Crítica de La cinta blanca
El doctor de un pequeño pueblo de la Alemania, en un periodo inmediatamente anterior a la I Guerra Mundial, sufre un accidente al tropezar su caballo con un fino hilo de pesca atado entre dos árboles. Poco más tarde, una sirvienta del barón fallece mientras trabajaba en el molino, lo cual provoca la ira de su desconsolado hijo. Un tercer acontecimiento indeseado dispara definitivamente las alarmas, alterando el día a día de todos los habitantes de tan plácido pueblo, desde la del profesor, que no duda en indagar sobre lo acaecido, hasta la de los hijos del barón y sus sirvientes, o de la partera ayudante del doctor.
Son precisamente sus cotidianas vidas las que interesan a Michael Haneke en «La cinta blanca», cuyos 140 minutos de riguroso blanco y negro se distribuyen entre meros apuntes del peculiar cluedo que se forma en el pueblo, y una mucho más meticulosa observación de las reacciones de sus habitantes; excusa perfecta para indagar no sólo en sus quehaceres, sino también en sus sentimientos o inquietudes y, sobre todo, en su estricto modelo de conducta basado en severas reprimendas a cada chiquillada de los más jóvenes, una corrección formal extrema… por supuesto, con el yugo de la religión cristiana como doctrina inapelable. No en vano, da título al film un símbolo de pureza de alma, una cinta blanca que los niños más traviesos debían llevar como recordatorio de dicha castidad y consecuente arma contra el pecado.
Aunque hasta aquí todo parecería indicar que el director de «Caché» habría abandonado su versión más radical para madurar y asentarse en la franja más convencional de Grandes Directores (algo que, por otra parte, se creía de Tarantino y sus basterdos), a la hora de la verdad dichas intuiciones se antojan ciertas tan sólo en parte. Aun destilando una prácticamente nula cantidad de violencia visual y/o explícita, en directa contraposición con un notable esfuerzo artístico, «La cinta blanca» esconde en sus entrañas tanta fuerza como rabia, al describir un pueblo bañado por la vejación, la opresión, el castigo y las falsas apariencias, particular punto de partida para los orígenes del movimiento nazi, según el director alemán.
Así pues, no estamos ante un Haneke centrado en revolver al espectador a través del impacto visual, ya que su nueva película no busca el escándalo a primera vista. Al contrario, nos topamos con un cineasta esforzado en obtener lo opuesto, una armonía visual acorde con el sosegado ritmo del film, y una elegancia que haga valer su particular arte tras la cámara, caracterizado por planos lentos y refinados y un pulso firme especializado en secuencias largas, virtuosas, casi ampulosas. Como muestra de todo ello, valga como ejemplo el plano secuencia en que un padre se prepara para castigar a sus hijos mediante el empleo de una vara, cuya acción sucede tras una puerta cerrada que la cámara jamás llega a cruzar.
El director es el primero en saber desde el principio la relevancia de su producción, llamada a ser su mejor trabajo tras las cámaras, y es por ello que opta por un estilo que, por otra parte, resulta el más acertado para la ocasión. Porque sí estamos ante un Haneke que sigue yendo a la suya, empeñado en no dejar indiferente a nadie y seguir removiendo estados de ánimo, y si abandona su carácter visualmente extremo, no hace lo mismo con su vertiente más implícita por lo que, al final, el espectador sale de la sala con tan mal cuerpo como si a una doble sesión con «Funny Games» y «La pianista» hubiese asistido.
Pero como decíamos, «La cinta blanca» está por encima de escándalos pues es, ante todo, una gran película cinematográfica. Y como tal no admite debate: a lo largo de sus casi dos horas y veinte de duración, la sensación de encontrarnos ante una muestra de Buen cine no desaparece nunca, por mucho que, todo hay que decirlo, falle en determinados aspectos.
Se agradece el esfuerzo del director por avanzar en el desarrollo de la trama paso a paso, sin dejar a ninguna de sus muchas historias paralelas (¡prácticamente una por cada habitante del pueblo!) en segundo plano ni dar pie a precipitaciones propias de quien busca un discurso de panfleto propagandista propio de rencillas personales. Así, a diferencia de otros mucho más simplones discursos con cierta dosis de crítica (por ejemplo, ese engañabobos llamado «American History X»), la película no da pie a fáciles conclusiones con las que el espectador pueda llenarse la boca, sino que opta por proponer una tesis que, si bien tan obvia como cualquier otra, invita a recapacitar y a volver al tema más de una vez. Y lo hace totalmente alejada de resultones entramados o peliculeros artificios, desde una cotidianidad que asusta. Normalidad que se ve potenciada por el desprendimiento de cualquier embellecimiento añadido -lo cual no deja de ser un truco a fin de cuentas- como constata la total ausencia de banda sonora.
