Crítica de Happy Feet 2

Dance Me to the End of Love, decía Leonard Cohen. Ya va bien, ya. Que se baile hasta el agotamiento de stocks en bilirrubina o el puro desgaste muscular, y más allá del más allá. Que se baile siempre, como y donde se quiera, a pesar de lo que dijera Giuliani en su momento y de la tirriosa y contraproducente insistencia verbenera de las miríadas de personajotes que copan discostecas mediante jitazos veraniegos de pon y quita. Que bailen, narices.
Que si no lo hacemos los homínidos siempre quedará una significante muestra demográfica en pingüinos que lo hagan por nosotros. Y ya que nuestros pies se encuentran demasiado ocupados siguiendo a nuestro culo siguiendo a nuestro cerebro por culpa de tribulaciones monetarias (¿a alguien le apetece bailar por la crisis?) dejemos el trabajo al cine infantil y al bailoteo por, bueno, contra, el cambio climático.
Creo.
Porque esos pájaros bailan por –contra, coño- el cambio climático ¿verdad? No queda demasiado claro cuando una maldita nube rosa pinchada en un palo más densa que la de las ferietas navideñas lo empastifa todo. Y es que si hay algo claro en todo esto, es que aquí se ha venido a hacer caja y a quien no le guste que se joda porque tendrá que llevar a sus críos de todos modos. Gustó la primera, cómo no va a gustar la segunda, dónde va a parar.
Pero si aquella encapsulaba una buena ración de frescura servida a granel y en fresquito cono de una sola bola muy grande, aquí la sosa galleta ha dejado escurrir la pulposa sacarosa frigo por el agujerete del culo. Sí, algo había ahí, porque Dios es testigo de que se nos ha quedado el brazo desde la muñeca hasta el codo churretoso y azucarado, pero lo que nos hemos llevado a la boca estaba reblandecido. Conservaba el dulce, pero ha sido más aburrido al paladar que una oblea consagrada. Miren, justo eso era.
Por lo menos, la ración de bondad diocesana es casi la misma en Happy Feet 2 que en una bendita hostia. Muchos valores positivos, familiares (recomiendo búsqueda ciberespacial tendenciosa: asociaciones de padres preocupados aprueban el invento excepto por una minúscula insinuación homosexual) y conciliadores, benettonianos casi. Espíritu de superación, aceptación del prójimo aun siendo inferior, perdón, distinto a nuestro egótico ser y varias toneladas de culpa antropocentrista de por medio: ellos nunca lo harían, un pingüino vale tanto como una persona y encima baila mejor. Y están en el final de la cadena alimenticia, el mundo es injusto.
Pero vamos, que todo esto es fruslería de crítico de cine aburrido. Imagino que aquello de «para los chavales está bien» le servirá a algún que otro adulto como Santo Grial en su búsqueda de la desconexión de la familia durante hora y media de plácido sueñecito. ¿Tendrá algún tipo de significación que un servidor vaya a rebelarse y demande para sus homólogos pequeñitos un cine infantil más digno? Pixar me da la razón, claro, y quiero pensar que la obtusez cinematográfica de este George Miller, también. El señor se limita a mover su cámara en lo que parece un frenesí del 3 en 1 en el carrito de travelling (fluidísimos, dinámicos, preciosos movimientos sin vida, oh yeah) y a dar en la diana una vez de cada cinco, cuando decide abrir plano y dejar que el general explique la magnificiencia sublime de los eventos naturales. Aquellos que nos obligan a cerrar el pico y ser devorados por la grandiosidad de lo que ocurre. Ahí están los mejores logros visuales de un producto que en lo plástico no llega a la pezuña al anterior episodio de pájaros parlantes, el Ga’Hoole de Snyder. En las aventuras anodinas de ese par de gambas -Scrats (Ice Age) en funciones- que aun a fuerza de explicitar el mensaje (nadan a contracorriente, literalmente) al final son protagonistas de esas impresionantes mareas naranjas, casi material lisérgico estroboscópico (¿o era estereoscópico?).
Es decir, sí, hay un par de momentos para quitarse el sombrero, pero son algarabías climáticas aisladas en una pasta que resulta rutinaria por lo sobado y aburrida por lo narrativamente tropezado. A lo primero, claro, no hay nada nuevo en Happy Feet 2 -ni un sólo chiste divertido, por supuesto-, todo es reciclado: cabe reconocerle coherencia hacia su tono verdeconcienciado, empero. Si se trata de reutilizar, Happy Feet 2 reutiliza ricamente. A lo segundo, la disposición dramática es extraña, los picos de tensión no terminan de aparecer bien dibujados y climáticamente dispuestos en consecuencia. Y para qué negarlo, los pingüinos de marras son de un mono fluffy enternecedor. Sí, pero también son irritantes hasta el eccema (mención especial al hispano, al rechoncho y al frailecillo escandinavo).
Y como, quitando la solvencia técnica de las coreografías, en lo musical tira al esperpento pastichil, casi no se puede agradecérsele ni eso. Así que id borrando lo primero que decía, eso de que por lo menos los pingüinetes bailan. Me desdigo: semejante tropa de bichejos CGI siguen dando grima cada vez que traspasan el uncanny valley (buscad, buscad) y una exasperante irritación en cuanto tiran hacia el «Ice School Musical». Borrad eso y cambiadlo por algo semejante a lo adecuado de la expresión y los auténticos orígenes de la denominación «pájaro bobo». Que por ahí andará más bien la cosa.
Ah, sí, para los niños está muy bien.

