Crítica de Insidious: Capítulo 3
Aquí el que siempre, siempre se queja de lo mismo cuando le toca enfrentarse a una película de terror comercial: que si efectos de sonido a volumen demasiado alto, que si montajes hirientes en pos de repentinos primeros planos para generar sustos a toda costa, que si el argumento de siempre… Un mal contagioso, mortífero y sin demasiada cura en el horizonte, que está acabando con el género. Y heme aquí defendiendo (un poquito, ¿eh?) una película que cumple todos y cada uno de esos pecados, incluyendo además el de la continuación: es la enésima explotación de una saga, llevada a cabo con la máxima «la menor inversión para el mayor beneficio». Qué desastre, adiós a mi credibilidad. Pero trataré de salvarla, así que de entrada, un par de consideraciones: formo parte del grupo de detractores de los primeros dos capítulos de Insidious, de ahí que mis expectativas estuvieran bajo cero a la hora de catar el Capítulo 3; en realidad no soy nada exigente con un género al que le consiento de todo, con que se le note cierto esmero en lo que a creación atmosférica se refiere; …y acudí a una sala de cine totalmente vacía, que quieras que no, caga lo suyo. Dicho lo cual, algún valor sí creo que se le pueda reconocer a una tercera parte que, contra todo pronóstico, le sabe dar un soplo de aire fresco a una franquicia que se creía absolutamente quemada.
Bien cierto es que la primera acometida llegaba de la mano de un James Wan aún voluntarioso. Buscó llevar a cabo una pesadilla muy particular, alejada de todo y de todos, algo así como un universo lovecraftiano de neón irreprochable, consecuente con sus propias normas, y esforzado en lo técnico y lo visual (sólo que a mí no me gustó). Pero la segunda suponía el abandono del género por parte de un director ya agotado y centrado en otros horizontes (Fast and furious 7), y su cansancio y desgana se traducían en una suerte de parodia involuntaria. Funcionó económicamente, así que la tercera era obligada pese a todo, negativa de Wan incluida y, por tanto, ahora con el guionista Leigh Whannell debutando tras la cámara. Vamos, un panorama desolador: no sólo por dar continuidad a algo incontinuable, sino por recurrir a un director sin experiencia y, oh, a un reparto digno de sobremesa: ahí está Dermot Mulroney como principal reclamo. Y los primeros resultados de tal cantidad de decisiones a la baja confirman, efectivamente, cierto aire de televisión. Pero maquillado con esmero, que ya es.
Si se quiere buscar un ejemplo similar cercano en el tiempo, toca hablar de Annabelle: ambas son precuelas, ambas derivan de los últimos coletazos de Wan en el género (Expediente Warren en este caso), y ambas responden a la pura mercadotecnia. Idénticas en su concepción, ambas difieren justamente en la única condición por la que se debería salvar, o quemar, una película de género: la intención de trabajar en el miedo para provocarlo, antes de limitarse al mero susto y si te he visto no me acuerdo. Argumento al margen, la atmósfera (¡apareció!) de Insidious: Capítulo 3 adquiere un poso de desasosiego porque indaga en terrores plausibles: casas silenciosas, horas de soledad, presencias… cartas que juega con atino para general una base sólida desde la que luego, ay sí, tirar del recurso fácil. Bueno, al menos cala un poquito más hondo en el espectador. Entre cliché y cliché aparece un pasaje especialmente perturbador, algún momento de puntual aumento de tensión hasta que al final, como mínimo el escalofrío aparece. Annabelle sólo conseguía alguna carcajada involuntaria.
Luego, sí, está todo lo malo: trama ridícula, abuso de efectos de sonido, dirección correcta y poco más, interpretaciones cuestionables. No hay que olvidar los límites por los que se mueve la propuesta. Teniéndolos en cuenta, el debut en la dirección de Whannell es un correcto exploit con la voluntad de oscurecer la saga y de general algún que otro susto de intensidad por encima de la media. Lo consigue (con algunas ideas francamente chungas además). Se agradece. Y a otra cosa.
5/10