Crítica de I’m Not There

Los biopics nunca han funcionado demasiado bien. En particular, los relacionados con el mundo de la música han tendido habitualmente al fracaso (con contadas excepciones, como la de «Bird»). Serían, pues, malas noticias para una película de ficción que tratara sobre la vida de Bob Dylan. Las buenas noticias son, sin embargo, que «I’m Not There» no se trata de nada de eso. Se trata, al contrario, de un experimento de gran complejidad que simplemente encuentra su inspiración en la filosofía, la vida y la música de Dylan, y que prefiere estudiar sus distintas etapas vitales para proyectarlas hacia la construcción de un discurso más o menos complejo antes que meramente recordarlas como una simple película biográfica. «I’m Not There» es compleja, intrigante, rompedora, metalingüística, confusa y dispersa, multitemporal. Una película que indaga en la trascendencia social del mito a través de las posibilidades lingüísticas del cine más que en los logros musicales de la figura en la que se centra. Una película que llega con mucho retraso a nuestras pantallas, pero cuya espera ha valido la pena.
En primer lugar, cuando digo que la última película de Todd Haynes (el director de «Safe» y de «Lejos del cielo») es «multitemporal», lo digo con la mayor de las intenciones. Se trata de una película de estructura compleja que, en efecto, acontece en distintos momentos del tiempo. Sin embargo, es también una película atemporal, porque habla de algo que nunca ha tenido realmente fecha: el mito, la cultura y la vida a través de ambos. Así que no, como ya indicaba antes, «I’m Not There» no es una película específicamente sobre Bob Dylan. Se basa en sus vivencias, sus actitudes ante la vida y en las letras de sus canciones, pero nunca se limita al retrato más o menos estilizado de un artista, ni siquiera al de su impacto en un mundo revolucionado por la guerra y maravillado por la contra-cultura. Todd Haynes hace de su película, en este sentido, algo mucho más elaborado y complejo, un cine que se presenta en multiplicidad de dimensiones y de realidades, una historia poliédrica de múltiples facetas, de estilos confrontados, aunque siempre con una misma voz de fondo (y no sólo la de Dylan y sus canciones). En otras palabras, «I’m Not There» son muchas películas en una sola, y no porque cuente seis historias distintas ni porque las sitúe en escenarios y épocas variadas, sino porque lo hace mediante seis formas distintas de presentar una película y, sobre todo, mediante una gran habilidad para conjugar todas las partes. De hecho, podría incluso decirse que se trata de una película deconstruída y luego vuelta a construir (y luego deconstruída y reconstruída un par de veces más), y en su aparente falta de cohesión y coherencia yace lo novedoso de su propuesta. No es, por tanto, una película documental, ni una película musical, ni siquiera una película coral. Es una película episódica con constantes altibajos intencionadamente cortantes y con irregular alternancia de historias que, de paso, puede hacerse pasar las veces por un documental sobre Bob Dylan, una película musical a ratos y una película coral también, por qué no.
Pero la gracia de «I’m Not There» es como digo, que juega a ser varias películas a la vez, y no sólo varias historias contadas dentro de un mismo metraje.
La historia de Cate Blanchett es una ficción en el que la actriz australiana interpreta al Bob Dylan (aunque su personaje se llame Jude Quinn) de los años sesenta, a aquel músico abanderado de la canción protesta libreado de toda preocupación que no entendía por qué los periodistas seguían etiquetándole ni por qué tenía que mostrarse fiel a sus seguidores. Para estos segmentos, Haynes usa un cine de clara referencia al «Don’t Look Back» (1967) de D.A. Pennebaker, película de la cual no sólo entiende claramente el espíritu sino que además lo recrea con fidelidad, en un falso documental que de «falso» sólo tiene los nombres de algunos de los personajes que lo protagonizan (las ruedas de prensa de Jude, por ejemplo, son recreaciones palabra por palabra de las de Dylan de los sesenta).
En contraposición, el puro documental moderno, del estilo de cualquier otro, se muestra en el relato protagonizado por Christian Bale, que interpreta al ficticio ídolo del folk reconvertido al cristianismo Jack Rollins, nuevo álter ego de Dylan, esta vez en su faceta más desafiante y, de hecho, mítica. Así, Haynes se centra en relatar, desde el presente y usando especialmente el testimonio del personaje de Julianne Moore (que interpreta a la Joan Baez de Rollins), la historia de cómo Rollins desapareció del panorama musical y reapareció en el espiritual como símbolo de cómo el propio Dylan tuvo que luchar contra el fin de los tiempos que daban a su música razón de ser.
