Crítica de Jurassic World
Jurassic World es, más que la continuación de una saga, el remake de su primera entrega. Una mínima, minimísima continuidad es todo lo que necesita el equipo de Colin Trevorrow (director y co-guionista junto a otros tres escritores) para reinventar el mítico primer Jurassic Park, adaptándolo a los tiempos que corren y por tanto, claro, tirando del más grande todavía. En un socarrón discurso doble, meta y a la vez tan autocrítico como expiatorio, suenan cristalinas las directrices de un invisible Dr. Hammond (cuya figura, sin embargo, siempre está ahí en forma de pomposa estatua a la entrada del laboratorio de dinosaurios, nada menos) a los protagonistas de esta nueva intentona de jugar a ser Dios… y lucrarse con ello: vosotros, Bryce Dallas Howard y compañía, directores del remozado parque de atracciones jurásico, tenéis carta blanca para que esta vez sea más grande, más peligroso, con más dientes. Haced lo mismo, pero más cool. De sobras conocidas son las dudas que siempre han envuelto a esta cuarta parte: nadie quería hacerla y menos después del fallecimiento de su padre biológico, Michael Crichton. Pero ya se sabe, las órdenes que vienen desde arriba, ese ente siempre presente pero siempre en las sombras, están para cumplirse. Así que a reformular una, a (casi) olvidarse de las otras, y a embolsarse el resultado, garantizado por un hype cinematográficamente injustificado (la saga no vale un pimiento), pero mejor, porque es más infalible aún: sale de las entrañas. Y es que más que una serie de películas, lo que despertó Spielberg con el primer asalto fue una pasión loca por los dinosaurios para toda una generación.
Una generación, la de los ochenta y noventa, que creció con una serie de películas juveniles (Los Goonies, Regreso al futuro) que justamente encontró, a juicio de quien esto escribe, punto final en el primer parque jurásico. Desde entonces, pocas, ninguna supo mantener ese equilibrio entre acción para adultos y aventuras infantiles que tan bien se le dio al de E.T. El extraterrestre: o se pasaban de lo primero, o de lo segundo. Ni siquiera el resto de la saga supo jugar esas cartas. Bien, pues entremos ya en materia. El primer gran acierto de Jurassic World es recuperar ese espíritu, al otorgar buena parte del protagonismo a dos hermanos menores de edad, quienes acuden al parque para visitar a su tía, responsable del mismo, para alegría doble de uno de ellos que se descubre experto en materia. ¿A que suena? Las puertas son las mismas y se abren igual, pero ahora no pasa un coche tirado por raíles, sino un tranvía de última generación. Y ya no hay tanta religiosidad en ese momento en concreto, porque ya habrá espacio para la épica y porque en todo momento, Trevorrow parece sumamente consciente del carácter jocoso de una propuesta que sólo podía triunfar si no se tomaba demasiado en serio a sí misma. Nuevo juego de dobles sentidos al canto: justo en el momento en que el espectador puede arrugar la nariz ante lo absurdo de la propuesta, un personaje dice que la creación de un nuevo dinosaurio mezclando ADNs varios (alma máter del entramado) no es más descabellado que el mero hecho de revivir a dinosaurios en sí. Más razón que un santo.
Toda la saga Jurassic es un sinsentido, no puede tomarse en serio, pero el pitorreo debe empezar desde dentro, desde la propia película. Por eso, en World se le da más peso al humor abierto y desprejuiciado, hasta el punto de tirar de cameos tan imprevisibles como jocosos; por eso se sigue tan de cerca a dos niños mientras corretean entre dinosaurios, con un Michael Giacchino desmelenado acompañando desde la (sensacional, referencial) banda sonora; por eso destruye sus propios ídolos, restando relevancia o incluso dejando en evidencia a momentos que otrora podían suponer el clímax más salvaje… en pos de la acumulación de más y más set pieces. Es lo que hemos venido a ver, tanto desde dentro como desde fuera de la pantalla somos conscientes de que un Velociraptor ya no asusta, nos cansamos de él (o lo amaestramos directamente, como intenta Chris Pratt por el método del clicker) y rápidamente queremos pasar al bicho más grande, y luego al más grande todavía. Hey, antes hablábamos de una película que volvía a hablarle a una generación ya madurita, pero estamos en 2015 y nos enfrentamos a una producción cinematográfica obligada a mirar hacia delante, o sea, a la generación de YouTube, la de los 150 caracteres y a por otro tuit más gordo.
Ahí está el otro gran logro del film: en significar un relevo generacional conducido como se deben hacer estas cosas, mirando a la vez hacia atrás y hacia delante. El trabajo de Trevorrow no tiene nada que ver con el de Joe Johnston para Jurassic Park III, destila un respeto infinito a Spielberg, y sólo así puede permitirse el lujo de buscarle las cosquillas, ora homenajeándole (ese plano hacia la cara de uno de los protagonistas), ora violando su clásico estilo narrativo (hay planos más frenéticos, zooms digitales), e incluso lanzándole un guantazo a la cara: un reto en toda regla es lo que supone en verdad la escena del reptil más grande del parque devorando de un mordisco a un tiburón, una minucia que no olvidemos que hace poco menos de medio siglo significaba el mayor terror que el espectador podía imaginar. Los tiempos han cambiado y, Steven, deberás hacerlo mejor. Por su parte, ya lo adelantábamos, Giacchino vuelve a demostrar que es el Williams de esta generación, coqueteando con la partitura original, reinventándola, alternando épica con minimalismo… Una suerte de reflejo perfecto para lo que significa la cinta.
Con más humor, recuperando la esencia de la saga, y añadiendo efectos digitales hasta decir basta, Jurassic World ha conseguido, en fin, lo que ya nadie imaginaba: devolverle el aura de dignidad a una película que en su momento (y aún ahora, seguramente) fue el no va más, el blockbuster definitivo. Y lo ha hecho recuperando su esqueleto, añadiéndole embellecimientos sin por ello alterar los raíles básicos. Sus responsables sabían que era eso lo que los espectadores queríamos ver: nada de inventos, échennos de nuevo lo mismo, pero que sea más grande, más gordo, con más dientes. Y lo han conseguido. Tenía unos ocho años cuando vibré como nunca con Jurassic Park, y seguí flipando cada vez que me la puse en VHS primero, en DVD después. Hoy, he vuelto a disfrutar como un niño de este sinsentido argumentalmente ridículo, científicamente dudoso, de moraleja de andar por casa y seguramente previsible en todo momento; pero a la vez, volcado por y para el entretenimiento más espectacular, más… eso: grande. Palomitas, cerebro apagado, prejuicios en casa, y a disfrutar de esta apabullante maquinaria cinematográfica. En Hollywood, lo han vuelto a hacer.
7/10