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Crítica de Irati

A lo mejor me merezca un «okay boomer» en toda la cara cuando diga que, para mí, el cine es bueno o malo en función de cómo se cuente una historia. Porque acertando con ello, es como se consigue que el público sienta algo. Todo lo demás es envoltorio, que puede ser más o menos vistoso, pero en envoltorio se queda. Pero ya digo, será cosa mía, ya que dicho credo parece no aplicar más. En el caso de Irati, segunda película de Paul Urkijo tras una Errementari con la que ya ocurría algo similar, triunfa la parafernalia. Este nuevo batiburrillo épico de historia y leyendas vascas es grande y atronador, mucho más que el anterior. Y el público se rinde ante su cuidadísimo apartado formal que, y cito el noventa por ciento de las críticas, nada tiene que envidiar a El hombre del norte. Y no podría estar más de acuerdo.

Pero puestos a seguir con la comparación, de lo que nadie se acuerda es de lo vibrante que era la propuesta de Robert Eggers, en detrimento de la apatía sentimental con la que se consumen las casi dos horas de metraje de la de Urkijo. Allá donde el primero ponía todo su empeño en contar su historia (sea esta buena o mala, ya es otro cantar) bien, atendiendo a los requisitos emocionales de cada pasaje, Irati sólo tiene una directriz con la que se obsesiona: la solemnidad. Entendiendo el relajo como un error, la sonrisa, risa o cualquier otra emoción básica, como síntoma de fracaso… ¡vaya a ser que nos podamos tomar la película a pitorreo! No caerá esa breva. Aunque haya pasajes que estén invitando abiertamente a la distensión, Urkijo no lo permite. Todo debe ser grave, todo riguroso y serio. Situaciones de fantasía que piden a gritos una salida puntual de tono, ya sea hacia el gore, a la comedia, o al melodrama; escenas con las que Peele conseguiría descojonarnos y con las que Balagueró haría una fiesta (sin por ello desmerecer el conjunto), aquí no se salen un pelo del reiterativo, apesadumbrado único tono del film. Y así es imposible. Es imposible sentir la menor emoción en cualquiera de las escenas de acción. Imposible empatizar con ninguno de los personajes que pululan por Irati, cariacontecidos acorde con la gravedad, el gris, la niebla. ¿De verdad era esta la forma de contar esta historia?

Hay quien ya tilda a Irati de «nuestro señor de los anillos», habida cuenta de su entramado épico, con gigantes y brujas y otros bichos, y peleas entre caballeros con espadas y escudos. Otro flaco favor para Urkijo, ser comparado con un Peter Jackson que jamás se contentó, en la trilogía original al menos, con un planteamiento formal academicista y vulgar. Lo mejor que se puede decir del director vasco es que todo es correcto: tiene recursos para que el envoltorio luzca a las mil maravillas, pero para ello sacrifica abiertamente todo atisbo de firma, de personalidad (allá donde Jackson por momentos se acercaba a los orígenes de su carrera sin importarle un pimiento las dimensiones de su megaproducción). Sin embargo, la comparativa con la saga de fantasía más famosa de todos los tiempos añade una muesca más en la culata. ¿Seguro que una película de menos de dos horas era la mejor opción para contar todo lo que cuenta Irati? Da la sensación de que, por encima de todo, la película quiere ser fiel y detallista a la leyenda en que se inspira. Pero a su vez, quiere lanzar mensajes de diverso calado. Demasiado en tan poco tiempo, lo cual atropella los acontecimientos, muy especialmente en su primer bloque de introducción confusa y caótica (y, recuerdo, absolutamente nula en lo emocional), a la que sucede un cúmulo de cosas muy gordas, pero que pasan sin pena ni gloria en pos de la siguiente. Por ejemplo, una situación en que unos personajes que entran y salen de una cueva, perseguidos por una bestia mitológica: La comunidad del anillo se saca de algo así el momento más épico del film, mientras que en Irati no se pasa de lo anecdótico ante la incapacidad de Urkijo como narrador.

En fin, las comparaciones son odiosas y sirven de poco a cintas de recorridos, presupuestos, o ambiciones distintos. A lo mejor deberíamos relajarnos todos un poco y no buscar de inmediato grandes titulares que, a la postre, sólo dejan en evidencia a la película que se pretende reivindicar. La realidad es que, lejos de los fuegos artificiales y de jolgorios festivaleros, Irati es una película que quiere pero no puede. Sienta las bases de un recorrido que debería ser continuado por más títulos (ya era hora de que el cine de por aquí se atreviera con otro tipo de cine) pero fracasa en lo más esencial del cine, que es contar historias que nos hagan sentir. Al menos, a juicio del boomer que firma esto y que esperaba, ante la promesa de épicas hercúleas habladas en vasco, una fiesta para más sentidos que únicamente la vista.

Trailer de Irati

Irati: Épica apática
  • Carlos Giacomelli
2

Por qué (no) ver Irati

Paul Urkijo sigue repasando el bestiario vasco con una película épica, sí, pero sólo para la vista. No consigue emocionar ni interesar lo mismo ante una total carencia de personalidad, riesgo, o incluso ritmo.

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En diciembre de 2006 me dio por arrancar mi vida online por vía de un blog: lacasadeloshorrores. Empezó como blog de cine de terror, pero poco a poco se fue abriendo a otros géneros, formatos y autores. Más de una década después, por aquí seguimos, porque al final, ver películas y series es lo que mejor sé hacer (jeh) y me gusta hablar de ello. Como normalmente se tiende a hablar más de fútbol o de prensa rosa, necesito mantener en activo esta web para seguir dando rienda suelta a mis opiniones. Esperando recibir feedback, claro. Una película: Jurassic Park Una serie: Perdidos

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