Crítica de El hombre de acero (Man of Steel)
«Superdioses». Lo dice Grant Morrison. En la época en que la austeridad tiene que abrirse paso por cojones entre las cotidianidad más inmediata de los ciudadanos, las deidades, las figuras místicas, los grandes reflejos de fortalezas y flaquezas humanas están representados en relatos más grandes que la vida. Oscuros, cercanos a la suciedad de la tierra y estrictamente ligados a la naturaleza desconfiada, derrotista y crepuscular del hombre postmoderno. Pero eminentemente grandes, enormes, cercanos al concepto, una vez soñado por Stan Lee y Jack Kirby, hoy materializado por Christopher Nolan, de «el tebeo más grande del mundo». Era en las épocas de la eclosión de Marvel en un mundo, el superheroico, que bien entrada la Edad de Plata necesitaba renovación. Pero hoy parece haber sido acuñado por una DC empeñada en buscarle la cruz a la moneda de su competidora tras el exitazo planetario de Los Vengadores. Los Batman de Christopher Nolan, pero muy especialmente este Superman de Zack Snyder (teledirigido por el propio Nolan) apuestan por la seriedad.
Y aquí, menos mal, esa seriedad no parece reñida con la visceralidad (y sexualización) de un espectáculo eminentemente onanista, con el puro placer por la acumulación de estímulos de carácter hedonista, con el apetito por la destrucción de un Snyder que sólo parece saber ir un paso (o trescientos, da igual) más allá cada vez. ¿Es eso más halagüeño que la perspectiva de un nuevo Hombre Murciélago engolado y anti-lúdico, excesivamente autoconsciente y perdido en su propia pretenciosidad? Pues sí en cierto modo y no en el otro. Sí por esa búsqueda continua de la renovación de la sorpresa, de la maravilla espectacular y del mastodontismo formal. No porque, a tenor de los resultados, esta película -por llamarla de manera asumible- no concede espacio ni tiempo para plantear(se) cuestiones internas de desarrollo de guión. Dicho de otra manera, El hombre de acero es tan grande que se olvida de saber ser a ratos pequeña.
Y eso es algo que debería ser intrínseco a todo relato superheroico. Porque más allá del músculo está el cerebro, y más allá de la heroicidad la tragedia. No la ópera, no el circo; el auténtico drama. El miedo, la debilidad, la, en fin, la humanidad. Si los superhéroes nos definen como hombres vulnerables es porque los superhéroes son la maximización de nuestras propias características, no la mera representación fantasiosa de unos deseos incumplibles: sí, todos podemos soñar con alzar los pies de la tierra para emprender un vuelo a mach 3, pero cuando nos despertamos todos somos Clark Kent y ninguno Kal-El. Porque nuestras heroicidades son distintas; emocionales, afectivas, cotidianas. Y eso debe subyacer en todo relato de estas características. Sea en el de unos mutantes que deben luchar por su adaptación; en el de un muchacho arácnido que debe financiarse el alquiler del piso; en el de un hombre murciélago que tiene que lidiar con la muerte de sus padres y el uso totémico de su propio miedo.
Ese tipo de prfundidad de personaje está en el ADN de Superman y también en las memorias de intenciones de El hombre de acero. Pero menos. Si algo hace que el tiempo se deslice sobre el Superman de Richard Donner sin despeinarle un solo pelo, sin marchitar y oxidar su brillante carcasa. Si incluso la oscuridad puede llegar a esa misma versión -se habla de un montaje nunca estrenado de Superman II rodado por el mismo Donner en lugar del oficial Lester, mucho más sombrío que este último- y no sumirla en un agujero de seriedad impostada es porque, pese a todo, aquellas películas estaban cargadas de buenas ideas y estaban ejecutadas desde el ingenio, desde la seguridad que daba tener un potente corazón bombeando y un espíritu al que agarrarse.
La versión Snyder nos habla de un Clark/Kal-El cercano, casi costumbrista en los momentos que lo han convertido en quien hoy es (en la representación de su Kansas hay sequedad formal, rigor visual) mediante una sucesión de flashbacks que, sin ignorarlo, soslayan el enésimo relato de los hechos de sobras conocidos. Pero a pesar de ello, a pesar de una observación -muy acertada en concepto- de la naturaleza casi desde un esteticismo malickiano, a pesar de una evidente construcción de lazos entre Clark y el mundo al que está predestinado salvar, no parece haber nada realmente auténtico bullendo en el relato de madurez que se nos presenta. O por lo menos nada especialmente emotivo, arrebatado. Más bien todo responde a un diseño preestablecido de rigidez y seriedad, de adscripción a unos cánones de un cine superheroico pretendidamente adulto.
