Crítica de Kiseki (Milagro)

De cuando el cine es cine y como tal es pureza, oxigenación y sencilla lírica. No se deja contaminar por preconcepciones, ahuyenta ombliguismos, hace oídos sordos a reproches, limpia sus vías respiratorias y sólo se debe a su propia causa, su ética y, acaso, a la veneración de aquellos que hicieron de esto un arte. Ocurre no muy a menudo y se corre el riesgo de caer en la banalidad de lo melifluo y en la oquedad del buenismo inane, pero cuando ocurre se degusta como plato de nouvelle cuisine: en muerdo pequeño pero rico en sensaciones. Y fijaros qué curioso, a menudo la infancia es el perfecto catalizador para este tipo de expresión fílmica, y otras tantas veces el producto proviene de Asia, donde parece que la creatividad y el espectro temático y ético no tiene límites. Y si nos ponemos un tanto simplistas podemos decidir más o menos arbitrariamente que los niños orientales están imbuidos de una sensibilidad distinta, cercana tanto a unas concepciones materialistas de la sociedad como a una espiritualidad arcana y tradicionalista (no olvidemos que hasta hace poco más de doscientos años, antes de la Restauración Meiji, Japón era feudal).

El ejemplo más primigenio al que alcanza un servidor a conocer en los modos cinematográficos nipones a la hora de reflejar la infancia se remonta al maestro Yasujiro Ozu y su (aún silente) He nacido, pero… No es gratuito traer semejante título a colación, y de hecho ya se habló de cuánto bien le hacía a la dialéctica intercinéfila –por llamarlo de alguna manera-  y cuán ricos podían presentarse los estudios críticos, incluso reatroactivos (¿por qué no trazar una historiografía y un análisis de una época concreta mediante productos culturales nacidos a posteriori?), a partir del lazo que establecía el director Hirokazu Kore-eda respecto a su Still Walking hacia algunos títulos de la filmografía de Ozu. Y ahora, varias películas después, los puentes se siguen tendiendo y el parentesco (basado en inquietudes estilísticas similares tanto como en declaraciones de intenciones homenajísticas) sigue vivo, presente y, a la postre, de nuevo enriquecedor. El mítico director de La hierba errante vuelve a presentarse en las imágenes inventadas por el autor de Hana, dibujado en una infancia limpia, de ojos rasgados pero enormemente abiertos, que busca siempre andar hacia adelante, como los niños de la mencionada He nacido, pero… y que aún tiende sus vínculos afectivos hacia padres y, especialmente, hermanos. Como en cuentos de Tokio, como en Principios de verano, como en Buenos días.

Una institución, la familiar, que protagonizó gran parte de la filmografía de Ozu (como en aquella, en Kiseki (Milagro) también hay apuntes de conflicto generacional a partir del salto entre padres e hijos) y que centra el interés de Kore-eda a la hora de narrar esta historia de dos hermanos separados por un divorcio que pretenden pedirle al recién inaugurado tren bala el milagro del reencuentro entre los cuatro. Y con insistencia aparece la idea del núcleo de cuatro a lo largo de la película como una especie de utopía de la felicidad no alcanzable, y a pesar de eso, la inconsciente lucidez de los niños se impone en un sistema bipartito que los espectadores adultos sabemos irreconciliable.

Pero aun así, decimos, no se pierde la esperanza. Los milagros, en ojos de los niños pueden ocurrir. El gigante dormido al que simboliza un volcán a punto de la erupción, objeto mítico de fascinación, puede despertarse y obrar el milagro. O no. Pero en cualquier caso, como las infantiles protagonistas de la preciosa Yuki y Nina de Suwa y Girardot, como el Kikujiro de Kitano, valdrá la pena hacer el viaje. En compañía.

No es la primera vez que Hirokazu Kore-eda se fija en la infancia –ni, desde luego, en la institución familiar, natural o adoptada- pero sí es la vez que lo hace de manera tan llana y abierta. Aquí ya no cabe la experimentación de After Life (aún una de sus mejores películas), ni hay lugar para poéticos relatos de la desesperación individual como los de Air Doll, muchísimo más esteticista que esta pero también más abotargada. Ni caben almas perdidas que reencuentran un lugar (metafórica –Distance, Hana– o literalmente –After Life-). Y se distancia de Nadie sabe, con la que comparte ese vínculo temático entorno a la infancia, porque decide aligerar las tintas y desplegar el relato costumbrista goteado suavemente de un drama muy ligero y articulado por una franca comedia casi blanca en una mezcla que transpira una rara sinceridad intemporal.

Y con ello lo que consigue es resultar pura, inocente; casi sólo plenamente asumible desde un punto de vista orientalista: a riesgo de sonar tópico, cabe decir que su filosofía está imbuida de paz interior y su ritmo es casi zen, mediante una narración contenida de ritmo pausado y fluyente. Es un cine de transparente veracidad y de aparente vacío que en realidad va mutando en cotidiana poesía –y algo como una magia naturalista- que se filtra en los intersticios entre planos y que a menudo hasta se desborda y empapa un encuadre insospechado. Una opción tonal mucho más literaria que, casi, formal, teniendo en cuenta cómo el director decide evitar recursos visuales embotados y retórica inútil. Hay mucha mano en el encuadre y el montaje de Milagro, pero no salta a la vista, no se hace notar.

Pero porque el objetivo es tan sencillo como irreprochable: montar un cuento naïf y minimalista para hablar de sueños, de fantasías, de ilusiones infantiles que pueden ser enormes, existencialistas o aparentemente anodinas, peregrinas. También de temas graves, de grandes fallas de las relaciones humanas, brechas que se abren, sin embargo con la edad adulta y que cobran nuevas dimensiones desde el punto de vista infantil: el divorcio, la soledad adulta aparecen planeando fantasmagóricamente pero no vampirizan la auténtica joie de vivre que quiere transmitir Kore-eda. La del aprendizaje mediante el viaje de descubrimiento, la búsqueda de la quimera y, en fin, la aventura en miniatura de lo cotidiano.

8/10

Por Xavi Roldan
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Xavi Roldan empezó la aventura casahorrorífica al poco de que el blog tuviera vida. Su primera crítica fue de una película de Almodóvar. Y de ahí, empezó a generar especiales (Series Geek, Fantaterror español, cine gruesome...), a reseñar películas en profundidad... en definitiva, a darle a La casa el toque de excelencia que un licenciado en materia, con mil y un proyectos profesionales y personales vinculados a la escritura de guiones, puede otorgar. Una película: Cuentos de Tokio Una serie: Seinfeld

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Comentarios

  1. Fui a ver esta película la semana pasada y me encanto. Tierna y dura al mismo tiempo.

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