Crítica de Happy. Un Cuento sobre la Felicidad
Poppy (Sally Hawkins) es una joven profesora de primaria divertida, abierta y generosa, una muchacha inmune a la amargura que viste como vive, en colorines. Es un espíritu libre que se toma la vida tal y como viene, pero siempre con actitud positiva. Cuando le roban la bici, decide que es el momento de sacarse el carnet de conducir. Su profesor de autoescuela es Scott (Eddie Marsan), un tipo huraño y amargado, torturado y ‘torturante’, enfermo de su propia bilis interior. A medida que se conozcan, Poppy acabará enseñando al instructor más de lo que él puede enseñarle a ella…
Prueba de resistencia, y de las gordas, supone el visionado completo de esta insoportable película de Mike Leigh, que se ha hecho con un dudoso Globo de Oro a la mejor actriz protagonista (para una no menos insoportable Sally Hawkins), y una no menos inexplicable nominación a mejor guión original (!) en los Oscar.
Y es que además de puntuales momentos y del mensaje (manido pero siempre bienvenido) de fondo, «Happy-Go-Lucky» no esconde más que una repetitiva fábula a lo «Amélie» sin los efectos especiales, y por tanto dejando el prisma onírico desde el que concibe el mundo la protagonista para los fueros internos de la misma.
Vamos, que es como sí el personaje de Audrey Tatou se hubiera transferido a Inglaterra y continuara haciendo de las suyas para intentar que los que la rodean vean el mundo de manera más alegre y colorista.
A sabiendas de que ya la obra de Jeunet y Caro me parece una m…, digo, una película terriblemente sobrevalorada, puede el lector imaginar que lo que sigue no va a ser precisamente una alabanza hacia este enervante cuento sobre la felicidad que lo único que consigue es provocar al espectador y crearle episodios de ansiedad.
A lo largo y ancho de las dos horas (!) de metraje, la tal Poppy, desafortunada a la vista (por así decirlo) pero pizpireta y risueña, se dedica a corretear por la pantalla con una sonrisa de oreja a oreja y un agudo tono de voz de lo más irritante, exaltando y exaltándose por cualquier tontería que ocurra en frente de sus narices y buscando el lado positivo de todo y de todos.
Así, la película se transforma en una sucesión de historietas, a cuál más intrascendente, repitiendo una y otra vez la misma fórmula y el mismo esquema, y simplemente algunas se alargan más que otras en función de la enjundia que puedan llegar a suponer para la vida de la protagonista, pues no son más que una fórmula para ir construyendo el marco y la personalidad de Poppy. Precisamente la que más destaca (¿la única?) para bien es la más relevante, centrada en sus clases de automoción en general, y en el profesor de las mismas en particular. La composición de este último a cargo de Eddie Marsan es realmente notable, sirviendo a su vez de foco de comicidad, contraposición a la exacerbada felicidad de Hawkins, y retrato irónico pero preocupante de cierto sector de la sociedad.
Lo demás, señoras y señores, es un auténtico tostón de aquí te espero cuya única salvación reside en, como decíamos, el mensaje central del film. Y es que ya sea silbado en pocos minutos o desarrollado en 118, el always look on the bright side of life siempre funciona y, contra viento y marea, siempre acaba logrando despertar alguna sonrisa, por pequeña que sea.
Pero en fin, evitar a toda costa, en especial los alérgicos a Amélies y sucedáneos.
4/10 (y gracias)
¿Y le das un cuatro? Chico, eres un blandito como la copa de un pino.
Al Rider le has dado medio punto más, y no hay color, aunque no te haya gustado no te ha dado instinto asesino como la Poppy esta. Exijo una recalificación ¡Ya!
jajaja, créeme, a lo largo y ancho del visionado de De Ríder me entraron tantas ganas de matar a Kate Winslet como de matar a la Hawkins en el caso que nos ocupa…