Crítica de Kauwboy
Por devaneos curiosos del destino, últimamente están coincidiendo en nuestras carteleras diversas producciones que tienen en los niños el principal foco de atención. Después de Nana, hace apenas un par de semanas se estrenaba la francesa Tomboy, magnífico mini relato sobre una niña de diez años que aún debe acabar de encontrarse a sí misma. Y en el mismo universo podría ubicarse ahora la holandesa Kauwboy, aunque esta vez se trate de un niño, de edades similares, que se amolda como puede a la complicada situación familiar de que dispone. Se parecen en cuanto a que también esta es una producción pequeña y sencilla, de escuetísima duración y medios, que casi podría describirse como un haiku pasado a fotogramas (juraría que Xavi ya definió así a alguna de las dos en sus críticas). Luego, en la práctica, hay diferencias sensibles; pero en esencia, ambas películas tienen la agradecida voluntad de colocar el punto de vista a la altura de un infante para dilucidar cómo afronta situaciones adversas a las que ni siquiera debería tener acceso o peor aún, a las que los adultos creemos que no tiene acceso. Y otro factor común: si bien sea inferior a su hermanastra gala, Kauwboy se convierte en una de las destacadas de la temporada.
Y lo hace por no alejarse demasiado de la cercanía y la simplificación (que no simpleza), sendos leitmotiv de este universo cinematográfico. El niño que se nos presenta, la familia de la que forma parte, la relación con sus compañeros de colegio, y con el pájaro a quien rescata de un accidente y que sirve como entramado principal, se antojan absolutamente realistas, cotidianos. Lejos, en definitiva, de grandes aspavientos dramáticos si bien sus vidas no estén exentas de ellos. Sin ánimo de destripar más de lo debido, el proceso de maduración de esa amistad entre el niño y su inesperada mascota no es sino el reflejo de un tema todavía más palpable y terrenal, a la par que adulto por cierto. Como era de esperar, Boudewijn Koole (director y guionista a cuatro manos, junto a Jolein Laarman) optan por una presentación igualmente austera y natural, en su mayor parte limitada a planos muy cercanos al protagonista. Se detienen en sus miradas, en las expresiones faciales del estupendo actor Rick Lens. En sus silencios. En definitiva, se respira en Kauwboy una humanidad prácticamente total.
Prácticamente, sí, porque aquí vienen las curvas. De manera progresiva, el cineasta va dejando su impronta en una serie de decisiones artísticas cuestionables. Poco a poco, ralentíes y momentos muy próximos al videoclip van haciendo acto de presencia hasta tornarse abusivos, restando buena parte del impacto de alguna de sus secuencias emocionalmente más intensas. Por el contrario, otros recursos estilísticos sí resultan más atractivos (esos cortes con fotogramas congelados), pero en general, acaban gozando de una potencia mucho más genuina aquellos pasajes en que sencillamente, se recurre a las interpretaciones (y al guión) como armas. Ahí están el primer exabrupto del padre, la conducción temeraria del mismo, o el cumpleaños feliz que canta el niño a grito pelado. Son pequeños tachones que acompañan a un giro más que previsible. Y por este motivo, Kauwboy acaba rayando un poco por debajo de sus aspiraciones iniciales.
Pero que una cosa no quite la otra: la película de Koole sigue siendo emotiva, humana, realista, creíble y sincera. De aquellas capaces de ponerte el corazón en un puño de manera casi inmediata, para luego dejarte ir con una gran, radiante sonrisa en la cara. Y eso bien merece una oportunidad, ¿no?
8/10