Crítica de Impetigore
En festivales de cine en los que se proyectan decenas de películas, es inevitable que diversas de ellas generen ruido, y que no tengan nada que ver con las que uno haya ido viendo a lo largo del certamen. Así, de la edición 2020 de Sitges, una de las que más se ha hablado ha sido Impetigore, película a priori de fantasmas proveniente de Indonesia, que podría cometerse el error de dejarse escapar al creer que se trata del enésimo refrito. Que sí, lo es, ya que en el fondo volvemos a las maldiciones, las casas encantadas, y niñas vestidas de blanco que se aparecen alegremente aquí y allá. Pero partiendo de un universo sobradamente conocido por todos, el último grito del cine indonesio, Joko Anwar, sabe dar con la tecla. La que hace que aumenten seriamente las posibilidades de que el espectador pueda sumirse en un universo muy particular y pasar, en consecuencia, un rato bastante jodidillo.
Una chica recibe un susto de muerte cuando está a punto de ser fileteada a machetazos por un tipo que le dice que no sé qué de una maldición. Decide, con una amiga, ir al pueblo donde nació e investigar sus orígenes, y resulta que se encuentra con que hay ancianas catacróquer, gente que la mira raro y mentiras a diestro y siniestro; puro candor, vaya. Lo que falta son niños… a excepción de los fantasmas, claro. Se pone a tirar del hilo y desata la de agárrate y no te menees. Hasta aquí no hay mucho que justifique su visionado, cierto. Pero la chicha de Impetigore está es su ambientación, que pese a no abusar de noches oscuras y rincones impenetrables (más bien todo lo contrario: brillan frondosas naturalezas y se nos permite ver con detalle todo lo que ocurre), consigue generar una atmósfera de lo más enrarecida aun cuando nada ha sido desvelado todavía. Lo que se desvela también esconde alguna que otra malsana vuelta de tuerca, ojo. Pero de nuevo, lo interesante reside en otra parte. En concreto, en su folklórico marco, que hace de Impetigore una película totalmente costumbrista.
Hay más, como que siendo una película con fantasmas, Joko Anwar no se base en su presencia, que a la postre acaba siendo poco más que anecdótica. Dosifica apariciones de las Sadakos de turno, pero vaya par de sustos consigue, de esta manera. Porque la cámara juega con la mirada del espectador. Valga como muestra esa escena en la que las protagonistas están en la cama, y se intuye que hay algo fuera de plano: nuestro ojo quiere ver más allá pero a la vez no, por miedo, y por eso la cámara se desvía de las chicas un momento, echa una fugaz mirada y vuelve en seguida. La carencia de fantasmas se ve compensada por puntuales momentos de violencia bastante cruda, con momentos de casquería y gore, y con un entramado de creencias populares e incluso relaciones familiares tormentosas. Un popurrí inesperado que invita a que se mantenga el interés intacto pese a la previsibilidad de su trama.
Y luego, detalles para el recuerdo. La cámara que se mueve como el ojo del espectador, decía, pero también esos inesperados homenajes a Posesión infernal o a La matanza de Texas en una película con tamaña denominación de origen. Como viniendo a decir que cuando se trata de terror, el lenguaje es universal con independencia de maldiciones autóctonas. O esas escenas de partos tan raras. O esa señora que pone a tender un cuero bastante… particular. Vamos, que en realidad, a Impetigore no le falta de nada. De hecho, por tener, tiene hasta un exceso de información: como suele ser habitual, Anwar cae en el mal endémico del género (en especial proveniente de Asia) y acaba pecando de demasiado explicativo, masticando la información de tal manera que acaba perdiendo buena parte de su místico encanto. Bueno, tampoco habrá que buscarle las pulgas. A a postre, aquí hay elementos de sobra para disfrutar del viaje (es un decir). Tanto como para poder decir aquello de que Impetigore es la peli del festival. Una de ellas, al menos.
Trailer de Impetigore
Reseña de Impetigore
Impetigore en pocas palabras
Potente película costumbrista de terror que compensa la previsibilidad de su planteamiento, con una estimulante mezcla entre fantasmas, maldiciones y gore. Vistosa, cuidada y genuinamente malrollante cuando se lo propone.