Crítica de Una historia de amor italiana (Supereroi)
Hay que rememorar la existencia de Lazzaro feliz. Que grandes artistas como Sorrentino existen y siguen en plena forma. Hay que hacerlo, para recordar que el cine italiano de calidad existe. Que el circuito no comercial es estimulante, y que el comercial (incluyamos al de La gran belleza en dicha categoría) puede sacarse de la chistera grandes propuestas. Hay que recordarlo… porque de lo contrario es muy difícil. Porque a cada paso hacia delante de una industria ,antaño potentísima, da dos, tres, mil hacia atrás, quedando en el estado comatoso en que está hoy en día. Normal que el sambenito de «el cine italiano son sólo telenovelas» haya adquirido tanta fuerza. Normal que, cada vez que se piense en cine italiano, caspa sea lo primero que venga a la mente. ¡Si es que es un tiro al pie después de otro! Difícil evolución hacia delante habrá, mientras se le siga dando comba a directores como Paolo Genovese.
El director curtido en comedias románticas de esas, vuelve a la carga con Supereroi, por aquí traducida como Una historia de amor italiana para hacer más leña del árbol caído. Es la historia de hombre y mujer (¡faltaría más!) que se conocen, se enamoran, y diez años después siguen juntos, y de ahí que se consideren superhéroes. Y aunque el título original y su premisa pudieran tener cierta gracia, la traducción española no da pie al error: efectivamente, estamos ante otra sosa, previsible, manida, casposa y equivocada para los tiempos que corren, comedia de amor italiana. De esas que parecen un anuncio de Estrella Damm (o de Moretti, vaya). De esas que parecen rodadas ya con un filtro de Instagram puesto. Y de esas que no parecen haber llegado al año en que se estrenan.
Todo en ella está mal, conceptualmente mal. Empezando por el retrato que se le hace a la mujer, que confunde demasiadas veces libertad e independencia, con ser una loca del coño celosa y con la vida patas arriba (y por supuesto, a la que hay que desnudar a las primeras de cambio). O el retrato de él, que confunde ¿voluntariamente? su aptitud de pasmarote en la vida, con el ser responsable y único con la cabeza en los hombros. Sus amigos, conocidos y gente que los rodea, de un heterobásico, cis-blanco-pudiente que echa para atrás. Sus objetivos vitales, que retratan una sociedad de la que el país de la pizza no va a poder desprenderse nunca si se la sigue vanagloriando. Y el concepto de pareja, rancio y desfasado; que por mí bien que Genovese crea en la pareja clásica en la que la unión hace la fuerza etc; pero ¿no iría siendo hora ya de plantearla desde un punto de vista algo más innovativo?
El problema, sin embargo, es que todo el planteamiento del guion también está mal: tan obcecada está la película con sorprender (?) desde su estructura temporal (dos líneas del tiempo que discurren en paralelo), que se olvida de profundizar en todas y cada una de las cuestiones que plantea (y que nos desvelaremos aquí por si a alguien se le ocurre verla), dejándolas en meros esbozos. Como esbozos son los conflictos: como era de esperar, no son diez años de un camino de rosas, sino que el recorrido esconde los baches con los que cualquier pareja longeva podría identificarse. Pero al par de escenas, tales baches se allanan. Cualquier atisbo de problema queda resuelto en cuestión de un par de minutos, en pos de una nueva elipsis temporal, de un nuevo momento de tranquilidad emocional. Así, ¿cómo va a poderse plantear nada mínimamente rompedor?
Y tampoco creáis que los saltos temporales recién mentados rejuvenecen el cotarro. Como buen ejemplo (y van…) de lo peor del cine italiano actual, Una historia de amor italiana es absolutamente clásica en su estructura, previsible hasta en su última coma, e incluso cayendo en el habitual giro dramático en su tercio final (obviamente, acompañado de un sinfín de violines y melodías para intentar arrancar, sin suerte, una lágrima). No, desde luego, así es imposible.
Por su parte, tampoco es que Genovese haga nada por enmendarlo. Amén de un par de localizaciones vistosas, la película está francamente… mal hecha, con movimientos de cámara torpes, planos confusos, y un montaje que clama al cielo. Atención a esos pasajes en un supermercado, rodados en digital… pero ¿qué digital? ¿Un Xiaomi de hace diez años? O a ciertas conversaciones con planos feístas y que duran décimas de segundo (acaso, justamente, por lo feos que son) generando migraña más que otra cosa.
En fin, qué desastre, todo. Qué mensajes más de los años 70, qué película más para el agrado de la derecha rancia, qué poca voluntad artística en su gestación… demasiado barro para que puedan brillar los dos protagonistas, Jasmine Trinca y Alessandro Borghi, quienes dentro de lo que cabe, conectan y generan empatía de manera más o menos rápida. Tanto es así que parecería que ellos solos, sin bandas sonoras ni filtros visuales, podrían llegar a emocionarnos en sus lacrimógenos minutos finales. Ah, pero no, que para eso está la conclusión con cancioncilla pop de turno especialmente compuesta para la ocasión, tan hortera y empalagosa como para acabar de disparar nuevos niveles de azúcar… y de paciencia.
Este cine rancio, feo, arcaico y moralmente reprobable no lo queremos ver ni en pintura. Si siguen haciéndolo en Italia, por lo menos que no se exporte, gracias.
Trailer de Una historia de amor italiana (en VO)
Una historia de amor italiana: para superhéroes, quienes la aguanten
Por qué (no) ver Una historia de amor italiana
Paolo Genovese demuestra que sus ¿mejores? películas son golpes de suerte en medio de una filmografía trufada de mediocridades indignas de los tiempos que corren. Supereroi, o Una historia de amor italiana, sólo es la última muesca de un cine que debería desaparecer de una vez por todas.