Crítica de El juicio de los 7 de Chicago
Sinceramente, no llego a imaginar cuánto hay en El juicio de los 7 de Chicago de oportunismo y cuánto de honesta inquietud de autor. Quiero pensar que la cosa se inclina hacia lo segundo, que estamos hablando de Aaron Sorkin, un escritor consumado, un tipo que nunca ha escondido sus filias creativas y que es absurdo pensar que necesita subirse a algún carro ideológico… o utilitarista, con una temporada de premios algo extraña pero aun así cada vez más próxima. Pero digamos que no, que la segunda película como director del totémico guionista no es un artefacto de aprovechategui, que no está pensada para coleccionar Oscars, que de verdad quiere transmitir e impactar. Pongámonos en esa tesitura (y ya decidiremos en otro momento si es la acertada).
Desde ese punto de vista, pues, nos encontramos ante un producto coherente con el currículum sorkiniano que enfrenta de pleno varios de los temas que mayores simpatías despiertan en el autor: los mecanismos democráticos de Estados Unidos y su impacto social, su reflejo popular y político y los combates dialécticos sobre lona jurídica, que el escritor empezó a cultivar no ya desde El Ala Oeste de la Casa Blanca, sino incluso antes, desde su primer guión largo, el de Algunos hombres buenos. En este caso, como en aquella, toda la espesura dramática se concentra en los tribunales. La película narra la historia real -acaecida en 1969- de siete procesados, acusados de conspirar contra la gloriosa patria organizando una manifestación inicialmente pacífica que terminó en batalla campal. A ojos del Estado, poco más que outsiders peligrosos que, en realidad y en el fondo, no eran más que el inevitable reflejo de los nuevos paradigmas sociales de una América cada vez más dividida a raíz de la intervención en Vietnam: hippies, panteras negras y activistas. Los principales enemigos de la América reaccionaria de Nixon, una administración en permanente paranoia con los nuevos movimientos de izquierdas.
El proceso al que son sometidos es una pugna entre un establishment que lucha por mantenerse intacto e inamovible en su pragmatismo patriótico caucásico y ese nuevo cambio de paradigma. Lo acartonado contra lo renovador. Un proceso marcado por los abusos policiales, las corruptelas políticas y las chapuzas judiciales. La batalla por demostrar que los acusados en cuestión están siendo víctimas de un juicio político y que los prevaricadores poderes del Estado están sesgados por la intransigencia, el conservadurismo más rancio y el racismo. Esto deriva en una película coral que se centra especialmente en los acusados, pero que también se fija en la fiscalía y que de paso trata de ilustrar un fresco histórico, apuntando tanto episodios más anecdóticos como otros asuntos más reveladores sobre el talante, aún hoy vigente, de ciertos poderes fácticos. La infiltración de varios agentes entre los manifestantes y la posibilidad de que fuera la propia policía, más que los activistas, quien propiciara el desastre son ejemplos de ello.
Con todos estos elementos en juego la narración parece ser sólida y segura de sí misma. Está claro que Sorkin siempre ha sido un grande al teclado. Sería absurdo poner en duda sus virtudes a la hora de construir personajes con profundidad y entidad, de hacerlos dialogar de manera atractiva -en esta ocasión menos ametrallados que de costumbre- y de, simplemente, vehicular cientos de ideas mediante unas escenas que son pura artesanía guionística. Pero algo no termina de cuajar en El juicio de los 7 de Chicago. Hoy día, y sin desmerecer sus infinitos logros, el peor enemigo de Sorkin parece ser el propio Sorkin. O mejor dicho su imagen cultivada, sus autoexigencias creativas, su necesidad última de trascender, de dejar huella, de distinguirse del resto de autores.
Y no cabe duda que desde un punto de vista puramente técnico es un guión por lo general notable, salvo por la presencia de algunos personajes algo acartonados. Pero aunque Sorkin se ha deshecho del engolamiento irritate de The Newsroom aquí adolece de algunas de las cualidades que caracterizaron lo mejor de su obra: a El juicio de los 7 de Chicago le falta la chispa sardónica de Sports Night, el aguerrido sentido del thriller dialéctico pasillero que corría por las venas de El Ala Oeste y el agudísimo ojo clínico para la condición humana que encerraba La red social.
Además de todo esto hay una asignatura que el Sorkin creador total aún tiene pendiente. Podríamos forzar un poco la máquina y ver en esta película unos ciertos ecos del cine de juicios del Hollywood dorado. En términos actuales esto se traduce en un neoclasicismo de realización casi invisible cuya potencia dramática no se localiza en el trabajo de cámara, planificación y puesta en escena en general. Sorkin es, por decirlo de manera suave, un realizador meramente funcional, al servicio de un guión de cuya exposición es esclava. Y es que más allá del texto la película sólo comunica sus mensajes mediante la edición de algunos montajes en paralelo y escenas muy concretas (el prólogo, la manifestación de Chicago), en las que la narración resulta tan efectiva en el qué como en el cómo. Quitando eso, la puesta en escena es un simple trámite, resultona pero en el fondo anodina, y eso termina afectando a un conjunto que, de alguna manera, acaba siendo predecible, fofo y, en su clímax, incluso ingenuo.
No se me malinterprete. El juicio de los 7 de Chicago es una película solvente. Tiene un reparto estelar que cumple con creces, especialmente acertado un versátil Sacha Baron Cohen y el siempre elegante Mark Rylance. Es agradable de ver en su estudiada mezcla de retrato social, reivindicación liberal, drama de juzgados y comedia dialéctica marca de la casa. Pero es todo lo correcta que puede ser y un poco, sólo un poco, más. Es decir, sus sorpresas, si las tiene, están en el oficio narrativo que demuestra, pero no demasiado más allá. Lo demás es todo lo que se le podría pedir a una película que pretende llegar a un público más o menos masivo, más o menos educado y más o menos progresista, sin pasarse excesivamente en estos dos últimos puntos.
Trailer de El juicio de los 7 de Chicago (Netflix)
Reseña de El juicio de los 7 de Chicago
El juicio de los 7 de Chicago: la sentencia
Aaron Sorkin sigue intentando equiparar su yo realizador a su persona guionística en una película que, aun disfrutable y solvente, ni da demasiado de lo primero ni se encuentra entre sus mejores trabajos como lo segundo.