Crítica de Johnny English Returns
Se podría hacer una pequeña reflexión entorno a la imagen que tienen de sí mismos los británicos partiendo de la representación de sus servicios de inteligencia. O quizá entorno a la imagen que tienen de las fuerzas del orden, qué sé yo. En cuyo caso la reflexión podría comenzar en la sacralización del primer agente 007, siempre por encima de sus incontables caricaturas, hasta llegar a alcanzar nuestros días, su endémico cinismo hacia el Sistema y los altercados recientes originados en Londres.
Sea como sea, parodia mediante, un buen trecho separa aquel esplendor bondiano que a principios de los 60 (mediados 50 si nos remontamos a los orígenes del personaje de Fleming) inyectó su buen chorretón de mojo al mundo del espionaje cinematográfico british, de este otro galimatías con patas, remedo top secret de Mr. Bean que viene a revalidar la imagen del agente más clásico. Especialmente teniendo como tenemos un Daniel Craig últimamente más pendiente de parecerse a un action hero USA que a un agente secreto camp que se lo toma mezclado, pero no agitado.
Se podría. ¿Hace falta? Pues no, no lo creo; no, habida cuenta de que nos encontramos ante un mero pasatiempo tontuno al que se le ha ocurrido la brillante idea de que en 2011 una parodia pedestre de Bond opuesta a la iconografía e idiosincrasia austinpoweriana podía tener cabida. Ya funcionó moderadamente en 2003 con una primera entrega de las patilladas al servicio secreto de su majestad de Johnny English. Puede volver a hacerlo ahora. Y desconozco si logrará su objetivo, que imagino va a ser partir taquillas por la mitad a lo bestia y a golpe de patadón blockbuster.
Pero lo que es lograr con ello un producto cinematográfico digno, ah, eso ya es otra historia. Por lo menos si nos atenemos a los parámetros de originalidad y frescura que debe tener una película de este tipo. Y a los de capacidad cómica que tienen que aportar este tipo de parodias. Ni de lo uno, ni de lo otro, ni de lo de más acá. Johnny English Returns nace muerto, apolillado, rancio. Es una parodia que, en estos instantes, ya puede ser por sí misma sujeta a parodia: no es que reúna todos los clichés del género bondiano; es que apelotona tópicos del género «farsa bondiana». Alguien, en un ejercicio de metaestilo, podría ridiculizar este tipo de parodias en lo que sería algo así como la «Spy-spoof movie definitiva»: no una, sino dos vueltas de campana, espejo ante espejo.
A lo que nada se ve nuevo ni emocionante en Johnny English Returns. Mucho menos, claro, gracioso. A salto de gag previsible, uno tras otro, el modelo Mr. Bean caducó hace lustros. El recurso «héroe por accidente» ya necesita de piruetas narrativas para ser efectivo, para no ser una mera rutina correosa. Johnny English Returns no logra arrancar una carcajada por mucha mueca que se suelte, por mucha patada testicular que se propine. Al final termina convertida un desvaído carrusel de cagadas y patosidades con poco sentido de la audacia escénica (citar el slapstick queda fuera de lugar; a Buster Keaton, es directamente un insulto), con un ritmo obtuso, y una patente torpeza rítmica en las escenas de acción. Esto es, una película repetitiva y esencialmente plasta.
Para más inri, con un argumento demasiado simplón y un clímax final de lo más desinflado y con una conclusión unívoca: quien quiera zarandear un poco el neuronamen que se vaya a optro lado.
Por lo demás, el elenco, normalmente solvente (Gillian Anderson, Dominic West, Rosamund Pike, Richard Schiff), está ahí para llenar papeleta, ninguno de ellos demasiado convencido de lo que hace y por qué lo hace. Todos, en el fondo, complementos de este one man show que capitaliza (el por otro lado gran cómico) Rowan Atkinson.
Pero claro, por bien que nos cayera tiempo ha el señor Atkinson y por muy blanca (no confundir con universal ni con intemporal) que se pretenda Johnny English Returns como espectáculo, si todo lo demás no acompaña, no acompaña.
3/10