el realizador se nos estuviera domesticando, que se estuviera adentrando en un terreno de sombras siniestras –las de la complacencia y el acomodamiento- del que podría escapar sólo mediante terapia de radicalidad o, en su defecto, mediante total ejercicio de despojo de modismos.
Sólo así recuperaríamos al Moretti más sincero, más adusto/vitalista y más humanamente profundo que antaño nos hizo alucinar del paisaje de la vida a lomos de una estúpida motoretta.
6/10
A mi me divirtió bastante la peli cuando la vi,pero me hubiera gustado más que se tratara el argumento sin notas de comedia (exagerada) y si como un Drama auténtico que puede ser 100% real…Situaciones muy interesantes que se estropean (un poco) por el tinte tragi-cómico del enfoque…Es mi opinión ,pero de cualquier forma disfrté con ella y con Piccoli muchíssimo…
Pues oye, yo casi hubiera preferido que lo escorara todo hacia la comedia más salvaje. No sería Moretti, pero podría tener su qué.
De este modo, sí, se queda en un plano intermedio bastante incómodo…
Coincido en lo de Piccoli!
Un abrazo
Pues a mí que no me ha colado ese acento que fuerza el tío… ñeh