Crítica de La herida
Mientras queden autores puros quedará vida en el cine español. Así de claro, y así de incierto, porque en la vida real son los grandes pelotazos comerciales los que aún aguantan el (o lo poco que queda del) chiringuito. Pero pongámonos un poco románticos y creamos un poquito en la mentira de lo bonitos que son la independencia creativa y el riesgo, de que lo que cuenta de verdad de verdad en el cine no es que las salas estén llenas y que la gente se gaste parte de su sueldo en consumir sólo películas hipercomericales, sino que existan creadores que aún tengan fe en el arte por el arte y en que el cine puede ser estimulante también para el cerebro. Repito, sin lo uno no hay de lo otro, sin industria no hay lugar para nadie. Pero mientras tanto, seremos felices alimentando la ilusión, la falacia, con lo que nos pueda ir llegando con cuentagotas, sea de la penúltima generación (Isaki Lacuesta, Jaime Rosales, Albert Serra, Javier Rebollo) o de esta nueva hornada heterogénea que, obviando cualquier tipo de crisis, los medios más ávidos de etiquetado ya se han lanzado a calificar de Relevo Generacional: Juan Cavestany, Mar Coll, Eloy Enciso, Neus Ballús, Carlos Vermut, Jonás Trueba o el Fernando Franco que nos ocupa.
O bien podemos obviar todo esto, abstraernos y dejarnos intoxicar por La herida. Que de por si se basta para representar un islote de calidad cinematográfica sin necesidad de que nadie la encuadre en nada mayor y sin que alguien vea la necesidad de buscarle abuelos creativos. Y los tiene, ojo, no sólo en la obvia conexión Rosales (el coguionista Enric Rufas es habitual del director de Las horas del día y aquí se nota) sino también en los lazos conceptuales, temáticos o formales que pueda trazar con otros cronistas de la realidad social, estetas del silencio o violentadores de lo cotidiano, de los hermanos Dardenne al primer Kaurismäki, pasando por el Haneke de La pianista. Pero en cualquier caso esto no sólo es rara avis en nuestra cinematografía sino también un caso único en el cine europeo, no tanto por el tema que cuenta sino por la opción personal y artística que toma su director a la hora de narrarla: un vistazo al dolor, la soledad y la desesperación a través de una protagonista con un Trastorno Límite de la Personalidad y en forma de gran rendición hacia una actriz protagonista, principal centro gravitacional, justamente reconocida en Donostia.
La herida, pues, es ante todo un enorme regalo hacia Marian Álvarez, un acto de devoción total hacia su persona y hacia lo que puede lograr como actriz. Y visto esto, lo que puede lograr no es mucho, lo es todo. Vaya por delante que estamos ante una película en casi todos los aspectos magistral, pero que su principal fuerza motriz es la propia Álvarez. Ella condensa con pocas palabras, todo gestos sutiles, todo contención volcánica, la gigantesca carga emocional de su Ana, enferma totalmente jodida, autolesiva, fumadora compulsiva, drogota evasiva con desorden alimenticio. Una joven que no comprende la incomprensión, la que le despacha una madre ya claudicada de cualquier responsabilidad, que no es capaz de no herir a quien quiere y que encuentra en su entorno laboral sus únicos momentos de luz. Entre los enfermos que traslada con su ambulancia y cuida con su respeto, Ana siente que tiene un lugar en el mundo.
Sin desmerecer a sus estupendos secundarios (muy especialmente Ramon Barea y Manolo Solo) Marian Álvarez es, reitero, el punto cero del relato, el mismísimo centro. Entorno a ella se articulan las (pocas, leves) subtramas, simplemente insinuadas las backstories de los personajes que la rodean. Ella está presente en todas y cada una de las escenas de la película, a veces mientras la acompañamos pegados a su cogote, otras en primeros planos de expresiones que trazan todo un abanico de sensaciones. La actriz soporta con infinita fuerza emocional, con sutilísimos matices, esas cámaras obsesionadas con su rostro que nos privan de los contraplanos (ni uno en toda la película) e incluso del contexto del cuadro (el fondo aparece a menudo desenfocado). Como en otros casos recientes como el de Barbara Lennie (en Los condenados) o de Natalie Portman (en Zona libre) uno es capaz de ver el dolor explicándose por sí solo en el rostro silencioso de la intérprete. Al final, ella desarrolla toda la carga emotiva, sin necesidad de que el realizador fuerce nada ni se vea obligado a buscar ningún tipo de dramatismo extra.
Pero eso no significa que Franco abandone su cámara, que renuncie a un estilo, que se deje llevar completamente por un naturalismo que, sí, suele dominar la escena. Al contrario, el realizador sabe disfrazar de austeridad y sequedad un notable catálogo de recursos expresivos que apelan siempre a la pureza más infinitesimal de la narración, a la desnudez más sincera, a la frontalidad de la verdad. El director opta por lo apagado, por los tonos cromáticos grises y la ausencia de música incidental, y del mismo modo por la propia invisibilidad en posibles mensajes didácticos, escapando de intenciones ejemplarizantes y de mensajes aleccionadores entorno a las patologías sociopáticas. Al contrario, prefiere centrarse en la fuerza de los sentimientos más desnudos y directos; de las capacidades emocionales de una enorme elipsis y de las posibles consecuencias, o no, de la misma; de los propios actos de una persona que tiene una herida pero que es, en si misma, la herida. Prefiere, en fin, optar por la honestidad, valor en si mismo y casi rareza en un panorama como el que hoy presenciamos. Debut que no lo parece para una película tremendamente valiente que se postula como una de las imperdibles del actual cine joven español.
8/10
Y en el DVD…
En DVD nos trae Cameo la gran película de Fernando Franco; una edición sencilla, un único disco que además está un pelín por debajo de lo acostumbrado en lo que a calidad de vídeo se refiere, a causa de una definición de imagen simplemente correcta y afectada por el grano en numerosas ocasiones. Con todo, difícil lidiar con una cinta tan opaca, tan fría a nivel formal… Por su parte, nada que decir del audio, nítido y claro, presentado en un master 5.1.
El apartado de extras depara una alegría en forma de cortometraje: Room, dirigido por Franco, se centra en una historia real (no la explicaremos para no desvelar demasiado) para tratar alguno de los temas que luego tienen cabida en La herida. Lo hace desde un estilo aún más gélido y riguroso, grabándolo todo desde una webcam fija, y limitado el diálogo a la conversación sobreimpresa de un chat. Interesante, si bien alargado, cortometraje que acapara todo el interés de un material añadido que se completa con un trailer, una galería de imágenes, la habitual ficha técnico-artística, y un recopilatorio de imágenes y vídeos del paso de la película por el festival de San Sebastián.