Crítica de Historias de la edad de oro

Simpático recopilatorio de cuentos -leyenda urbanas, se afirma- relacionados con los años de dictadura de Ceaucescu en Rumanía, este «Historias de la Edad de Oro».
Bajo tan irónico título (bien, hay que decir que «La edad de oro» es el nombre que recibió la etapa política y social en la que Ceaucescu, todo estrella, estuvo mandando por aquellos lares) se esconde un interesante experimento a descubrir. Interesante, primero, porque pone en el mapa a una serie de directores para un país que, más allá quizá de Cristi Puiu, Cristian Mungiu y alguno más, va corto en grandes nombres a exportar. Así, Hanno Höfer, Razvan Marculescu, el mismo Cristian Mungiu, Constantin Popescu e Ioana Uricaru se ponen al servicio de estas seis leyendas populares, cortometrajes/retrato social más o menos fabulado. Y nunca mejor dicho lo de que se ponen al servicio de, puesto que, seamos francos, al final el estilo de cada uno queda convenientemente homogeneizado en virtud del conjunto global. De modo que sí, es interesante conocer más cine rumano, pero de momento esto es un proyecto colectivo y otro día será.
Pero obviando este hecho, la verdad es que el resultado es muy positivo. Divididos en dos grandes segmentos, los seis cortos que componen «Historias de la Edad de Oro» se conforman como un gran fresco cómico-costumbrista de esa época, más bien funesta, que ocupó más de dos décadas de la historia del país.
Hay que recordar que bajo una promesa de prosperidad económica y con la excusa de la unificación comunista, Ceaucescu se erigió como único gobernante en un país que terminó cincelando a su conveniencia. Lo cual incluía desde la censura a la libertad de expresión hasta crímenes contra la humanidad en forma de genocidio.
Así que, con más humor e ironía que tragedia y autocomplacencia, los elementos más absurdos de la dictadura (intercambiad «la» por «las», si queréis) quedan retratados en una serie de historietas de lo más entrañables que incluyen, por ejemplo, la gran metedura de pata de un fotógrafo del partido comunista a quien se le ordena que fotografíe al Presidente, la accidentada aventura rural de un activista empeñado en alfabetizar a todo un pueblo, un transportista de pollos o un pobre tipo que acaba de tener la peor idea de la historia para sacrificar a un cerdo. Gente, en fin, que termina por complicarse la vida y complicársela a los demás por culpa de un sistema de reglas sociales trastornado.
Y es curioso cómo la película, si bien no puede presumir de tener una personalidad aplastante, sí logra hacerse una voz propia, aun a costa de ir tomando préstamos de aquí y allá para integrarlos en ese discurso suyo tan costumbrista. Y sorprende ver de este modo cómo se empieza la andadura con una especie de versión balcánica de «Bienvenido Míster Marshall», tan influida por esa acidez cómica del llorado director de «Calabuch» como por el humor absurdo del Tati de «Día de fiesta». Y aderezado todo festivamente con un jolgorio folklórico a lo Kusturica. ¿Mezcla extraña? Para nada, no hay más que verlo.
O esa suerte de «Bonnie y Clyde» domésticos desmitificados, con esa pareja que se dedica a engañar a la gente haciéndoles creer que embotellan aire. ¿Sic? No demasiados años de oscurantismo. Pura excitación juvenil con final-gatillazo.
Son dos ejemplos.
Sea como sea, ese humor (más presente en la primera parte que en la segunda, hay que decir) no es una fuga ni una excusa para no enfrentar los demonios de un país que, no sólo no los ha superado, sino que nunca los ha perdido del todo (tristemente aún hoy se da soporte a la causa comunista caucesquiana).
La ironización sobre los mecanismos burocráticos de los afines al gobierno y sus paranoias anticapitalistas, la absurdidad de algunos de los preceptos del mismo, la enorme separación entre el pueblo y el poder, entre sus edictos y las realidades rurales. Todo ello queda retratado con precisión y mala baba. Con ese surrealismo que impregna las clases medias-bajas y sus problemas para sacar sus vidas adelante frente un gobierno que, en el fondo, les es completamente ajeno.
A nivel global, la película flaquea hacia el final, con una última historia que frunce un poco más el ceño y pierde un tanto el humor, quedando reducida a un drama intimista algo desaborido. Y al final estos seis relatos, aun cortos, alargan la película hasta unas dos horas y media que vistas del tirón probablemente puedan llegar a empachar un poco. Yo lo he hecho y efectivamente debo reconocer que al final se hace un pelín larga. Sin embargo, vista en dos partes puede resultar una película amable, tierna, ácida y una experiencia fresca y a ratos muy divertida.
Curiosa. En el buen sentido.

7/10

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Xavi Roldan empezó la aventura casahorrorífica al poco de que el blog tuviera vida. Su primera crítica fue de una película de Almodóvar. Y de ahí, empezó a generar especiales (Series Geek, Fantaterror español, cine gruesome...), a reseñar películas en profundidad... en definitiva, a darle a La casa el toque de excelencia que un licenciado en materia, con mil y un proyectos profesionales y personales vinculados a la escritura de guiones, puede otorgar. Una película: Cuentos de Tokio Una serie: Seinfeld

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Comentarios

  1. Buena reseña, estoy muy de acuerdo:

    Las dos primeras historias me parecieron de auténtica carcajada, la del maestro/activista un poco vacua, después de un comienzo divertido, y tanto la de las gallinas como la de los vendedores de aire, me gustaron, pero tienen quizá un tono demasiado diferente.

    En las notas de prensa decían que el orden de las historias no siempre era el mismo en su proyección en Cannes, porque lo habían pensado para que cualquiera fuera el correcto. Pero no estoy muy de acuerdo, porque es un poco extraño que empiece como una comedia y parezca que va perdiendo el sentido del humor por el camino.

  2. Pues fíjate que no sabía yo eso de Cannes… pero es curioso, sí…

    Estoy de acuerdo en eso de que es raro que empiece como una comedia y termine… bueno, como termina.

    Gracias por pasarte y comentar!!

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