Crítica de Hobo with a Shotgun
Con la lección bien aprendida se presenta Hobo with a Shotgun. La lección de los rollos Grindhouse tan de moda últimamente, claro: musiquita retro, títulos de crédito en amarillo monocromático, e imagen saturadísima fardando (y así lo pone por escrito) de glorioso Technicolor ya pone sobre aviso de lo que va a pasar por las retinas del espectador. Un exploit de los inventos recientes de Tarantino y Rodriguez tanto a nivel formal como argumental, zooms y violencia visual (gore, vamos) a tutiplén para un argumento con forma de canela en rama para los aficionados de las chuminadas cachondas que casi nunca llegan a la gran pantalla. Exactor de lujo incluido, claro. Aquí, la cosa va de un Rutger Hauer mendigo, sin un dólar en el bolsillo ni techo bajo el que dormir, que sueña con ahorrar lo suficiente de la voluntad del respetable, para comprarse una cortadora de césped y empezar un tingladete la mar de respetable como jardinero. Pero vive en una ciudad infestada de ricos pijos que maltratan a los pobres porque sí. Pijos que revientan las cabezas de los pobres con autos de coche, que los decapitan usando tapas de alcantarilla, y que son espoleados por un magnate traficante, putero y fanático, y sus dos hijos vestidos de rigurosísimo blanco y gafas Ray-Ban. Así de bonitas están las cosas, y por eso, el bueno de Hauer decide posponer sus planes e invertir su dinero en una escopeta con la que limpiar las calles de tanta gentuza adinerada. Delicioso.
Lo cierto es que la propuesta se las trae. Pese a sus evidentes limitaciones (justificaciones más que de sobras para estrenar directamente en DVD), la película de un tal Jason Eisener tiene la santa virtud de dar exactamente lo que se le exige, esto es: jolgorio puro a base de zooms desfasados y planos aberrantes, horterismo en estado puro, música atronadora… y sí, ingentes cantidades de hemoglobina tipo aspersor. Con dichas bases bien establecidas, todo lo demás es secundario y sólo sirve, si acaso, para buscar el engordamiento del bendito tapón grasiento, ya formado, que evita que la sangre llegue al cerebro con propiedad. Vamos, que añade más leña al fuego que la acción suceda en un periodo sin determinar, que lo mismo parece el futuro cutre de 1997: Rescate en Nueva York, que la década de los ochenta. Suman y siguen las caracterizaciones del cuerpo de policía (ni uno sólo se salva de la corrupción) y de todos los organismos más o menos reconocibles a los que se hace referencia. Y aumentan la dosis del consumo potencial de cerveza por parte del espectador, escenas como la zombificación por abuso de drogas, el baño de sangre inicial, o los nuevos usos que la película le sabe encontrar a las cuchillas de afeitar y a los patines para el hielo.
Más que nada, lo mejor de este último punto es la concatenación de tantos elementos. Por momentos, Hobo with a Shotgun se convierte en una auténtica vorágine de violencia, del empleo «original» de un bate «original» se pasa a la escena de autobús escolar a ritmo de Burn, Lei It Burn, y de ahí al también «original» empleo del patín de hielo. Al rato, una cacería de sintechos por parte de niñitos de papá cegados por el miedo. Y así sucesivamente, hasta dar con el colofón final en forma de malos malosos con armaduras y armas que le dan un nuevo sentido a lo macabro.
A golpe de escopeta, de hacha, de arpón o de lo que pille más a mano se llega a su glorioso clímax, en el que comulgan las dos vías principales por las que circula Hobo with a Shotgun: violencia festiva por un lado (ojo al momento muñón, de cabeza a los anales del género)… y cierta carga moral totalmente innecesaria por otra. Que sí, que a veces funciona la mar de bien. Precisamente, la escena final es claro ejemplo de ello (otra: la charla a los bebés de un hospital). Pero por lo general, ese discurso absolutamente intrascendente sobre los males de la sociedad no sólo no pega, sino que se convierte en lo peor de la película. Como lo hacía, a fin de cuentas, en la gran mayoría de cintas de serie Z de los ochenta y noventa.
Pese a ese exceso de consciencia que impide que la locura sea total y absoluta, la cinta cumple a la perfección su condición de chorrada como un piano, hiperviolenta e hiperfestiva, a consumir preferiblemente entre colegas y litronas. ¿Aporta algo a la historia del cine? ¿Merece una mejor suerte comercial? Por descontado que no, pero estas son tan sólo dos armas más con las que Hobo with a Shotgun, desde sus limitaciones, sabe jugar a la perfección
6/10