Crítica de Il divo
La última de las películas que recuperamos con motivo de la inminente ceremonia de los Oscar nos acerca a “Il divo”, biopic denso y exigente acerca de uno de los personajes de la política italiana más controvertidos que, habiéndose situado en más de una ocasión en la presidencia del Consejo de Ministros italiano, fue acusado de diversos casos de corrupción y de haber tratado con la mafia. Nos referimos a Giulio Andreotti, interpretado en pantalla por un Toni Servillo lo suficientemente bien acicalado como para que su maquillaje opte a la deseada estatuilla de la Academia.
No son pocos los que hablan de crisis en el cine italiano, generador de soap operas y sitcoms disfrazadas de producciones cinematográficas por excelencia. A tales voces parece querer enmudecer el tándem formado por Servillo (visto también en “Gomorra”) y el director Paolo Sorrentino, prácticamente inseparables desde el debut de éste, y cuya filmografía conjunta vio en “Le conseguenze dell’amore” el reconocimiento mundial confirmado con “Il divo”, que tras diez minutos de cerrada ovación en su paso por el festival de Cannes, obtuvo el Gran Premio del Jurado.
Y eso (o justamente debido a ello) que su visionado supone un esfuerzo que no todos los espectadores están dispuestos a realizar.
No, “Il divo” no es ni el biopic ni el drama político-histórico acostumbrado -su posición es la opuesta a la de las recientes “Invictus”, “Mi nombre es Havey Milk” o “Trece días”-. Aquí apenas hay sitio para situar la trama, y los diversos personajes que pueblan la pantalla son presentados en su mayoría solamente con un escueto rótulo informativo a todas luces insuficiente. Además, la trama va y viene por complicadas sendas escritas únicamente para el lucimiento del virtuosismo del director (no por nada, también autor del guión), y sólo quienes aprecian este truco son los que menos riesgo tienen de acabar desesperados ante lo que parece un imposible galimatías político de dudoso interés para todo espectador ajeno a la historia reciente italiana.
De este modo, y sin querer desmerecer un libreto poseedor de varias virtudes -citadas a continuación,- el más avispado descubrirá que tras tan enrevesada estructura argumental se esconde una historia más bien simplona sobre los clásicos trapicheos ¿necesarios? para colocarse en lo más alto, con la consiguiente tensión legal que estos suelen ocasionar. Cualquier complicación adicional no es más que eso, una dificultad añadida para hacer de ello un producto de consumo más exclusivo, que, cabe reconocer, en ocasiones peca de exceso y alarga en demasía puntuales pasajes que deslucen más de lo debido el resultado final. Ahora bien, sus logros son varios, empezando por que tales trampas no son nada arbitrarias sino que, como decíamos, ayudan a relucir la capacidad como director de un Sorrentino que confirma ser uno de los cineastas más interesantes a nivel mundial: con un gusto exquisito y un estilo variante, “Il divo” no tarda en convertirse en un magnífico espectáculo para la vista y en una película de difícil ubicación ya sea en cuanto a su género, el argumento, el país de origen e incluso su tiempo. Como ya hiciera con “Le conseguenze dell’amore”, el cineasta napolitano da buena muestra de sus inquietudes artísticas adoptando una miríada de personalidades que van de lo barroco al intimismo, de la grandilocuencia al videoclip, del Grand Guignol y la ironía a la trascendencia y seriedad. Y por los mismos derroteros se mueve el guión, poseedor de tanta mordacidad como tacto a la hora de describir a un personaje difícil en un marco doliente, sin ocultar un respeto sumo e inteligente que por momentos se acerca al brillante atrevimiento que en su día mostró “El hundimiento” en su retrato a Adolf Hitler. Por supuesto, quien quiera puede ver los acontecimientos de “Il divo” reflejados en la actualidad italiana y no sólo (mediante un simple cambio de cromos en cuanto al personaje principal), pero Sorrentino demuestra más serenidad de la esperada al no caer en la crítica fácil y dejar tal extrapolación en un segundo plano.
Completan la jugada las más que acertadas interpretaciones de su reparto (obviamente, con Toni Servillo como gran destacado) así como una banda sonora sorprendente que busca potenciar ese desdoblamiento continuo de personalidad del que “Il divo” hace gala.
El conjunto es una película única, atípica y objeto de los deseos más incondicionales por parte de quienes disfruten con los diversos componentes que dan cuerpo a una producción cinematográfica. Ahora bien, quienes no sepan (o no quieran, que no tienen por qué) apreciar la dirección, el montaje, la fotografía… o el propio maquillaje de “Il divo”, o aguantar dos horas de líos políticos que no le tocan directamente y que encima se presentan de manera confusa y dispersa, tienen muchas posibilidades de salir escaldados con una cinta tan exigente como excesiva que puede convertirse en un tostón de cuidado -y de hecho le sobra más de uno y de dos minutos-. Por mi parte, estoy más que satisfecho.
8/10