Crítica de Las sesiones (The Sessions)
El éxito planetario de Intocable y la presunta distinción del aval Sundance podrían haber presagiado lo peor: raro sería que a la mayoría de cinéfilos más o menos curtidos, más o menos cínicos, no se les dispararan todas las alarmas al oír hablar de Las Sesiones. Y es que se trata de la adaptación a la gran pantalla de la autobiografía de Mark O’Brien, un hombre que a temprana edad quedó postrado en una cama, prácticamente inmóvil y con la salud tocadísima por culpa de la polio. En sus memorias, O’Brien parecía explicar la lucha a tres bandos entre su enfermedad, sus necesidades sexuales y la visión que la sociedad (y su propia fe católica) podían tener de la combinación de los dos primeros términos. La situación conducía a O’Brien, a sus 38 años, a una tardía resolución: contratar los servicios de una llamada «substituta sexual», una terapeuta titulada que proporciona autoconocimiento erótico (esto es, sexo) a sus pacientes a lo largo de no más de seis sesiones.
De modo que la decisión del director y guionista Ben Lewin era, cuanto menos y por lo menos de entrada, temeraria. Pero a decir verdad cualquier duda queda despejada ante los primeros compases de Las sesiones. Estamos bastante alejados del producto clásico hollywoodiense, y también moderadamente apartados de cualquier tipo de condescendencia, digamos, progre de cierto cine de autor europeo: la película se mueve en un terreno puramente indie en tanto que parece rendir cuentas a factores más medulares, despojada de colateralidades: la propia historia (/homenaje) del protagonista; el trabajo realizado desde la sinceridad; y la voluntad de contar una historia, a pesar de todo, sencillísima.
Y a penas si son cuatro los personajes sobre los que orbita la película. Tres si se descuenta el refuerzo/contrapunto de Moon Bloodgood, dos quitando al confesor/consejero del cura de William H. Macy. Dos personajes sobre los que, al fin y al cabo, se construye todo el esqueleto narrativo y emotivo de la película. Cuando ambos están juntos es cuando el relato desprende auténticas chispas.
Me refiero a John Hawkes y Helen Hunt, por supuesto. En ellos y en sus intensas, fluidas y matizadas interpretaciones tiene la película su gran baza. Voy un poco más allá: especialmente la tiene en la de Helen Hunt, mucho más que en la de un Hawkes tan sobresaliente como de costumbre, pero desempeñando un papel muy del gusto de la Academia. En Hunt, sin embargo, es donde se sostiene, con desarmante sutileza, toda la épica sentimental de la película: en sus miradas y gestos, en su cuerpo desnudo disparado a bocajarro contra el objetivo de la cámara. Sólo ella puede conducir la emoción de la película hacia su cumbre, que se encuentra no tanto en el conmovedor clímax final como en lo que viene justo antes, esa culminación de las susodichas sesiones.
Sin embargo, el caldo de cultivo está ahí desde antes. Si la pareja protagonista puede gestionar con comodidad y naturalidad las emociones es por la opción ética que toma Lewin, comprometido desde un principio y muy consciente de cuáles son y dónde están las puntuaciones dramáticas de su material. Siempre mesurado, siempre acertado, en todo momento intuitivo en planificación y montaje, el realizador logra articular con facilidad el drama, la ternura y una comedia con diversas gamas de gris que, a ratos, llegan al negro. Pero que nunca tienden al amarillo: Las sesiones sabe tratar las zonas delicadas (las escenas de sexo están narradas con extrema elegancia) y rehuye el culebrón de sobremesa, los subrayados emocionales y los lugares comunes del melodrama con impedidos físicos. En ocasiones incluso se pone un puntito autoirónica, pero nunca deriva hacia la autocomplacencia, la mordacidad afectada, la desafección ni mucho menos el tremendismo.
Una película, en fin, que guarda pocas sorpresas formales y argumentales más allá del tratamiento sincero y humilde que se le dispensa a los temas a los que se enfrenta sin red. Que además es poco llamativa en su conjunto y como suma de unas partes. Pero al cabo, una película que plantea una historia y la lanza con complicidad honesta hacia el espectador, a quien probablemente no le cueste (mejor aún: no le moleste) dejarse llevar por una colección de elementos bien mesurados, presentados y pulidos. Algunos de ellos realmente notables en planteamiento y ejecución. Y unos pocos indiscutiblemente brillantes, de esos que justifican de por sí una película entera.
No es mal balance.
7/10