Crítica de Into the Woods
Los cuentos populares siguen tirando. Ya se sabe, la clave de sus historias es que representan unos valores que, al margen de mantenerse más vigentes o menos, son universales y reconocibles, así que obviamente siempre se mantendrán medianamente presentes. Pero de alguna forma el cine, siempre tan reflejo de las coyunturas, tendencias e intereses comerciales, ha ido interesándose por el tema con cierta periodicidad. Y desde hace unos años vivimos inmersos en uno de esos momentos de interés por el medio. De la nada empezaron a brotar adaptaciones, más adaptadas o menos al entendimiento popular del siglo XXI, de Alicia en el País de las Maravillas, de Blancanieves y los siete enanitos o, próximamente, de Cenicienta. Una retahíla a la que ahora viene a unirse esta Into the Woods, producto Disney cuya motivación parte de otra moda también muy identificable: la adaptación a la gran pantalla de musicales que han triunfado en Broadway o en el East End londinense. Más concretamente, la nueva propuesta del irregular Rob Marshall parte de una obra firmada por Stephen Sondheim, también responsable de otros hits escénicos como Sweeney Todd. Uno de esos musicales saludados por la crítica y convertidos en leyenda por el público. O enfocado de otro modo, una de esas apuestas cinematográficas seguras que piden corrección y no demasiadas salidas del guión.
Desconozco la obra original, la verdad, pero sospecho que, hablando en plata, su homólogo cinematográfico no está a la altura. Marshall tiene una cierta práctica en el género musical y en el terreno es capaz de buenas cosas (Chicago), pero también de desastres manifiestos (Nine). Y en este caso se coloca en un lugar intermedio un tanto desangelado. Uno sospecha que las bondades ya estaban en la obra original y sólo puede limitarse a ver cómo por un lado el realizador pone en práctica un trabajo resuelto pero no brillate y cómo por el otro el apartado visual, este sí, ha recibido un notable cuidado: si en algo destaca Into the Woods es en su puesta en escena, en su diseño de producción, en el vestuario de Colleen Atwood y en un trabajo de dirección de arte que logra trascender la habitual asepsia digital que asola este tipo de propuestas. Es esta una película atmosférica, visualmente atractiva y que plantea -de nuevo- un giro oscuro, menos familiar, a esos cuentos de hadas. De hecho la estrategia es la de aplicarles un barniz de modernidad sin necesidad de sacarlos de su contexto tradicional, sin contemporizados estériles y sin puestas al día peregrinas. Sin embargo su condición de puro mashup postmoderno de los hermanos Grimm (Cenicienta, Caperucita Roja, Jack el de las habichuelas y Rapunzel entremezclan sus historias) la sitúa en un contexto cercano, mientras que sus ligeras dosis de subversión, ironía y juegos con las expectativas la alejan de la tradición más pura.
El resultado, como digo, es potente en lo visual y algo más enclenque en lo narrativo, marcado especialmente por un segundo acto oscuro, menos enérgico y más atropellado. Pero encuentra su auténtico fuerte por un lado en sus bondades líricas y por otro en su apartado interpretativo. Respecto a lo primero, las canciones de Sondheim son en casi todo momento atractivas, punzantes y carismáticas. Destilan un humor bastante acertado y juegan con los dobles sentidos y las convenciones. En cuanto a lo segundo, Meryl Streep, Anna Kendrick y Emily Blunt representan un trío estelar que ejerce como impecable cabeza de cartel y reclamo comercial y crítico. El resto de intérpretes dan solidez al asunto, pero es en ellas tres donde la película realmente crece y se sobrepone a algunas de sus limitaciones más pronunciadas. El resultado es una película que pretende rescatar la magia y la fantasía por el placer de hacerlo, el gusto por la narración de cuentos y la emoción de los relatos cantados desde la energía y el optimismo. Un espectáculo definitivamente poco original y no demasiado rompedor pero satisfará a quien se contente, que no es poco, con un puñado de canciones resultonas bien ejecutadas y escenificadas.
6/10