Crítica de El ladrón de palabras (The Words)
Es el momento de Bradley Cooper, otrora simplemente Will Tippin, ahora principal estrella Hollywoodiense de cuyas raíces apenas parece quedar rastro. El tío lo protagoniza todo: tan sólo el año pasado lo vimos (o mejor dicho lo vieron, que ya se sabe que por aquí las películas llegan con siglos de distancia en relación a sus estrenos reales) hasta en cuatro ocasiones, y haciendo de todo. Lo cual es peligroso. Por muy bien que pueda caer, no está dicho que el actor de Resacón en Las Vegas pueda interpretar toda clase de papeles y de hecho, la prueba más evidente de sus limitaciones para según qué roles la tenemos precisamente en El ladrón de palabras. Por mucho que la (¿injustificada?) nominación por El lado bueno de las cosas invite a pensar lo contrario, hay problemas a la hora de concederle papeles dramáticos, caso del que nos ocupa: en la película, debut en la dirección y el guion de Brian Klugman y Lee Sternthal, encarna a un aspirante a escritor sin éxito que un buen día se topa con una novela jamás publicada, escrita 60 años atrás. Se hace con ella, y a partir de ahí empiezan los conflictos morales, la teórica tribulación que se acompaña a un gesto inmoral motivado por la necesidad, las mentiras…
Muy poco de ello consigue transmitir Cooper, cuyo apático semblante se convierte en la primera gran muralla entre espectador y pantalla. Ni rastro hay de esa pesadumbre interior, salvo cuando intercambia líneas de guion con su partenaire femenina, una mucho más sufrida Zoe Saldana. Claro que la película ya es en sí misma un gran muro prácticamente insorteable, pues la de Bradley Cooper es sólo una de las tres historias que se dan cita a lo largo de sus 100 minutos de duración. Antes de nada, Dannis Quaid (otro que, precisamente, no va sobrado en credibilidad por muy sobreactuado que se ponga) se presenta ante una platea para leer su última novela. Él es el autor que ha escrito la novela en la que un joven encuentra la novela sin publicar de la que hablábamos antes (!). Un Origen literario, vamos. A lo largo de todo el metraje, su lectura irá apareciendo en forma de voz en off, cuando no directamente se corte hacia ella para poder desarrollar a su vez una historia que apunta a romántica entre Quaid y una testimonial Olivia Wilde que asiste a la lectura. Sorprendentemente, este entramado recibe un tratamiento superficial, previsible y anodino, como si hubiera sido impuesto, atrancando aún más el ritmo de la cinta.
Y para rematar la faena, otra historia más: ahora la de la novela dentro de la novela. El proceso de gestación de ese libro que se encuentra Cooper, traducido en continuas idas y venidas a un drama romántico (y van) ambientado en pleno conflicto mundial. Como si hubiese sido pensado a propósito, esta vez acapara el protagonismo Ben Barnes, uno de los jóvenes talentos menos carismáticos del momento (El retrato de Dorian Gray). Imposible sentir apego alguno por él de joven, difícil lograrlo con él de viejo, por mucho que esta vez su rostro sea el de un aviejado Jeremy Irons. Tres historias con paralelismos entre sí, con mucho de romance y mucho más de conflictos interiores, que sin embargo no parecen en absoluto preocupadas por ofrecer novedad alguna, mediante otros tantos argumentos vistos mil y una veces, tratados sin mimo alguno (hay cosas que claman al cielo, como la mera forma en que el protagonista se encuentra con el dichoso manuscrito), e incapaces por desmarcarse con algún reverso especialmente intenso a nivel emocional.
No se puede decir que El ladrón de palabras carezca de buenas formas: precisamente a niveles formales, por más académica e impersonal que pueda antojarse, se descubre una película impecable, elegante con su fotografía de tonos fríos y sus suntuosas escenas. Pero tiene tan poco que ofrecer, está tan vista y es tan poco estimulante, que sorprende que una propuesta así haya convencido a semejante reparto (hasta ahora hemos citado sólo a algunos, añádanse los nombres de John Hannah, J.K. Simmons y Ron Rifkin) cuando su hábitat natural es la sobremesa. Misterios de Hollywood.
4,5/10
Y en el Blu-Ray…
A Savor-Emon le ha tocado distribuir en formato doméstico la película, y lo ha hecho con una edición muy por encima de sus posibilidades: con un combo Blu-Ray + DVD que aprueba con nota en ambos formatos, gozando de una envidiable calidad tanto a nivel de audio como de vídeo. La opción en alta definición, claro, se desmarca como clara vencedora con una imagen sumamente nítida y pulcra, cuya calidad tan sólo parece resentirse de manera puntual (escenas oscuras…), pese a que la fotografía es sumamente cambiante. Se acompaña de un audio DTS-HD 5.1 tanto para su versión original inglesa como para sus doblajes al castellano y catalán, lo cual redondea la jugada, haciendo de su adquisición una opción más que recomendable para los que quieran darle una segunda oportunidad.
Completan la faena 28 minutos de extras distribuidos en un escuetísimo B-Roll que recopila momentos del rodaje en unos cuatro minutos (entrañable el cumpleaños en pleno rodaje de la Saldana), un tráiler, y un puñado de entrevistas al equipo técnico y artístico (desde los directores al propio Bradley Cooper). Más que cumplidores.