Crítica de The Host (La huésped)

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Ante el estreno de The Host algo me impulsa a dejar hacer, dejar pasar; a no meter las narices donde no me llaman. Estamos en terreno reservado a adolescentes emocionables azuzadas por incipientes impulsos corporales de índole química, y la verdad no sé qué se nos ha perdido en todo esto. Cualquier envite crítico por nuestra parte caerá en saco roto en el mejor de los casos y será en el peor sepultado bajo un atronador griterío psicofan de hordas de groupies cabreadas con nosotros, los viejos huraños prostatíticos. Pero es nuestro deber informar, especialmente para todos aquellos fans despistados -si es que queda alguno; y si así es, efectivamente estará muy despistado- de Andrew Niccol, el director de esta cosa. Y es que quien aún creyera tras In Time, hasta la fecha absoluto nadir del realizador, que quien una vez apuntó alto con Gattaca podría volver a alcanzar aquellas cotas, que vaya abandonando toda esperanza. The Host le certifica a Niccol una larga temporada más en barbecho, en fuera de fuego creativo.

Aunque a decir verdad aquí parece que no tengamos que hablar tanto de él como de la indiscutible abeja reina al mando del cotarro: Stephenie Meyer. El director se mantiene suficientemente desaparecido como para, al final, eximir toda clase de responsabilidades. No, aquí hay que pedir cuentas a los productores o, en un gesto de equilibrio kármico irresoluble, a la evolución social de la industria global del entretenimiento. Porque es Meyer la responsable directa del texto original de The Host y también la causante indirecta del desastre que representa esta película: Hollywood se ha plegado a la fórmula millonaria y parece temerosa, o quizá incapacitada, de tocar una sola coma de la receta del éxito. Así que no osaré en calificar esta película de mala (no en tanto que logra lo que se propone), pero sí deberíamos poder darnos el gusto de calificarla de nula.

Porque ante todo The Host es una película vacía. Es una nueva prueba fílmica de las populares teorías de Maquiavelo. Aquí lo que importa es «qué» (triunfar entre su target objetivo), pero no «cómo» (dispensando un enorme montón de nada). De modo que a todos esos individuos que vayan a pasar por taquilla deberá darles igual si la película parte de un guión, adaptado por el propio Niccol, totalmente obvio, pueril y estúpido. Una historia que podría recordar en cierto modo a La invasión de los ladrones de cuerpos y se articula a través de una distopía desértica a lo Mad Max: en un futuro incierto una raza extraterrestres ha impuesto su sociedad perfecta, equilibrada, inmaculada, a costa de colonizar cuerpos humanos con sus propias almas alienígenas. En ese contexto, una alien disidente con restos de consciencia humana se une a los últimos exiliados terrícolas, que recorren carreteras polvorientas organizados en grupos de resistencia. Y he aquí la principal diferencia con su hermana vampírica. En esta ocasión la trama romántica vertebral no se encuadra en los canones del cine de terror sino de la ciencia ficción que, al cabo, sólo termina resultando en un caprichoso gimmick. Una excusa como cualquier otra, casi azarosa, para dar un recipiente estable a la trama sentimental.

Porque de nuevo, aquí lo que importa es ceñirse al cánon, colocar a una fémina y dos protohombres en el centro del relato y desplegar a partir de aquí la historieta de telenovela sentimentaloide de y para adolescentes. Y los ingredientes usados responden a las necesidades afectivas básicas de su público: romanticismo altamente relamido, con tendencia a la simplificación cursi y de formas neoconservadoras (pocas posibilidades reales de sexo físico). Actores postadolescentes prototipo Disney Channel, de estudiada apariencia pueblerina rebelde, enmascarando una tendencia hacia lo redneck y el cabezahuequismo sureño. Carga alegórica sencilla, relacionada esta vez con las luchas internas que mantiene uno consigo mismo durante la adolescencia. Más un ligero mensaje pacifista new age de toques ecologistas y que queda finalmente oscurecido por otra pretensión, la exactamente opuesta: esa celebración de la imperfección humana en un contexto de profilaxis social. ¿En qué quedamos?

