Crítica de Intocable
Decíamos ayer… que los vecinos de arriba están que se salen. Ya en la crítica de Polisse repasamos muy brevemente las circunstancias que han hecho del 2011 uno de los mejores que ha vivido el cine francés últimamente. Pues bien, para confirmar su estado de forma llega a nuestras carteleras el film que lo ha petao pero bien. Un fenómeno de no te menees, de los que se ven pocos en Europa y menos en estos lares nuestros. ¿Estoy hablando de The Artist? Pues más bien no. ¿Algo de Luc Besson? Tampoco. ¿Amélie Strikes Back? Nanay de la china. La sensación de la temporada se llama Intocable. Más barata, menos espectacular, más vista y menos vendible, y en cambio se ha vendido de cine.
Y si no a las pruebas me remito: Driss (Omar Sy) es un joven de la banlieue que sobrevive con el subsidio de desempleado. Obligado a ir a entrevistas de trabajo para seguir cobrando, un día conoce a Philippe (François Cluzet), un millonario de porte aristocrático anclado para siempre en una silla. Afectado de una tetraplejia, Philippe necesita quien lo cuide, y su improbable elección recae en Driss. El resto es fácilmente imaginable.
En realidad, ceñíos a los cánones de lo mil-veces-visto y acertaréis mayoritariamente. Nada hay en la premisa de Intocable que la separe de otras propuestas de cine blando, a medio camino entre la buddy movie y la historia de superación personal no siempre encarnada en la figura del tetrapléjico. Más aún si tras las cámaras están Olivier Nakache y Eric Toledano, autores de un par de títulos de cine amable pero un tanto impersonal, correctos en su tratamiento de la comedia pero con el mordiente justo y superficial. Incluso se podría acusar de paternalista a una historia que describe la realidad de los arrabales franceses como un ligero problema que se soluciona porque la interacción con las clases altas es posible (hace unos años ardieron coches en toda Francia para desmentirlo), aunque damas y caballeros, se trata de un caso real. Y pese a todo ello, la película ha sido un bombazo que se acerca a los veinte millones de espectadores solo en su país, ha entrado con fuerza en todo el mercado europeo, y va camino de pulverizar récords. Eso, y que los americanos ya hablan de remake.
Entonces, ¿qué tiene Intocable? El buen rollo de su propuesta vende, pero tampoco tanto. El film podía funcionar bien en Francia por el tirón de sus protagonistas, pero no basta para explicar el fenómeno. Las claves de su éxito deben buscarse en un conjunto de elementos que vertebran la propuesta y que son mayormente positivos. Para empezar, la química entre el aristócrata y su joven asistente es innegable. Resulta curioso comprobar con qué soltura sintonizan un actor bregado en mil batallas como François Cluzet con un cómico de las nuevas generaciones como Omar Sy, auténtico vendaval humano que le ha birlado el César al mejor actor al aparentemente indiscutible Jean Dujardin. Su trabajo (el de ambos) se nutre del contraste entre el estatismo obligado de Philippe, resuelto por Cluzet con buen oficio, y la energía física que desprende Drissa, que parece no estarse quieto ni en los momentos más reposados. El asistente irrumpe en un universo casi propio del Ancien Régime donde todo son paneles de madera, cuadros con solera y acabados rococó, y su adaptación al medio resulta creíble porque nunca olvida que su punto fuerte es la relación entre personajes, más allá de los consabidos clichés de la diferencia de clase.
Nakache y Toledano juegan con habilidad los temas que pueden rodear una premisa como ésta. Algunos momentos de humor negro (bien escogido) quitan hierro al potencial melodramático de la historia, pero no empañan el tono vitalista y luminoso que, lejos del atrevimiento de Declaración de guerra, navega por aguas más seguras, pero también más reiterativas. Alguna carga de profundidad, bajo la forma de la lágrima fácil y cómplice, no desvirtúan del todo un relato que avanza con notable coherencia y sin demasiados excesos. En este encuentro entre dos personajes que se comprenden y se necesitan, el mayor peso narrativo cae del lado de Philippe, mientras los problemas de Drissa quedan reducidos a poco más que un mecanismo para que la historia evolucione, pero el desajuste no molesta en exceso y deja espacio para las escenas que comparten Cluzet y Sy.
Ante todos los recursos de manual que utiliza el film, los giros en la historia en el momento justo, la dirección más que correcta pero poco autoral, la música bien escogida y mejor distribuida, Intocable se crece en los espacios de genuina explosión vital. Entre tópico y tópico, respiran escenas que permiten la tan necesaria empatía con los espectadores, momentos en los que la belleza de la vida que tanto reivindica la película estalla en un chiste contado con mala leche, en una conversación en un bar, en un baile contundente ante una orquesta.
Pero no vamos a pasar por alto lo obvio: Ya desde su premisa, el trabajo de los directores se escuda en un tono aparentemente desenfadado para saltarnos encima cuando hemos bajado la guardia. En todas las jugarretas y algún equívoco que esconde el relato (desde el mismísimo prólogo) se nota la voluntad de encantar al espectador sin salirse de la trama. Sin un asomo de incorrección, sin que nos hiele la sonrisa con un aldabonazo de realidad sucia, sin que vaya a dar un giro al tono de un film que se intuye desde el cartel. Los márgenes en los que se mueve esta comedia están más que prefigurados por años y años de ejemplos parecidos al que nos ocupa, y tanto Nakache como Toledo parecen perfectamente conscientes de ello y uno diría que no tienen ningún interés en ir ni un paso más allá. Su objetivo es respetable (incluso necesario) pero no va a hacer que Intocable permanezca en la historia, al menos no por ese motivo.
Y entonces pasa algo curioso, que ya me ocurrió con Pequeñas mentiras sin importancia. No es Douglas Sirk, pero ni todos los lugares comunes, ni todas las trampas que pueda exhibir el film me sacan de lo que estoy viendo. Si soy capaz de reconocer estos defectos ¿entonces por qué me lo estoy pasando tan rematadamente bien? Seguramente por los mismos motivos que la han convertido en un taquillazo europeo, por su habilidad para hacer de lo blandengue y lo facilón un producto atractivo y notablemente entretenido. Una máquina de hacer pasta. Lo dicho: los franceses están que se salen.
7/10
Por Manel Carrasco
¿Y el final es tan tramposo como en "Pequeñas mentiras…"?
Mmmmmñé (onomatopeya de "más o menos"). Quizá está un poco mejor justificado porque la historia se prepara para el cierre desde mucho antes y no chirría tanto. Pero no me voy a poner a soltar spoilers…
Me ha encantado la película a pesar de tener la sensación de haberla visto ya mil veces, pero hacía mucho que no miraba el reloj mientras veía una peli. Parece que sigue el manual para ser una película para que guste a todo el mundo, es verdad, pero entonces, si el manual es tan claro y reconocible ¿Por qué no lo hacen todos?
Creo que lo grande de esta película (Vuestra nota la respeto pero no la comparto) es la sinceridad de la propuesta y la energía de todos los actores. Quieren divertir y enternecer, y lo sabes desde el principio.
Los peros para mí son los obvios lugares ya no comunes, sino comunales, y que algunas escenas me da la sensación de que se podrían haber explotado mucho más algunas escenas, comp por ejemplo la de la música clásica en el cumpleaños, iba para escena genial y se ha quedado en chiste.