Crítica de Lo más importante de la vida es no haber muerto
Blanco y negro. Guerra y posguerra civil española. Nula promoción y menor recorrido comercial. Peor no puede pintar esta Lo más importante de la vida es no haber muerto, dirigida a seis manos por Olivier Pictet, Marc Recuenco y Pablo Martín Torrado (OLPAMA) y protagonizada por Emilio Gutiérrez Caba y Marian Aguilera entre otros; quien muestre recelo ante una producción de tan oscura proveniencia lo normal es que acierte de lleno, porque desde luego, no puede haber nada más distante del cine comercial en estos momentos, y ya sabemos cómo es el producto español con los experimentos… Y sin embargo hete aquí este film, incatalogable y suicida, una auténtica bomba de relojería con potencial enorme para generar una acogida furiosa (en sentido peyorativo) por parte del público mayoritario, y con escasas posibilidades de durar más de una semana en cartelera, que sin embargo acaba haciéndose un hueco entre lo más interesante de nuestro cine. Una película sobre un afinador de pianos (Francisco Nortes en sus primeros años, Gutiérrez Caba en los últimos) que se encuentra ante uno inafinable, pesadilla que lo acompaña a lo largo de toda su vida restándole el sueño o alterándoselo con extrañas visiones. El piano pertenece a su vecino, un guaperas que se gana la vida precisamente por ello (y a quien interpreta Jordi Domènech primero, Xavier Tor después), y que desde su primer encuentro se convierte en uno de los amigos principales del protagonista. Juntos comparten vivencias y rutinas, pero también miedos y tensiones (algunas, propias de la difícil época en que les toca vivir), hasta que ahora, próximos al fin de sus días, se preguntan el sentido de las cosas. Y mientras, el afinador que sigue teniendo esas extrañas visiones que le hacen tener que haya alguien escondido tras las paredes de su casa…
De todo esto y de más, es de lo que habla la cinta en sus apenas 80 minutos de duración. Tiempo de sobras para que el espectador vaya bajando por esta escalera de caracol cada vez más vertiginosa, adentrándose en este mundo de descripción francamente difícil, que es cómico aunque asuste y viceversa, y que lo único que deja bien claro desde sus primeros compases es su virtud por desarmar a quien entre en él. Un mundo que, de hecho, es una casa: entre las cuatro paredes de la misma transcurre el 90 por cierto de la acción, ya sea del presente o del pasado. Pero no es una casa cualquiera, claro, y es que sus tres directores juegan con ella hasta que la convierten en un ser orgánico, un mutante que lo mismo se descubre cálida y acogedora, que un feroz enemigo para los ojos y la cordura de sus habitantes. Es ahí donde reside la gran baza de Lo más importante de la vida es no haber muerto: en ese juego que proponen sus responsables, y que por supuesto no tarda en rebasar las fronteras tanto de la casa en cuestión como de la pantalla en sí.
Desde su gloriosa bidimensionidalidad (casi) carente de colores, OLMAPA consiguen armar un batiburrillo de guiños, referencias y homenajes de mil y un dimensiones, equiparable al crisantemo que constituyen tanto las interioridades de sus personajes como las lecturas de su discurso. De Buñuel a Hitchcock, del expresionismo a la elegancia de las majors, de todo un poco hay en esta suerte de esperpento kafkiano por el que deambulan cuestiones algo más mundanas: el paso del tiempo, la proximidad de la muerte, los valores morales, etcétera. A destacar muy especialmente cierta escena de cierta celebración, disfraces incluidos: es casi el paradigma perfecto de cómo esta película consigue partir de una situación totalmente cotidiana, y deformarla a su antojo hasta hacer de ella prácticamente un mundo nuevo. Y con estas, el resultado es, como no podía ser de otra manera, una película hipnótica. Una película hipnótica que por supuesto no gustará a todo el mundo. Mas al contrario, lo normal es que esta clase de experimentos con voluntad de crear, redefinir o investigar en el mundo del arte acaben tornándose herméticos no necesariamente por voluntad propia.
Vamos, que como decíamos al principio, Lo más importante de la vida es no haber muerto es una cinta condenada a la rápida desaparición. Y es una pena, porque aun contando con los claroscuros propios de una ópera prima (y de carácter casi experimental), se trata de uno de los productos cinematográficos más estimulantes que el cine español ha parido en los últimos años. Así que por lo que a un servidor respecta, clásico de culto a reivindicar desde ya. He dicho.
7,5/10
Debo decir que como consumidor de cine "Hipercomercial", esta obra alejada de ese dinero fácil aporta una exquisitez única a los sentidos, digna de admirar. La búsqueda de lo irónico y lo sutil, de lo lógico y abstracto, hace que aprecies detalles muy poco vistos.
La fotografía guarda una delicadeza de cirujano, haciendo que los pequeños detalles parezcan aún más vivos.
La aportación artística de algún pintor amigo o hermano es simplemente grandiosa, como un soplo de aire fresco en una naturaleza kafkiana, capaz de convertir una bañera en la excusa perfecta para hablar con dalí.
La música te lleva a un viaje de descubrimiento interior haciendo que los personajes se fundan con tu yo más soñador, esperando que las notas más agudas bailen en el lago de los cisnes con su pianista interpretador. Bravo por los suizos.
Tan sólo una pizca de ritmo no sería un mal ingrediente para este caldo de helido día de diciembre. Diálogos más extensos de lo habitual, que pueden captar tú atención o dejarte en el camino haciendo autostop.
Como dicen los angloparlantes está obra es un "MUST SEEN". Tenemos la obligación moral de promover el cine independiente, porque los cruise y clooney de turno siempre estarán como hojas perennes, pero a nuestros árboles caducos hay que cuidarlos para que no dejen de existir.
Mis más sinceros elogios y agradecimientos a OLPAMA