Crítica de Huevo
Habiendo empezado por el final, lógico al haber sido «Miel» la primera en estrenarse en nuestro país, resulta curioso recuperar y entretenerse con el principio de la extra-oficialmente conocida como «trilogía de Yusuf»: las tres películas son independientes, pero forman un camino único (y cronológicamente inverso, por cierto) e intentan trazar esta historia vital, la de un personaje llamado Yusuf, que no tiene por qué ser siempre el mismo, y las relaciones con su entorno más íntimo: su madre (en «Huevo» y «Leche«) y su padre (en «Miel»).
Y si en «Miel» buscaba retratarse un contexto concreto y desde una perspectiva curiosa, el de la Turquía rural desde el punto de vista de un niño, en «Huevo» (y aquí Yusuf es ya un hombre maduro) lo que se pretende es acceder a los sentimientos a través de un viejo y precioso recurso narrativo: el regreso del hijo pródigo.
Así es, con el fallecimiento de su madre Yusuf volverá al pueblo que le vio crecer y que lo perdió en detrimento de la cosmopolita Estambul. Ahora Yusuf es un poeta, con una vida montada consagrada a la cultura, y el retorno a la cuna -debería haberlo sospechado- le provocará un fuerte terremoto emocional. Allí la vida ha avanzado en su camino totalmente ajena a los vericuetos vitales de Yusuf: su difunta madre resulta haber pasado los últimos años de su vida con la compañía de una joven, Ayla. Los recuerdos más entrañables de su infancia han desaparecido.
Juega el director Semih Kaplanoglu con la desarmante idea del pasado irrecuperable y lo hace contrastar con el dolor y el pesar generado precisamente por ese mismo pretérito de manera que, como todo viaje que se precie, el de Yusuf es físico pero especialmente interior. El reencuentro con su pasado terminará llevándolo a reencontrarse consigo mismo. Inevitable cuando uno pretende volverse a ver con antiguos amigos, con familiares, con amantes, sólo para descubrir que ellos han seguido adelante con sus vidas.
Pero el descubrimiento de Yusuf pasa antes por el enfrentamiento con algunas ideas preconcebidas. Y es que el poeta se encuentra con que no son sólo trámites burocráticos lo que debe resolver con la desaparición de su madre: ella había dejado en el tintero una promesa póstuma de, digamos, implicaciones espirituales (concretamente, el sacrificio de un carnero), a lo que deberá enfrentarse también el pragmático, ilustrado Yusuf. Cosa que termina sucediendo en una secuencia, por cierto, que funciona como perfecta coda emocional aun manteniéndose en el fuera de plano, estupendo ejemplo de la enorme sensibilidad de Kaplanoglu hacia su personaje.
A nivel formal, «Huevo» establece lo que serán las constantes de la trilogía. Su ritmo pausado da aire y espacio a los sentimientos y pensamientos del espectador, que no se ve apabullado por una sucesión de trucos (sentimentales, argumentales) sino más bien necesitado de encontrar significados en los detalles más mínimos. Extraer la poesía de todo ello para poder disfrutar del tempo pausado y descontaminándose de lo sobreexplicativo: efectivamente, «Huevo» es muy parca en palabras y austera en líneas dramáticas (la del sacrificio del animal es sólo un leitmotiv que recorre la película como excusa para la evolución personal de Yusuf).
Y también está ahí ese mimo por el plano como unidad mínima de sentido. Esa intuición de que el director se ha parado y ha reflexionado cada encuadre, cada decisión referente a la luz, a la fotografía, hasta extraer toda la fuerza expresiva necesaria. A pesar de que «Huevo» no es visualmente tan irreprochable como «Miel», algunos pasajes hacen gala de una apabullante belleza.
Una manera atractiva, sensible y personal de emprender una saga. Sobrará decir que puede ahuyentar al espectador medio, pero gustará a los necesitados de oxígeno en forma de historia sencilla y sin demasiados aspavientos dramáticos.
7’5/10