La única concesión realmente obvia al tratamiento de «La cinta blanca» como película, en lugar de mera exposición de secuencias, se descubre en la voz en off del profesor del pueblo, y curiosamente es precisamente esta la pata de la que más cojea el film. Excesiva e innecesaria en más de una de las ocasiones en que aparece, dicha narración supone un anticlimático alejamiento por parte del espectador, hasta el momento tan metido de lleno en la película como para prácticamente pasear por las calles del pueblo y sentirse uno más en sus reuniones, fiestas o castigos. No, a causa de dicho efecto uno acaba echándose para atrás, recolocándose en la butaca y confirmando que tan sólo está viendo una película.
Rebajándonos a niveles más formales, toca volver a incidir en el poderío de Michael Haneke con la cámara, capaz de momentos absolutamente embriagadores a través de una dirección tan sobria y elegante como suele ser habitual en el hombre al que no le tiembla la mano ni aunque esté tratando la muerte de niños a mano de adolescentes juguetones. A ello se le añade una fotografía en blanco y negro (aunque mediante el empleo de las técnicas digitales más recientes, lo cual añade un plus atemporal aunque a veces chirríe tanto como en la secuencia inicial generada por ordenador) simplemente maravillosa, que convierte hasta el último detalle que aparece en pantalla en una anacrónica pieza de arte.
En su conjunto, todo ello hace olvidar cierta sensación tediosa que asoma puntualmente a lo largo de la película, y en cambio instala a «La cinta blanca» tanto en la retina como en el lugar más activo del recuerdo del espectador, que vuelve a pensar en ella una y otra vez aumentando, en cada ocasión, su concepto sobre ella, que ya de por sí debería ser lo suficientemente elevado. Con un discurso tan arrollador como desconsolador, el cineasta alemán golpea por enésima vez nuestras conciencias, indagando sobre los orígenes de los pensamientos fascistas en un pequeño pueblo (casi familiar) para poner en alerta al público, pues no son pocas las referencias del film extrapolables a nuestros días.
Por supuesto, no hace falta insistir en la perfección de la mayoría de sus aspectos técnicos y artísticos, entre los que no hay que pasar por alto un reparto tan anónimo como sorprendente, especialmente en su vertiente más joven.
Y es que como bien dice su cartel, probablemente nos encontremos ante la mejor película europea del año, a lo que también podría añadirse que es la mejor de un Michael Haneke literalmente glorioso.
9,5/10
Reconozco la tremenda labor del director y los actores en esta película, pero esperaba algo más explícito, principalmente un final más resolutivo, y en muchos momentos la encontré muy soporífera.
pues mira, yo también me esperaba algo así al principio (y más sabiendo quién dirige y de qué va la cosa), pero agradecí mucho más una película tan sobria, tan "invisible" (vaya, que no deja ver nada). Y sobre todo, me encantó el final. De hecho, si no sabes de antemano (lo cual es imposible, pero bueh) de qué va y qué busca en realidad Haneke, te quedas dudando sobre qué ha querido decir, qué advertencia nos ha querido lanzar (o por qué), y sobre todo, con la enrarecida sensación de que no ha acabado ahí la cosa y tal (no quiero entrar en más detalles para no spoilear)… ya digo, hay veces en que el tempo va en función del "espíritu" (? argh, me estoy empezando a dar rabia…) del film y de su argumento. En este caso, lo que se busca es la normalidad total y absoluta (y por tanto, soporífera por su monotonía a veces!), y cómo de ahí, de la más absoluta nada, puede salir lo que luego se intuye que sale….
ahora bien, a mí también se me hizo larga (coño, es jodidamente larga) y lenta, y como digo en la crítica, hubiera cortado las voces en off en la sala de montaje. Pero he estado pensado mucho en ella (la vi hace prácticamente una semana) y es así como he llegado no sólo a la conclusión de que es una genialidad, sino a tener muchas ganas de volver a verla… a ver de dónde saco ahora 140 minutos!!
con todo, obviamente, tu opinión es más que valorada, respetada, y seguramente compartida por muchos. A mí es que la peli me pilló tras una buena siesta, más desvelado que un buho y muy predispuesto a ver tostones ;)
Saludos, y gracias por pasar!
Me pareció una peli ensayo,
la vi hasta hace poco porque cuando se estrenó todo el mundo me habló tanto que quise higienizar mi mente de tantas opiniones y verla con la mente en blanco, sin esperar nada.
Me maraviló, me encantó, considero que es bueno que los directores no tengan "prisa" en acabar las cosas,
es larga, si, pero te mantiene atento.
Y sobretodo valoro mucho el esfuerzo de hacer un film "violento" sin necesidad de mostrar nada y que la inquietud llegue de igual manera al espectador.
Además, parece que en lugar de una peli uno este viendo cuadros del expresionismo alemán en movimiento.
(excelente crítica!)
Caray, anónimo, para excelencias, tu análisis. Se nota que disfrutaste con ella, y todo lo que dices es totalmente cierto. Qué bueno es que los directores más interesantes del momento se sigan esforzando por hacer cosas interesantes… pero mejor aún que sus propuestas puedan llegar a calar tanto como lo ha hecho La cinta blanca en ti.
Un saludo, gracias por comentar!