Crítica de La nana
Lo cual no es de extrañar, porque esta es una historia bañada en un cierto exotismo hispano (probablemente gran número de norteamericanos no ven a sus curiosos vecinos latinos más que como engrasadas máquinas de… limpiar) y que gasta una moderada mala baba hacia las clases altas: sí, a mí también me suena a autoexamen de conciencia.
Por encima de todos ellos, obviamente destaca el personaje de Raquel. La interpretación de Catalina Saavedra, medida, fría y apasionada cuando se requiere es capaz de esconder unos traumas y problemas personales que nunca se nos explicitan y a la vez de sacar una considerable mala baba hacia sus rivales de chacherío. Así que se pasa gran parte de la película sin abrir casi la boca, mirando al suelo, cosa que contrasta con los arranques de auténtica gata en celo cada vez que alguien intenta penetrar en su casa.
En este sentido, Raquel marca su territorio constantemente: se encierra en la casa dejando a la compañera de turno fuera y trata a los chicos como sus propios hijos y a las chicas como amenazas.
Pero las intenciones del director no quedan ahí, y aprovecha para hacer sangre de las clases altas de la sociedad chilena (de cualquier sociedad occidental, en realidad), representadas en esta familia de pequeñoburgueses católicos, bastante imbéciles en su paternalismo, la verdad. Raquel se ve obligada no sólo a soportar sus alegres majaderías sino también, casi peor, sus arranques de solidaridad y afecto estéril.
[SPOILER] Es natural, pues, que la nana termine abriendo sus murallas a una familia, la de Lucy, que la acepta tratándola como a una igual [hasta aquí el SPOILER]
A este respecto, va gustos, pero yo quizá echo en falta una cierta mala uva a la hora de retratar la familia. No creo que sea la intención de Silva cargarse la institución a lo bestia, pero a mí no me habría sobrado un poco más de bilis hacia la familia en cuestión, como sí lograba, por ejemplo, el Todd Solondz de «Cosas que no se olvidan». Ya digo, probablemente vaya a gustos, pero es que a mí todo lo que me huela a clase alta como que me parece susceptible de derribo cafre. Y aquí no deja de haber amabilidad hacia una familia cuyo padre, atención, se pasa la vida entre el campo de golf y sus maquetas de carabelas (!).
Una opción estética muy clara, elaborada para que parezca austera, intentando minimizar sus cualidades cinematográficas (que las tiene) sobre las virtudes argumentales. Al final, gracias a una realización audaz la película termina convenciendo en su conjunto y, seamos sinceros, aunque no sea una maravilla, resulta una historia pequeña pero bien hecha. Una agradable sorpresa para recibir el nuevo año.
Y atención al tal Silva, que puede ir a más.
7/10