El resto de población mundial, sin embargo, se va a encontrar con un pseudodrama de maduración cimentado sobre una estructura narrativa endeble, simplona, mínima en recursos argumentales y raquítica en emociones reales. En otras palabras, The Host es una película sin alicientes, un espectáculo dudoso eminentemente aburrido, plano, plagado de personajes indefinidos, abúlicos. Un thriller con una planificación de objetivos poco interesante, sin una amenaza clara y, por consiguiente, sin auténtico suspense. Una película, además, contada de la manera más funcional posible, recorrida por diálogos reiterativos, que buscan el constante subrayado y terminan sobreverbalizando hasta la más mínima acción, garantizando y certificando para nuestro futuro próximo la idiotización de las generaciones venideras. Justo lo que decíamos al principio: no salirse del libro de estilo para seguir exprimiendo la platea.

Y eso es justo lo que ahora va a ocurrir. Que si The Host funciona en taquilla sufrirá secuelas inefables y con el paso de los años y la distorsión del recuerdo esta primera entrega de la saga quedará como «la buena». No os dejéis engañar. Ni es buena, ni siquiera es mala, ni es para ninguno de nosotros. Así que ellas dirán si les gusta, si no, si les da que llorar o si representa un nuevo estallido fractal de imágenes de archivo para sus respectivos yank banks.

Pero a mí ante este tipo de cosas no se me puede más que quedar cara de gilipollas. Vetusto cascarrabias que no se entera de nada. Y gilipollas.

3’5/10

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Xavi Roldan empezó la aventura casahorrorífica al poco de que el blog tuviera vida. Su primera crítica fue de una película de Almodóvar. Y de ahí, empezó a generar especiales (Series Geek, Fantaterror español, cine gruesome...), a reseñar películas en profundidad... en definitiva, a darle a La casa el toque de excelencia que un licenciado en materia, con mil y un proyectos profesionales y personales vinculados a la escritura de guiones, puede otorgar. Una película: Cuentos de Tokio Una serie: Seinfeld

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Comentarios

  1. Pues tú no calificarás la película de mala, Xavi, pero yo sí. La película es mala, malísima, da vergüenza, estomaga, incomoda y, fundamentalmente, enfada como si no hubiera un mañana y hubiera que reconcentrar todo el malhumor hoy.

    El siguiente párrafo contiene SPOILERS y, en atención a las normas de la Casa, lo advierto pero, desafiante, añado ¿y? En serio, recomiendo no ver la película.

    En una película de ciencia ficción es lícito que un medicamento cure en décimas de segundo lesiones susceptibles de causar la muerte o que extraterrestres parasiten cuerpos humanos. Pero lo que no es lícito es que en un mundo apocalíptico los pocos humanos que integran la resistencia tengan ese look de adolescentes recién salidos de la peluquería después de darse mechas y retocarse el corte. O que la protagonista se queme la cara en el desierto y se golpee contra una piedra, y sin medicina extraterrestre mediante, exhiba al día siguiente cutis impecable, deslucido únicamente por una pequeña cicatriz. O, ¿cómo narices instalaron los espejos?, ¿se llevaron grúas y demás maquinaria pesada al desierto sin llamar la atención? Ítem más, si los dos únicos requisitos para pasar desapercibidos son ponerse gafas de sol y no exceder el límite de velocidad, ¿cómo es posible que puedan olvidarse con semejante ligereza de la última norma?, con resultado de muerte, claro. ¿Acaso esa parte del guión (¿?) la escribió el equivalente norteamericano de la DGT?

    FIN DE LOS SPOILERS.

    Una recuerda la ambientación de la muy inquietante The road, por ejemplo, y la compara con esto…

    Las actuaciones también son lamentables o a mí me lo parecieron. ¡Ay, la bella Diane!

    La pregunta sería, ¿por qué entonces me metí a verla? Y yo qué sé. Noche lluviosa de Semana Santa en el sur. Multicines. Y la triste impresión de que no había otra (película) alternativa.

    En fin.

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