Sin embargo es imperdonable la escasísima descripción de personajes, el desinteresado desarrollo de sus relaciones, el limitado trabajo con los diálogos y las motivaciones. O incluso el insistente uso de la simbología religiosa y la reiterada alegoría cristiana, melifluo tratamiento de las profundísimas e interesantísimas relaciones de estos -aquí palabras de Kirby- Nuevos Dioses con los dioses clásicos. Así, la recurrente búsqueda de la identidad relacionada con el destino mesiánico de Superman, la fractura emocional de los dos mundos -aquí subrayada por una cuestionable decisión de cuota de pantalla de Jor-El, padre de Kal-, se presenta no sólo esbozada sino casi torpe, forzada en su búsqueda de profundidad equivocada en las coordenadas: Alan Moore nos demostraba más de una vez el ilimitado potencial del hombre de acero como personaje abismal, pero Zack Snyder ha parecido incapaz de ajustarse a él. Algo como lo que le ocurrió con la desnortada adaptación de Watchmen.
Y es que a pesar de que David S. Goyer, solvente guionista pijamero, y el propio Christopher Nolan aparecen como firmantes del guión, al final todo tipo de responsabilidad, para lo bueno y para lo malo, recae en Zack Snyder. En un director que parece haberse rendido en la búsqueda de un estilo propio que siempre se le ha resistido, de un sello personal que resulte reconocible más allá de la propia elección de los trabajos que pretende acometer. Y este vuelve a no ser su momento: el Snyder de El hombre de acero no es más que un destilado de Nolan que toma su oscurantismo pero no su envidiable capacidad narrativa y su potente poso intelectualizado. A cambio, se muestra ágil en las batallas y más ruidoso que nadie en los arranques de película catastrofista que se van sucediendo sin respiro. Pero a parte de eso, la opción autoral, el posicionamiento en el que debe basarse todo tipo de toma de decisiones arriesgadas, es inexistente. Porque no hay decisiones arriesgadas.
Y en fin, si sacaba a relucir todas las carencias de la cinta es porque caen por su propio peso en los momentos en que la acción se detiene. Pero hay que ser honestos con la verdad, y yo hasta este punto no lo estoy siendo del todo. Porque la acción casi no se detiene. Al margen de homenajes serios al personaje (lo de Singer rozó el desastre), al margen de filosofías del botón de reset, al margen de estrategias comerciales relacionadas con un más que probable universo fílmico DC centrado en la Liga de la Justicia, El hombre de acero pretende ser la más apabullante película jamás filmada.
Y lo consigue. Si hay poco rastro de épica humana en la película -quizá la gran mayoría localizable gracias a las presencias poderosas de Henry Cavill y Michael Shannon-, la sobrehumana marca cotas nunca vistas. Las monstruosas secuencias de destrucción masiva -11S, de nuevo-, el faraónico planteamiento global de ataque a la Tierra, las aplastantes bacanales de efectos especiales y las baterías de sonido macroscópico se suceden sin apenas tregua ni descanso para un espectador irremediablemente aturrullado, sobrepasado, hiperepatado, incapaz de reaccionar, pero también de pestañear. Impotente ante el intento de relajar un ritmo cardíaco en aumento constante, de escapar de un festín de sensaciones físicas que lo engullen despiadadamente. Tanto, que no es difícil incurrir en la paradoja y quedar fuera de juego al poco de empezar la película, expulsado por su propia incontinencia visual, repelido por ese simple placer del exceso, de la sensación de que los responsable de todo esto han intentado hacer, sencillamente, lo más definitivo de lo más definitivo.
Así que se hace muy fácil despachar un juicio crítico posicionándose en un lugar más o menos ajeno a todo lo que ocurre en pantalla, pero francamente complicado hacerlo con un mínimo de justicia y de implicación, más allá de comentarios objetivos relacionados con una banda sonora en la que Hans Zimmer vuelve a reciclarse, con la abundancia de guiños infinitamente sutiles destinados a los fans más hardcore de DC, con la ausencia premeditada de elementos clásicos de la cosmogonía supermanesca, como la kryptonita o Jimmy Olsen. No, con suerte podemos alcanzar a examinarnos a nosotros mismos tras el visionado de estas dos horas y media superhumanas y reparar en lo exhaustos que quedamos, en lo incapaces que somos de movernos, de articular palabra, no digamos ya de tejer ese hilo de pensamientos coherentes. En lo terrorífico que se presenta el panorama si esto avanza -y así lo hace- en semejante progresión geométrica.
