Crítica de I Am a Ghost
Si hay una figura explotada en el cine, más incluso que los vampiros o los zombis, es el fantasma. Se ha usado la presencia paranormal por activa y por pasiva, dándole todos los significados y matices posibles, y empleándola para dramas, comedias y thrillers por igual. Claro, el resultado es variable. Por una parte está el menos agradecido, por saturado, mercado del cine de terror, donde el empleo de lo ultratúmbico se limita a la provocación de sobresaltos entre la platea, obteniéndolos sólo a veces; y por la otra el fantasma que va más allá (que no al Más Allá) en cuyo saco se puede incluir desde una comedia disparatada con tintes de expresionismo (Bitelchús), a una sempiterna obra maestra en que un fantasma en potencia se juega su futuro como tal contra la mismísima muerte, en un escenario afectado por la peste. Batiburrillos así no siempre funcionan (el ejemplo está en lo mal que casa el drama romántico con fantasmas y tornos de cerámica) pero por lo general son más estimulantes y consiguen revitalizar un género agotado tiempo ha. Sólo hay que ver el boom que supuso El sexto sentido, o la revolución que aporta al género sobrenatural la locura en estroboscópico blanco y negro titulada A Field in England. Más de un punto en común con estas dos tiene I Am a Ghost, independentísima propuesta que nos hace llegar H.P. Mendoza, que como ellas juega la carta de colocarse (y que no lean el final de la frase quienes no hayan visto aún la de Shyamalan) del lado del fantasma sin que éste lo tenga del todo claro. Oh, pero hay mucha más tela que cortar que un mero argumento que es curioso, sí, pero ya se ha visto total o parcialmente con anterioridad (recordemos también aquella secuencia desde el punto de vista de la madre fantasma en Mamá).
Porque mucho más interesante que el qué es el cómo. Provisto únicamente de una cámara réflex, el cineasta persigue a Emily (convincente Anna Ishida), una chica vestida de finales de siglo, mientras vaga por una casa grande, de decoración moderadamente recargada y sin ningún otro habitante. Pero es raro, todo: la joven parece realizar con puntillosa insistencia los mismos movimientos una y otra vez. Y así, la película se convierte en seguida en una sucesión de escenas desordenadas pero repetidas, el tiempo parece no avanzar. ¿Acaso no es eso lo que hacen los fantasmas: insistir en la reiteración de un acto mil y una veces, existiendo sólo a través de un recuerdo imperecedero? Eso defiende Mendoza, y para ello invita al espectador a un juego de diapositivas en movimiento (por así decirlo): encasquetados en un marco de bordes redondeados, se alternan con instantes de negro absoluto -cual paso de una filmina a la siguiente- planos fijos donde la acción parece casi congelada. Y se (de)construye así un entramado fragmentado, episódico, monótono, pero cargado de pistas que indican que algo no va bien. Aquí y allá suenan lamentos, ecos de pisadas; la protagonista parece ver algo que la asusta, agarra un cuchillo y pretende autolesionarse… En definitiva, la sensación de negrura va ahogando al espectador paulatinamente y según la estudiadísima batuta de Mendoza, absolutamente consciente de sus intenciones. Un Mendoza que, además, pone en evidencia un gusto exquisito y un savoir faire envidiable como cineasta total (escribe, dirige, monta, se encarga de la fotografía…). I Am a Ghost es interesante tanto a nivel argumental como de desarrollo, pero también depara profundas alegrías para los sentidos habida cuenta de una puesta en escena preciosa, claramente deudora de grandes ejemplos estetas del género (y no sólo) por los que demuestra auténtica devoción.
Vamos, que uno ve los escasos 70 minutos que dura el film y le vienen a la cabeza chispazos de Kubrick, de Lynch, de Weir y de la Hammer; de Nakata, de Bergman y de Wise. Universo de homenajes y referencias que H.P. Mendoza no tiene ninguna intención de disimular, sin que por ello quede en entredicho la personalidad de su obra, rabiosa y en constante estado de ebullición. Y de nuevo, siempre al servicio de su plan maestro, estudiado al milímetro. Porque la estructura de repetición congelada que ocupa el primer arco se altera justo cuando debe hacerlo (por motivos que no pueden revelarse) y lo hace en otro alarde de recursos artísticos que partiendo de más lugares comunes, derrochan originalidad narrativa y formal poniendo en evidencia que cuando se tienen ideas, la limitación monetaria es una mera curiosidad del proceso de rodaje. Si cabe, I Am a Ghost se torna así todavía más oscura, rara y malrollante. Desasosiego que explota en un arco final que eleva pulsaciones de manera inesperada, constituyendo un excelente, por terrorífico, ejemplo de puro género. O sea que además de constituir uno de los ejemplos más revitalizantes del obsoleto mundo de los fantasmas en el cine, resulta que acojona. ¿Se puede pedir algo más?
7/10
Y en el DVD…
Cameo se atreve con la distribución de este film por nuestros lares, y lo hace con una más que digna edición en DVD. A nivel de imagen tan sólo se le puede echar en cara cierta falta de detalle en los fondos más oscuros, quedando el resto en una muy buena definición y contraste de colores. Y del audio poco que decir: obligada versión original y doblaje al castellano, en ambos casos en 2.0 tan limitado como suficiente habida cuenta del material de base. Como detalle a agradecer, el disco rellena el espacio que deja el largometraje con cerca de 15 minutos de escenas detrás de las cámaras, y con un recopilatorio de trailers de lo más variado, además de una ficha técnica y otra artística. En definitiva, un disco pequeñito pero resultón, que le va como anillo al dedo a una película… tan pequeñita como resultona.