Crítica de Jimmy’s Hall

No sé si habrá alguien esperando aún algo realmente relevante y trascendente de Ken Loach después de que el señor haya ido estrellando su carrera paulatinamente a lo largo de los lustros. Le debemos mucho, tanto como lo tremendamente buenas que fueron Kes o Riff-Raff, y desde luego también por otras cosas como Mi nombre es Joe, Lloviendo piedras o Ladybird, Ladybird se merece definitivamente un respeto y un puesto más o menos honorífico en el terreno del realismo social cinematográfico europeo. Pero no hay que engañarse, esos tiempos quedan ya muy lejos y si entonces ya acusaba un poco de trazo grueso en la descripción de las situaciones y personajes (véanse sin ir más lejos los dos últimos títulos citados) ahora hay momentos en que no es siquiera capaz de salirse de un discurso demagógico y simplista. En otras palabras: Loach es hoy una sombra de lo que fue. Oh, pero hete aquí que el señor sigue acertando en algunas de sus propuestas cuando a nosotros, sus espectadores, no nos da por sobreinterpretar términos ni por tomar sus palabras como pura cátedra moralista. Resulta que Loach aún sabe armar una buena historia, aunque sus enfoques sean cuestionables, y narrar ciertos momentos de la vida humana que capturan una parte (pequeñita) de verdad y sentimiento puro.

Jimmy’s Hall es uno de esos momentos. El tema es denso: vida y milagros de Jimmy Gralton, un líder social ligado al comunismo que vivió en la Irlanda de los años 30, en un momento en el que el país ya existía como tal (diez años antes llegaba la independencia y poco después de eso la Guerra Civil) pero seguía bajo el yugo de los tradicionalistas. Gralton, de marcada sensibilidad comunitaria, se propuso abrir un centro cívico donde promover, mediante la exaltación festiva del folklore, la música y los bailes, un sentimiento de unidad nacional, hasta aquel momento aún inédita. Sin embargo sus intenciones chocaron frontalmente con el sentir de la vetusta Iglesia Católica, todavía ligada a ciertos preceptos caducos y a cuestiones que, obviamente, anteponían la fe al bienestar del pueblo. Por otro lado, Gralton se convertía en un abierto combatiente popular que se enfrentó a los caciques de la región, propietarios de tierras y de paso opresores de los humildes trabajadores. Una lucha doble de un pequeño héroe local contra los monstruos sociales, reflejo de las desigualdades, injusticias e hipocresías. Es decir, material puramente Loach con una marcada e indisimulada inclinación de izquierda.

Y el tratamiento es más o menos el acostumbrado. Loach no se anda con sutilezas. Como en otras de sus incursiones en la historia de la primera mitad del siglo XX (Tierra y Libertad, El espíritu del 45, El viento que agita la cebada) el realizador toma un bando claro y a partir de ahí construye una historia poblada por personas, no por datos. Siempre prefiere inclinarse más hacia el humanismo que hacia el relato frío e imparcial de los hechos, lo cuál no está mal de entrada, pero en su caso termina traduciéndose en un dibujo algo simplista del contexto. Su visión del conflicto, sea el que sea, es epidérmica, poco amiga de los análisis objetivos, de modo que poco hay aquí de profundización en las raíces, las causas y las consecuencias de una época y un lugar más bien convulsos. Sin embargo pretende demonizar a los malos (una Iglesia tristemente separada de los problemas reales del pueblo, representada por ese párroco indeseable y violento) y negarles cualquier rasgo más o menos humanizador. Del mismo modo el otro bando, el de los honrados, está formado por gente noble y luchadora que aman la vida y condenan la injusticia. Para colmo Jimmy’s Hall resulta un poco burda en su intento de sensibilizar apelando indirectamente -mediante esa población pisoteada- a la situación actual, estando las cosas, socioeconómicamente, tal y como están ahora mismo en media Europa.

Pero como decía al final la ligereza en ciertos planteamientos argumentales, y del mismo modo esa habitual anorexia formal lastrada por una puesta en escena pobre y funcional, resultan una carta con la que el realizador puede jugar. De alguna manera Loach parece estar más interesado en contar una historia amable y en obviar las inclemencias del contexto en la que transcurre. Y llena su propuesta de momentos musicales, de optimismo un tanto irresponsable, de evasión falsamente trascendente. Jimmy’s Hall desprende una cierta energía agradable que termina elevando el tono por encima de esas tragedias y tremendismos tan propiamente loachianos. Una vocación de, si falla todo lo demás, abierto pasatiempo que resulta efectivo como tal. O sea que no, Ken Loach ya no nos va a sorprender a estas alturas, pero por lo menos es capaz de recordarnos que, a ratos, nos puede hasta llegar a entretener.

5’5/10

Xavi Roldan empezó la aventura casahorrorífica al poco de que el blog tuviera vida. Su primera crítica fue de una película de Almodóvar. Y de ahí, empezó a generar especiales (Series Geek, Fantaterror español, cine gruesome...), a reseñar películas en profundidad... en definitiva, a darle a La casa el toque de excelencia que un licenciado en materia, con mil y un proyectos profesionales y personales vinculados a la escritura de guiones, puede otorgar. Una película: Cuentos de Tokio Una serie: Seinfeld

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