Crítica de Hermana muerte
Oíd, si Paco Plaza va a acabar siendo el capitoste de una suerte de respuesta española al universo Warren, bienvenido sea. Siete años después de que su Verónica se convirtiera en una auténtica revolución, Hermana muerte expande su lore sirviendo, además, de portfolio pata un cineasta camaleónico en lo que al cine de género se refiere: si en 2017 Plaza se sacaba de la chistera un survival fantasmagórico en un piso de Madrid, ahora la atención se centra en los orígenes de la monja ciega que por ahí pululaba, por lo que toca echar la vista atrás en fondo y forma. En concreto, hacia el cine de terror de hace algunas décadas, Ibañez Serrador a la cabeza.
Recoge el legado de Verónica, pues, una nueva pesadilla ambientada ahora en un convento y durante la posguerra, necesario por un tanto un cambio que se palpa ya desde sus primeros minutos: tras un prólogo tan mal rollero como visualmente coqueto, acompañamos a la protagonista a su ingreso en el convento, en una pantalla que parece ir haciéndose cada vez más pequeña, como aprisionáando a la actriz, fruto de la ingeniosa dirección de un Paco Plaza que, a partir de entonces, se centra en la atmósfera y la descripción por vía de la atención al detalle. Planos sumamente estudiados para permitir, o no, que la imagen (y por ende, el público) respire, contraste de colores entre el purísimo blanco de las vestimentas de las monjas, y la oscuridad que las rodea…
Todo pinta de cara, en definitiva, en una Hermana muerte a la que, sin embargo, algo le falla, y es curiosamente en lo único en lo que no podía fallar: no asusta. Al principio se cree que es por la atmósfera, o por la voluntad de la película de desarrollar su trama y dar profundidad a sus personajes. Pero conforme progresa, las set pieces de terror aumentan su presencia hasta adueñarse de prácticamente todos los focos, y ya no hay pie a excusas. Simplemente, no consigue dar miedo. Porque son sustos previsibles y escenas tramposas, cuyas trampas nos sabemos de memoria. Parece como si no estuviera en absoluto interesada por el terror. Como si fuera un trámite por el que tener que pasar para cumplir con el contrato, pudiendo así centrarse en lo que de verdad quiere hacer. Sólo que eso tampoco lo resuelve como cabía esperar.
Y es que junto con el guionista Jorge Guerricaechevarría, Paco Plaza se pasa de ambicioso con un entramado que se tira de cabeza a la denuncia a diestro y siniestro, entonando tanto un «yo sí te creo, hermana» como un «abajo el fascismo» de garrafón, cuyas voces tienen que emparejarse con la resolución del argumento principal, sobre fantasmas que parecen pulular por el lugar. Muchas piezas que juntar en una resolución que peca de un tanto desmadrada, pero sobre todo de exceso de exposición. Y, a la postre, acaba resultando bastante anticlimática.
Con todo, lo decía al principio: ojalá Paco Plaza se convierta en el abanderado de una nueva ola de terror (si no lo es ya), y si además expande el lore Verónica, dónde hay que firmar. Es un gusto ver que existen cineastas capaces de ofrecer una calidad exquisita pese a moverse en ámbitos puramente comerciales. Es algo que nuestras retinas agradecen, y de qué manera: es verdad que Hermana muerte puede resultar mucho más apática de lo que cabía esperar, pero a nivel formal, a lo mejor estamos ante el mejor trabajo de Plaza hasta la fecha. Ahí es nada.
Trailer de Hermana muerte
Hermana muerte: yo te creo, hermana
FOMÓMETRO
Paco Plaza realiza una película exquisita en lo formal que, sin embargo, falla en lo emocional: Hermana muerte es muy bonita de ver, pero se sigue con cierta apatía por su incapacidad a la hora de asustar o emocionar. Con todo, más que digna precuela de la muy superior Verónica.