Crítica de La casa de Jack (The House that Jack Built)
Es muy difícil plantificarse delante de una pantalla para tratar de escribir algo con mínimo sentido sobre la última película de Lars Von Trier. Última, sí. Quizá no lo sea, que ya se sabe que este hombre cambia de rumbo más que yo de ropa interior. Pero a priori, La casa de Jack es su despedida oficial y por ello, más que un mero thriller sobre asesinatos, es una enorme parábola sobre su filmografía y sobre su persona. Teniendo en cuenta que se trata de uno de los responsables del movimiento Dogma, que se las hizo pasar canutas a Björk, que una de sus últimas películas fue censurada en medio mundo (y otra, en la otra mitad), y que fue declarado persona non grata en Cannes por cuestionables (por decir algo) declaraciones sobre Hitler… fácil no es.
Todo ello tiene cabida en un tour de force de dos horas y media que, a priori, sigue a un asesino en serie perfeccionista y con un TOC por la limpieza. Él se considera un artista, y por tanto cada obra suya debe superar a la anterior, debiendo entre una y otra no quedar rastro. Ahí empiezan los primeros parecidos entre el asesino, un recuperadísimo Matt Dillon por cierto, y el director. Entre el que mata casi sin querer al principio y rebuscadamente después, y el responsable de Los idiotas y de Melancolía. Dos personajes delante y detrás de las cámaras perennemente insatisfechas, siempre en busca del más difícil todavía, de la obra de arte definitiva (con el uso víctimas femeninas que sufren a base de bien, como la cantante que protagonizó Bailar en la oscuridad, pero también como prácticamente cualquier otra actriz que se ha puesto a sus órdenes alguna vez). Arte, principal foco de atención de un guión que no escatima en disertaciones y diálogos fuera de plano sobre su definición y su esencia, entre el protagonista y un Virgilio de acento alemán e interpretado por un tal Bruno Ganz (que hizo de, oh, Hitler en El hundimiento), que le sirve de guía como el poeta a Dante, mientras el italiano bajaba a los infiernos (antes de pasar por el Purgatorio y el Cielo, claro).
No sin autosorna precisamente, La casa de Jack es también eso: un descenso por los nueve círculos por parte de un asesino/director que se ve prácticamente obligado a seguir para delante cuando lo más fácil hubiera sido pasar de largo. Y nosotros, que tampoco salimos bien parados precisamente, asistiendo con más y más interés a cada una de sus nuevas fechorías/películas, casi como empujándole para que salte al inframundo, condenándole. ¿Pero quién es el culpable de que Von Trier, perdón, Jack, siga dándonos la brasa? ¿Nosotros/sus víctimas? ¿Él? ¿La sociedad en términos así menos pragmáticos? Dudas que van surgiéndole al de Dogville, y que va exponiendo alegremente mientras intenta sacar de todo ello qué demonios pinta él en medio de todo esto del séptimo arte. Lo mismo hacía Alighieri. Vamos, que La casa de Jack es La divina comedia, primera parte al menos, de Von Trier. Casi nada.
Mil y un detalles de su vida, de los diversos estados anímicos por los que ha ido pasando el danés mientras rodaba este título o aquél, se van intercalando de manera más o menos sutil conforme a la película parece ocurrirle lo mismo que a su carrera: arranca como un thriller sucio, sudoroso y polvoriento, y acaba alcanzando unas cotas de metalenguaje, elevación, excelencia formal… y de provocación, elevadísimas.
Y a partir de aquí, toca posicionarse. Dejando de lado su indudable factura, la excelente interpretación de Matt Dillon o su funcionamiento como mero thriller de humor negro, ¿vale la pena asistir a un monólogo de 150 minutos de un artista sobre su ombligo? Un ombligo que además debe ser conocido total o, al menos, parcialmente por el espectador, pues de lo contrario ni siquiera tiene validez como película per se. Bueno, allá cada cuál, sabido es que Boyero la odia, y seguro que aplaudiría la cachonda canción con la que se cierra la función. Un servidor ha encontrado en esta la última pieza del puzzle, el broche de oro a una de las filmografías actuales más interesantes y más controvertidas. No podía ser de otra manera, dicha pieza tiene formas relamidas, arrogantes, pretenciosas y de todo menos amables. Pero hablamos de un genio, y si esta es su despedida real, una vulgaridad hubiera sido un batcazo. Comprendida como parte de un todo, La casa de Jack es una maravilla sobrecogedora y apabullante (tanto como dicho todo). Tiene tantas lecturas y dimensiones que no se puede abarcar de un solo vistazo, tal es la carga artística (¿ensayística?) que Von Trier vomita sobre el espectador con su descomunal última propuesta. Así que no puedo sino doblar la rodilla y alabar la desfachatez, valentía (por qué no) y calidad como artista de su responsable. Como persona… ya tal. Pero él mismo es plenamente consciente y así nos lo hace saber, así que fair enough.
Trailer de La casa de Jack
Valoración de La Casa
En pocas palabras
A caballo entre el autohomenaje y el panegírico, la «desepedida» de Von Trier se salda con una descomunal, excesiva en todos los sentidos, recapitulación sobre su trayectoria en el cine.