4/10

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Xavi Roldan empezó la aventura casahorrorífica al poco de que el blog tuviera vida. Su primera crítica fue de una película de Almodóvar. Y de ahí, empezó a generar especiales (Series Geek, Fantaterror español, cine gruesome...), a reseñar películas en profundidad... en definitiva, a darle a La casa el toque de excelencia que un licenciado en materia, con mil y un proyectos profesionales y personales vinculados a la escritura de guiones, puede otorgar. Una película: Cuentos de Tokio Una serie: Seinfeld

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Comentarios

  1. XDD Muy diver y muy linda (la crítica, of course). Y chichilluda, eh? Que yo me sumo a tu indignación cuando les sueltan estas bostas moñiles .2 y .3 a l@s crí@s -que se lo tragan todo- y encima sosa y fea por lo que dices… Por cierto, "valores benettonianos", muy bueno ;).

    En otro orden de cosas: a mí me encantan las obleas consagradas y sin consagrar. Que se me enganchen al paladar ;)).

  2. De pequeño, a un vecino mío le traían los restos de cortar las obleas. Como si fueran galletas nos los papeábamos oiga.

  3. Idem de idem. Yo las iba a buscar a un convento de monjas de clausura (en Girona). Dejaba un duro en el torno, lo giraban y aparecía un bolsote de restos de hostias, magia potagia, lo encontraba fascinante. Y engancharme un montón a paladar también XDD.

    Si al final me veo algún día Happy Feet 2 me voy a buscar una bolsa y me las como en honor del Blutito y su subidón diabetico viendo la peli XDD

  4. Iba a soltar una charla relacionada con el rechazo que me provoca semejante manjar, con una posible implicación psicológica ligada a mi reticencia frontal por todo lo que tiene que ver con la Iglesia y con las más que probables carencias nutritivas del producto. Iba.

    Pero:

    ecs

  5. Tú no las has probáo nunca, si no no dirías lo que dices… que para jugar en la boca son superdivers, en serio…

  6. Otia, en casa hubo en periodo en que teníamos láminas enteras de "pan de oblea". Me sumo, me sumo: de lo mejor que he probado, así en plan picoteo.

    (Y no es por religión ni nada, pero pan de oblea más una copa -o una botella entera, allá cada uno) de vino tinto…. joer, le solucionan a uno un partido aburrido de fútbol, true story

  7. También te repele el vino Bluto?
    – Vino, señor?
    – qué pasa, tengo pinta de cura, eh?

  8. Pan de oblea (restos de ostias) + mojitos de Ron Areucas para la party Casera, bieeeeen!!! Esto se va definiendo, al menos a nivel gastronómico, narinant…. XDD Seguiremos definiendo un menú que exalte los prejuicios eclesiásticos (perdón post-juicios) de Bluto. Teta de monja? Boccone di cardinale? Seguiré pensando…

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