Pero a pesar de todo esto, el último hijo de Krypton se ha colado a golpe de musculatura en el desarrollo de nuestras horas posteriores y, de pronto, nos descubrimos pasando el mono de la metadona: la realidad no es tan alucinante como nos la presenta El hombre de acero y tenemos que volver a ella cuanto antes mejor. Pero es porque necesitamos el chute adrenalínico, no la alimentación psicotrópica.
7/10
Menuda crítica Xavi, me ha encantado. Si te soy sincero tenía mucha curiosidad de leer la opinión de la casa después de semejante empacho sonoro/visual (la he visto esta tarde). Como bien describes, es difícil guardar una cierta coherencia en "esbozar" una opinión lo más cercana posible a la objetividad, después de ver esta película.
"…expulsado por su propia incontinencia visual, repelido por ese simple placer del exceso…" Jajaja, no lo hubiese dicho mejor
"Porque nuestras heroicidades son distintas; emocionales, afectivas, cotidianas" Absolutamente de acuerdo en que se echa en falta algo de trabajo en la construcción de los personajes.
Respecto a algunas escenas, para mí están estéticamente muy conseguidas y técnicamente muy bien pensadas (composición, iluminación…). No solo lo digo por las de acción (y sus toneladas de efectos visuales) sino por la forma de presentarnos al personaje en ciertos momentos. Es la primera vez que no veo (estéticamente) a un Superman ñoño o que el traje le sienta como un pijama.
En general me ha gustado bastante y a años luz del Superman Returns del 2006. Ensalada variada/cuatro estaciones/megacargada de aliño de hostias, mamporros, socavones, agujeros, superguerrers, etc, de donde sales lleno y satisfecho hasta el 2050. Más profundidad en los personajes hubiese sido la guinda y en cuanto a la cámara… no se si soy el único pero esos zooms, y movimientos descontrolados en medio de un diálogo en la granja de Kansas o mientras la acción no lo merece, acaban cansando en un inicio. Luego las pupilas (hinchadas del festín) se acostumbran.
Muy buena nota (le doy la misma) y crítica magistral (tenías dificultad añadida).
PD: Ahora que nadie nos lee te confesaré que tengo ganas de verla otra vez… Será el mono? ;)
Saludísimos y felicidades por el cambio de casa. Mejora estética/estructural conservando la calidez que os distingue de los demás.
Hombre, Mistah Monstah…! Qué alegrión leerte. …Y contestarte tarde, sorry. Mucho lío en general con todo, er, en general.
Pero vamos, que de acuerdísimo en todo, como siempre.
JUAS, especialmente en eso de "satisfecho hasta 2050". Mi cuerpo no me va a pedir más supes por lo menos en cinco lustros…
Aunque, no nos engañemos, en cuanto estrenen la segunda, estaremos ahí como fanáticos, jeje…
Por lo demás, miles de gracias por los (dudosamente merecidos) piropos, y le paso a nuestro técnico (Carlos, claro, que yo de hordenaores, de esos, ni papa) las felicitaciones por lo del apartado visual de la página.
Como siempre, un überplacer leerte
Un abrazote, monstruo*!!
(*literal)
Yo todavía no sé posicionarme… Me despierto por la mañana y me entran nauseas de pensar en esa presentación atrofiada, arrítmica y vaga de los personajes. Hacia el medio dia me acuerdo de la atmósfera que consigue trasmitir cuando la trama arranca… y me sale una sonrisilla. Pero llega la noche y tengo dolor de cabeza ante semejante hostia en toda la cara que es el último acto.
No sé si me gustó pero tuvo cosas que me enfadó. No noto a Zack Snyder por ningún sitio, tampoco a Nolan (¿sobrio o vacío?), Cavill pone morritos pero tampoco le piden otra cosa. En definitiva Man of Steel no sabe ni quien es ni qué quiere contar. Es torpe pero bonita. No sé.
Supermeh: Meh of steel.