Crítica de Kiss of the Damned
Parece como si tras la violenta vulgarización del género vampiro experimentada (de nuevo) recientemente, una serie de directores se hubieran visto obligados a recuperar el honor perdido sin mover las coordenadas tanto como para abandonar los terrenos del amor. Al fin y al cabo, al margen de postpúberes lúbricos con colmillos, las historias de chupasangres siempre se mantuvieron en un plano de romanticismo que articulaba los ítems amor/sexo/sangre/eternidad, de modo que no es raro que ese juego de lazos simbólicos siga estando presente en las dos versiones de Déjame entrar, en Byzantium, en la serie True Blood… o en esta Kiss of the Damned, segunda película de Xan Cassavetes (predestinada al cine: hija de John Cassavetes y Gena Rowlands, hermana de Nick) tras el estupendo documental Z Channel, una magnífica obsesión.
Con aquel comparte una poderosa nostalgia y un cariño por la producción cinematográfica marginal, puestos en este caso al servicio de la historia vampírica en cuestión, a medio camino entre el terror convencional y la historia de amor, centrada en una joven vampira (Joséphine de la Baume) que se enamora de un mortal (Milo Ventimiglia). Ella pronto convertirá a su amado, pero también deberá enfrentarse a la llegada de su hermana, otra chupasangres (Roxane Mesquida), que supondrá un auténtico terremoto en la relación con su nuevo novio. Poco más que una excusa argumental simple para, en el fondo, articular un sistema de guiños y una mirada cómplice al cine terrorífico europeo de los años 70 donde cabe un aire giallo, un cierto respeto por la obra de Jean Rollin y una estilización de algunos elementos de Jess Franco. Ambiciones claramente arty para una propuesta que uno no sabe muy bien cómo tomarse más allá de su coartada autoral.
Cierto, Cassavetes no teme derivar su discurso hacia un lugar pop, referencial y autoconsciente, de modo que hasta cierto punto se autoprotege de hacer el ridículo. Puede aducir que el pobre dibujo de sus personajes -interesante sólo en la contraposición de las dos hermanas-, que la atonalidad de su guión y la ausencia de auténticos picos climáticos (algunos hay, pero no están bien trabajados) obedece a una voluntad más sensorial que textual. Pero para salir invicto de semejante atrevimiento haría falta una claridad meridional en las intenciones y en la voluntad iconoclasta. Y lo cierto es que a ratos la guionista y realizadora impone una poderosa marca personal, un inequívoco halo autoral, pero en otros todo es dolorosamente plano, incapaz de salirse de sus propios márgenes, incoloro y convencional. Mientras que en los de más allá simplemente todo eso no importa nada porque el espectador parece no tener muy claro qué quiere decir o dejar de decir Cassavetes. Qué quiere homenajear o qué quiere transgredir. Qué pretende lograr y cómo espera emocionar. En el sistema de iconos y el universo simbólico que maneja la película algunos clichés parecen bien llevados, otros clichés son tratados como convenciones del género y otros, bueno, son simplemente clichés.
Así que medularmente, incapaz o desinteresada en ser radicalmente rompedora, Kiss of the Damned no da nada que no haya dado hasta ahora el género, nada que no haya inventado ya, por ejemplo, El ansia, de la que podría ser esta una especie de puesta al día si no fuera porque ya existe la mentada serie de Alan Ball para HBO. Simplemente es una nueva historia de amor sobrenatural más interesada en tender un puente transtemporal que una lo gótico, lo contemporáneo, lo clásico y lo retro mediante referencias estéticas y un uso de elementos dispares. Tan variopintos como el cine indie, como esa mención al amor eterno de Hedy Lamarr y Charles Boyer en Argel, como una banda sonora decididamente cool, o ramalazos de gore comercial, algún homenaje a sus padres (concretamente a Noche de estreno), menciones a las liturgias y jerarquías vampíricas a lo Anne Rice o un erotismo soft de novela romántica barata.
Ni menos ni más. No emociona pero no molesta. No es un patinazo, es una muestra de indefinición y no es un error, es falta de fuerza. Pero tiene humildad y una cierta elegancia outsider: enganche para futuras propuestas de la Cassavetes. Así que regular bien.
6/10