Crítica de La favorita
A Yorgos Lanthimos lo teníamos en un aprieto. Sí, casi todos nuestros cráneos estallaron al exponernos al torbellino Canino, nuestro primer contacto con su cine. Alps salió torcida, pero nos descolocó lo suficiente como para seducirnos. Y si bien Langosta y El sacrificio de un ciervo sagrado eran más redondas que aquella el discurso empezaba a mostrar un cierto desgaste, o capacidad de sorpresa, o vocación subversiva. Definitivamente, el griego necesitaba recobrar su puesto de relevancia en el cine de autor europeo contemporáneo intentando no volver a caer en el histrionismo moral de Canino y recibiendo al mismo tiempo un buen chute de energía creativa como el que efectivamente ha terminado suponiendo La favorita.
Situada en los albores del despendolado siglo XVIII la película transcurre en la corte de una reina Ana de Gran Bretaña enferma y saturada por los tejemanejes diplomáticos y estratégicos de la guerra con Francia. A ella acude una nueva sirvienta, dispuesta engrosar la nómina de criados pero decidida en realidad a recuperar su esplendoroso pasado burgués, intentando arrebatar el puesto de mano derecha de la reina a su propia prima Sarah Churchill, alias lady Marlborough. La intriga palaciega está servida. Se presume mucha política de pasillo, drama de cámara y conspiraciones a la luz de una vela de llama mortecina. Pero cuidado. ¿Es esta una recreación histórica rigurosa, templada, con la espesura y la profundidad dramática de, pongamos, un Barry Lyndon? Ni de lejos.
Lanthimos nunca ha renunciado a sembrar sus tragedias de cargas de negrura cómica, y en este caso la jugada es más evidente que nunca. Planteada la película como una especie de costume drama satírico el realizador se alinea en propósitos éticos/estéticos con Peter Greenaway, Pasolini o el Buñuel más antiburguesía. El resultado se acerca en aspiraciones lúdicas al Las amistades peligrosas de Frears y se asemeja en extravagancia cómica a algunos momentos de la filmografía de Bruno Dumont más que a la postmodernidad cool de Sofia Coppola. Una sarta de referentes, en fin, que dan a pie a una película que en el fondo contiene pocos elementos realmente novedosos, pero que de algún modo se las maneja para parecer original y desparramar personalidad por todos sus requiebros narrativos y formales.
Ni que sea por simple acumulación de ideas excitantes. Su puesta en escena está recargada hasta la extenuación, y aun así resulta fascinantemente elegante: a nivel de atrezo el horror vacui de Lanthimos no deja ni un milímetro sin adornos; los pelucones y los vestidos suntuosos se suceden, conviviendo con detalles algo más inesperados y turbios (la chic pero desasosegante banda negra que termina cubriendo parte de la cara de uno de los personajes). La banda sonora está compuesta por piezas del Barroco, pero transgrede sutilmente el rigor histórico introduciendo también composiciones del Romanticismo. Y la planificación está pensada desde la intención recurrente de mostrar la abundancia monárquica, reflejar la opulencia relamida y añadir un plus de extravagancia cortesana: abundan los grandes angulares, algunos de ellos casi aberrantes, los travellings y los paneos de cámara.
De este modo Lanthimos resulta más iconoclasta que puramente neoclásico y rompe deliberadamente la ortodoxia más o menos convencional entorno a las recreaciones de esa época sin la necesidad de recurrir al pastiche o al paroxismo formal. Aquí hay lujo y decadencia, fiestas grotescas, prácticas de tiro, libertinaje, correteos, mariscadas, excentricidades altoburguesas y raudales de vómito. Y especialmente hay sexo, celos y juegos de poder. Y es esto lo que, en realidad, pervive en la película, su guión ágil y perverso, firmado por Deborah Davis y Tony McNamara. Un libreto descarado y casi perturbador. Una historia de felices tintes lésbicos que si bien no subvierte el tropo de la pelea de féminas sacándose los ojos por rascar unas migajas de poder, por lo menos construye a su alrededor un puñado de relaciones fascinantes entre tres personajes poderosos. Un trío de personalidades arrolladoras, deliciosamente interpretadas por unas Emma Stone, Rachel Weisz y Olivia Colman en estado de iluminación y que ponen la emoción, el rostro y la humanidad a la película.
Una que ya habíamos visto antes, pero nunca así.
Trailer de La favorita (The Favourite)
Valoración de La Casa
En pocas palabras
Yorgos Lanthimos se sale por la tangente y acierta con una sátira palaciega canónica pero también desbordante en casi todos sus aspectos técnicos y artísticos.