Crítica de La isla, de Mayte Alvarado (Reservoir Books)
Afirma Mayte Alvarado que los diálogos de La isla llegaron al final del proceso creativo, cuando ya toda la narrativa visual estaba planeada y ejecutada. Y se nota. El debut largo de la pacense captura esa sensación tan única y que tanto agradecemos en un tebeo: que su parte formal no sirve como mero apoyo para el texto. Que las herramientas visuales son esenciales en la construcción no sólo de una historia sino, especialmente, de una lírica, de un juego de sensaciones, ambientes y sugerencias. Y todo ello forma parte esencial de esta obra: su capacidad para transmitir a través de lo sensorial. Casi hasta el punto de que el argumento sea lo de menos. Y no es que no exista, y de hecho afirma la autora que ya le rondaba desde hace tiempo: está ligado a las viejas historias del mar y a los cuentos populares, con su isla misteriosa, su mitología y un desastre inminente que exige un sacrificio. Es sólo que lo que de verdad arrastra la fascinación del lector es casi todo lo demás.
Que es mucho. Porque La isla es un tebeo visualmente cautivador, un (perdón) torrente de sensaciones que arrastra al lector hacia ese pedazo de tierra rodeado de agua, lugar cuasimitológico y onírico que hace del mar un símbolo de vida y de muerte, un contenedor de recuerdos y una metáfora de la infinitud del tiempo, que es un todo sin costuras, sin inicio ni final. Un lugar habitado por unos pocos personajes -apenas si hay tres principales: la joven, el loco y el perro- que protagonizan un viaje simbólico de autoconocimiento. Que se enfrentan a la soledad, el aislamiento y el dolor por una pérdida terrible. Que hablan mediante diálogos poéticos, conscientemente desnaturalizados y que, en última instancia, son menos elocuentes que los propios silencios.
La autora estructura cada capítulo a través de un personaje o elemento icónico: los citados “la joven”, “el loco” y “el perro”, pero también “los amantes”, “el mar” o “la boda”. Y dota a cada uno de estos segmentos de una personalidad cromática particular. Cada capítulo está dominado por una gama de colores concretas, que siempre incluyen una tonalidad de azul más otros complementarios (rojos y dorados, parduzcos, verdosos, grisáceos), de modo que la obra se percibe al mismo tiempo como un todo y como algo compartimentado. Y la atención de lectura fluye gracias a una especie de organicidad visual, marcada por un, digamos, movimiento de los colores que a menudo confunde los personajes, los elementos y los paisajes en un sugerente mar de manchas.
El resultado es una lectura (o una contemplación) que se presta a ser superficial y profunda al mismo tiempo, que admite distintas interpretaciones, que resulta absorbente como una ola que atrapa y nos arrastra de vuelta al mar y que en todo momento es embriagadora como el olor del salitre.La isla: contemplación melancólica
Por qué leer La isla, de Mayte Alvarado
Mayte Alvarado debuta en la novela gráfica con un precioso tebeo rico en sensaciones y alegorías y que prefiere sugerir a verbalizar. Una melancólica maravilla marítima.