El relato protagonizado por Heath Ledger, en cambio, muestra la cara de un Dylan muy distinto, más maduro y cambiado, más familiar y menos reconocible musicalmente, a caballo entre él mismo y el personaje de alguna de sus canciones. Haynes se traslada, en esta ocasión, a la pura ficción (sin desviar los primeros setenta del punto de mira) y cuenta una sencillísima historia salida de las canciones del cantautor, que suenan a la vez que las imágenes casi las recrean.
Introducir la historia de Richard Gere, que interpreta al célebre forajido Billy The Kid en sus días de vejez (en el caso, por tanto, en que éste no hubiera muerto a manos de Patt Garrett en 1881), en una historia de tintes totalmente distintos que conecta débilmente con las otras en algunos puntos (el propio Bob Dylan, por ejemplo, puso música y actuó en la versión cinematográfica de Sam Peckinpah, lo cual podría justificar la elección de Haynes para este episodio del film).
Finalmente, el engranaje de historias se complementa con las intervenciones en cámara fija del personaje de Ben Whishaw, que interpreta a un poeta callejero llamado Rimbaud y que representa la voz del Dylan más inconformista y filósofo, y con la pequeña historia de Woody (Marcus Carl Franklin), un niño negro que se ha escapado de un correccional, que deambula por la América profunda en pleno 1959 con una guitarra como única acompañante y que siente una profunda admiración por Woody Guthrie, artista que se conoce como una de las razones por las que el propio Dylan empezó en el mundo de la música.
Pocos son los puntos que unen este complejo repertorio de historias: el actor al que interpreta Ledger está rodando una película en el que él mismo interpreta a Jack Rollins, a su vez falso ídolo del folk interpretado por Bale durante el segmento del documental; la guitarra que carga Woody es la que está siendo usada por el propio Billy durante todo su relato (con la inscripción «This machine kills fascists» de la guitarra original de Woody Guthrie); la analogía que el personaje de Julianne Moore hace entre Rollins y Billy The Kid sirve para introducir el relato de Gere; la distinta presentación de un mismo personaje a través del papel de Julianne Moore y del de Charlotte Gainsbourg… En cualquier caso, Haynes quiere mezclar el orden de exposición y, en especial, alterar la frecuencia y regularidad con la que se deberían suceder, en circunstancias «normales», los distintos segmentos, añadiendo a su collage fílmico multitud de elementos que aproximan al espectador no sólo a la vida de Dylan, su discurso musical y su propia figura y relevancia histórica, sino además, y de forma más importante, a cómo el movimiento cultural puede alterar la perspectiva con lo que se percibe una realidad social y, en definitiva, a cómo la reflexión humana puede hacernos percibir las cosas de muchas formas distintas. Para ello, Haynes usa recursos tanto plásticos (la interesante alternancia del blanco y negro, el color apagado, la fotografía de documental y el color vivo; las posibilidades estéticas de la conjugación entre imagen y música…) como lingüísticos (la alternancia de realidad y ficción; la confusión de temporalidades dentro de cada historia y entre ellas; la renuncia intencionada a una progresión dramática y el uso expreso de un relato fragmentado que finaliza sólo cuando el director lo cree conveniente y no cuando la historia lo requiere…).
Por tanto, «I’m Not There» tiene tan poco de biopic como de película de formas convencionales. Sí, es un tributo al músico de Minnesota basado en sus «canciones y sus muchas vidas» (tal y como ya anuncian los títulos de crédito), pero también es algo más. Es una interesantísima propuesta acerca del impacto de la cultura, de la revolución social vista por distintas generaciones y, en realidad, del arte como un juego de espejos que, a la vez, es un propio reflejo de los mitos que él mismo crea.

8’5/10

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Pau es un devorador de cine y series que, además, tiene la manía de no parar quieto. Ha vivido en diversas ciudades a su corta edad... y desde todas ellas nos ha enviado reseñas, ha participado en nuestros pinitos en la radio, nuestros podcasts... estudioso en sus ratos libres del cine, cuenta con novelas, cortos y guiones que quién sabe, lo mismo acaben viendo la luz antes o después.

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Comentarios

  1. A mi me pareció horrible.

  2. Hombre, entiendo que sea una película complicada, pero tanto como horrible…

    Bill H

  3. y por qué en Espain Lolailo se estrenó dos años después que en el resto del Planeta?

  4. Pero cómo, no lo sabes? Spain is different…

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