Crítica de Jackass 3D

Procedo a resumir «Jackass» para quien haya estado todos estos años viviendo bajo una piedra. O tenga más de 25. O sentido común. «Jackass» es un grupo de idiotas (jackasses) haciendo(se) idioteces. Punto. Fin. Nada más. Ni rastro de sustrato cultural, ni radiografía social, ni ningún tipo de metáfora. Carrusel de hostias acumuladas a piñón y sin sentido alguno.
O por lo menos ya no. Llegados al tercer asalto cinematográfico de la tropa de tipos con dentaduras demasiado perfectas como para ser naturales y capitaneada por Johnny Knoxville, cualquier posible rastro de análisis que se pudiera extraer de los primeros diez minutos de vida del invento ha desaparecido por completo. Si Spike Jonze, ilustre co-creador con gafas de pasta, quiso hacer una oda a la fama rápida («¿ves como no es tan difícil salir en una película?», dice uno de ellos); si quiso captar la esencia de una generación sin esencia -la falta de objetivos vitales y la apatía global llevan a la autodestrucción por salvajismo juerguero: mucho trabajo y poca diversión hacen de Jack… ya se sabe-, de eso ya poco queda. Si lo que quiso es patear la piñata a los puretas del audiovisual y demostrar que la esencia de lo cool está en cualquier descerebrado subido en un carrito de la compra, por Dios que lo ha conseguido.
Nadie va a entrar engañado en un cine a ver «Jackass 3D» y por lo tanto nadie va a salir decepcionado. Porque el invento cumple. Maldita sea si lo hace.
Y con «cumple» quiero decir justo eso: que si se presenta como un catálogo de barrabasadas, a cuál más grotesca, y sin apenas un nexo de unión, da en el blanco. Que «Jackass» no se pierde en absurdidades como un guión coherente ni paridas del estilo «vamos a hacer una buena película». Nada, más bien es como un documental sobre la estupidez humana (tan eterna como partes se le quieran dar a la saga) ejecutado desde la más supina ídem y apuntando a los instintos más bajunos del espectador. El espectador que pueda llegar a descojonarse con «Los videos más estúpidos de América», ese que recibirá por enésima vez con los brazos abiertos a semejante piara de pasados de rosca.
O sea, que se minimiza la actividad neuronal y se potencia la visceral (no sabéis hasta qué punto literalmente, lo de «visceral») y se construye un megacrescendo destroyer de gilipolleces (roto, eso sí, por unas secuencias de cámara oculta que lamentablemente dinamitan el ritmo frenético) que culmina en uno de los mayores y más honestos clímax que se recuerden a este lado de la animalada cafre. Los quince últimos minutos de «Jackass 3D», literalmente explosivos, son una delicia para los sentidos (los que sean), gloria bendita en el cielo del hedonismo/sadomasoquismo más puro. Orgía de jugos gástricos y explosiones en un último sketch más un epílogo de auténtica antología.
Pero es que para más coña, lo de «Jackass 3D» es un gustazo verlo. Entrando en su tónica ultrafeísta y en su voluntad por la directa agresión visual, la película exprime al máximo la belleza de la hostia, se trufa a sí misma de ralentizados deliciosos y se colofona por un 3D que debería poner a temblar a James Cameron al lograr exprimir todas las posibilidades tanto de la «profundidad» como de los dildos, excrementos, orines y demás ítems que son arrojados sin vergüenza a la cara del espectador. ¿Repugnante? Bueno, limítrofe con lo visualmente sublime, en cualquier caso. ¿O no mataríais por ver un gigantesco falo de látex atravesando a cámara superlenta un vaso de leche?
Ah, no, claro, que no conteste vuestro cerebro o estaremos perdidos. «Jackass 3D» está dominada a este lado de la pantalla por el viejo deseo de ver a los demás sufrir. Y al otro lado por el reinado de los impulsos primarios. Por las pulsiones de muerte y el deseo suicida que rompa con el aburrimiento vital. Pero impulsos aplicados con un inaudito ingenio para la mamarrachada; una brutal capacidad para extraer el máximo partido de la subnormalidad y los elementos que la naturaleza y la fisiología ponen sabiamente a nuestra disposición. Le queda a uno la terrible certeza de que si esta panda aplicaran ese ingenio retorcido para hacer el mal a escala global, la humanidad estaría jodida.
Pero que mientras se ciñan a su festival de leñazos alegremente acompañados de arranques de escatología líquida, de profusión de fluidos humanos y pelo, adornado por chistes de enanos y de gordos, con alguna metáfora visual inintencionada (el operador de cámara vomitando sobre la misma) y siempre atendiendo a la máxima «en la cara mejor que en el cuerpo y en las pelotas mejor que en la cara». Mientras se quede en eso, estaremos a salvo.

7/10

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Xavi Roldan empezó la aventura casahorrorífica al poco de que el blog tuviera vida. Su primera crítica fue de una película de Almodóvar. Y de ahí, empezó a generar especiales (Series Geek, Fantaterror español, cine gruesome...), a reseñar películas en profundidad... en definitiva, a darle a La casa el toque de excelencia que un licenciado en materia, con mil y un proyectos profesionales y personales vinculados a la escritura de guiones, puede otorgar. Una película: Cuentos de Tokio Una serie: Seinfeld

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