Recordando The Incredible Petrified World
Quien esté al tanto de la actualidad televisiva nacional, sabrá que hasta hace poco brillaba con luz propia una serie cómica de lo más… peculiar. Su emisión no tenía lugar en Youtube, como muchos creían, sino en La2 de Televisión Española –cadena que jamás comprendió su potencial-, y su nombre era “Muchachada Nui” (¡nui!).
Entre los distintos sketches semanales que ofrecía el grupo de humoristas integrado por Joaquín Reyes, Julián Muñoz, Ernesto Sevilla o Carlos Areces, una cita prácticamente inamovible llevaba como nombre “Mundo viejuno”, espacio protagonizado por películas antiguas de serie Z, lo más casposas y desfasadas posible (y pasadas por un nuevo doblaje à lo Nui).
Justamente, esta clase de películas son las que poblarán la nueva habitación de La Casa que hoy estrenamos. Cine de corte preferiblemente fantástico, recuperado en condiciones ínfimas y por tanto acordes –generalmente- con su calidad artística.
Y tiene el orgullo de empezar ciclo “The Incredible Petrified World”, que ni tiene nada de increíble, ni de seres petrificados, como muchos podrían pensar.
No, en los 74 minutos que dura la superproducción de Jerry Warren, protagonizados por cierto por un John Carradine que ya daba muestras del hábitat natural cinematográfico de la familia, lo más increíble que se extrae es que ésta puede haber sido la fuente de inspiración de Wes Anderson para su “Life Aquatic” al arrancar con una premisa similar. Un documental marino ocupa la pantalla y muestra un buen puñado de besugos, calamares y demás pececillos (segunda referencia: la pelea entre un pulpo y un tiburón recuerda a aquella cosa llamada “Mega Shark vs. Giant Octopus”), acompañados de una serie de explicaciones teóricamente científicas que hablan de especies por descubrir y demás maravillas del fondo del mar.
Esa es la meta del grupo protagonista, dos parejas de mozos y mozas que se meten en una burbuja submarina con aspecto de cebolla, y descienden a los desconocidos suelos del océano Atlántico sostenidos por un mísero cable en el que, por supuesto, tienen plena confianza. Y así les va.
La cosa se tuerce, el hi-tech submarine acaba perdiendo el control y el cuarteto obligado a salir a bucear para salvar la vida; y eso es lo que lleva al descubrimiento de dicho mundo petrificado, asombrosa e increíble… gruta con rocas.
Pese a que ya nos avisaba del previsible desencanto un nivel técnico más bien limitado (¿por qué recuerdan los interiores del barco a los de una habitación normal y corriente?), la decepción no puede ser peor cuando la primera gran amenaza a la que se enfrenta el grupo resulta ser una lagartija, cuyo mayor poder radica en estar muy cerca de la cámara de Warren. Sólo falta la musiquilla del hámster más famoso de Youtube para redondear la secuencia, de fugaz conclusión por cierto, y eso que es la primera de las dos amenazas físicas a las que hay que enfrentarse. ¿La otra? Un espectáculo espeluznante, lo más monstruoso que la humanidad pueda imaginar: un hombre harapiento y ¡con barba (postiza)!
Todo hay que decirlo, cierto es que desde la aparición de tan misterioso ser, del que se duda sobre su sinceridad en todo momento, la película adquiere más profundidad y deja intuir cuestiones de peso mayor, minucias como el agua y la comida con la que deberían sobrevivir los cuatro en caso de no poder escapar nunca de ahí. O la contemplación de esa posibilidad en sí (harto estulta, habida cuenta de que una ruta de entrada equivale a una de salida, si se para uno a pensar…)
Temáticas que se citan someramente en los paseos que el grupo se pega de aquí para allá y de allá para aquí -pues en eso consiste toda la aventura- pero que no tardan en tensar estados anímicos y quebrar nervios. Nada, no se me alarme nadie que la cosa no pasa de un par de borderías por parte de Phyllis Coates a Sheila Noonan (las dos protagonistas femeninas). En cambio, la cinta sí se detiene con algo más de entusiasmo en las necesidades del cavernícola, que lleva demasiado tiempo solo como para tener que soportar la tentación de dos mujeres en plan gallito merodeando por su cueva.
Lástima, ahora que parece que va a resultar interesante, ya se ha consumido más de una hora, y apenas queda tiempo para más.
Así que a resolver tocan. Justificación cogida por pinzas por aquí, brillantez mental del cuarteto por allá, y en un santiamén ya está todo blanco y en botella para que se enciendan las luces de la sala.
Y al final, pues, ¿qué demonios queda? Imposible describirlo, pero ahí está. Puede que “The Incredible Petrified World” sea un mojón de los gordos, técnicamente nulo, y argumentalmente tan risible como desaprovechado.
Carece de toda lógica (cualquier posible problema vinculado a presiones del mar, temperaturas gélidas o despresurización de la cebolla acuática quedan fuera de toda discusión, que aquí minucias del estilo no interesan), parece hecha a desgana y de los actores poco o nada se puede decir.
Pero el caso es que ahí se queda, instalada en la memoria de un servidor con más insistencia que el 95 por ciento de películas actuales (incluso vistas posteriormente). Y eso tampoco es malo, ¿no? …¿no?