Crítica de Invencible (Unbroken)
Para su segunda película como directora, la actriz y embajadora de paz a tiempo parcial Angelina Jolie ha tomado una firme decisión, ya veremos quién se la discute: «yo no me marcho de aquí sin mi Oscar». Y esa parece que haya sido su consigna, sin importarle mucho más el resto de una historia humana que de buenas a primeras se presenta intensa, desgarradora y tremendamente épica: el relato real de un joven italoamericano, Louis Zamperini, que pasó de campeón olímpico en 1936 a bombardero en la Segunda Guerra Mundial, donde fue derribado en alta mar y posteriormente hecho preso por los japoneses. O por lo menos ese es el recorrido que muestra la película, en un primer acto eminentemente rodado en los cielos, con ocasionales flashbacks que muestran el ambiente familiar del protagonista y sus logros olímpicos. Una introducción que da paso al grueso dramático de la película, centrado primero en la aventura de Zamperini compartiendo un bote con dos amigos supervivientes y después en el periplo en el campo de prisioneros nipón, donde se establece un juego de tortura y estoicismo entre Watanabe, el capitán al mando y Zamperini, blanco de todos sus ataques y humillaciones. En otras palabras: amistad, familia, reconstrucción histórica, aventura, survival, sacrificio, heroicidad, miseria y triunfalismo. Cóctel de ingredientes estándar para una patentada fórmula del éxito mil por cien Hollywood.
Efectivamente, por las venas de Unbroken corre sangre de gran drama clásico con elementos reminiscentes de Náufragos, El puente sobre el Río Kwai, La gran evasión o Feliz Navidad, Mr. Lawrence. Pero en realidad su carne la componen toda esa otra estirpe de películas de los ochenta y los noventa muchísimo más populistas e infinitamente menos reveladoras de una condición humana que de un estado del cine contemporáneo condicionado por la búsqueda de un espectáculo pusilánime y creativamente poco exigente. En realidad la película de Angelina Jolie se alinea más con Un puente lejano, Carros de fuego o Forrest Gump que con las arriba citadas y, como en estas últimas, su búsqueda por la emoción más primaria y efectista es desesperada. Y desesperante: la historia resulta alargada y reiterativa y sus temas principales quedan sobreexplicados y excesivamente subrayados, no sé si tanto por culpa del texto original (el relato biográfico de la historia, escrito por Laura Hillenbrand), del guión de unos Coen muy desatinados, de la ineficacia de la realización o un poco de las tres cosas juntas. Pero lo cierto es que el interminable calvario por el que pasa Zamperini se hace extensivo al propio espectador, que no tiene más remedio que soportar su historia plomiza, narrada de forma condescendiente e impregnada de un sentido redentor del sacrificio: al final esta especie de metáfora cristiana resulta tan discursiva como La Pasión de Cristo, solo que menos radical y fascinante en lo visual que aquella.
Desde luego Jolie se encuentra bastante lejos de los desvaríos (y grandezas) formales de Mel Gibson. Su realización es mecánica y sosa, sin nervio y meramente funcional, y no le hace ningún favor un trabajo de fotografía inexpresivo y anodino. Sólo en los momentos en los que la escenografía acompaña la directora logra transmitir una cierta potencia plástica. El resto, parece más pendiente de acogerse a los cánones que de aportar empaque autoral a su manida historia, emocionalmente simple, exasperantemente manipuladora e incluso ingenua en su tratamiento de las relaciones humanas. Ese enfoque más comprometido probablemente habría elevado la película por encima de sus limitaciones temáticas y habría trascendido la colección de clichés y tópicos. Sin embargo termina quedando la sensación de que su visión maniquea, patriotera y terriblemente occidentalizada -en la peor acepción del término- del conflicto bélico en el Pacífico está consagrada a recordarnos que los héroes son los que sufren más que los que pelean y los que se entregan a su honor más que los que pretenden conciliar posturas. Lo remata todo por un epílogo formulaico, de una epicidad barata y coronado, para colmo, con un tema de Coldplay. Y es obvio que no siempre es imprescindible de rodar un cine responsable y comprometido, que Hollywood no debería ser una ONG y para ese tipo de cosas ya está Paul Haggis. Pero un poco de originalidad, honestidad, riesgo y un mucho de auténtica pasión creativa no habría venido nada mal, la verdad.
4/10