Crítica de Laurence Anyways
Tras J’ai tué ma mère y Les amours imaginaires Xavier Dolan confirma en su nueva referencia larga su propia leyenda de bolsillo. El terremoto se ha magnificado, aquí no hay réplicas, esto cotiza alto en Richter. Por lo menos en la esfera Cannes, por lo menos en el ámbito festivalero. Por lo menos entre el sector crítico, tan dado a odios irreprimibles como a paternalismos extremos, explicables o no. Y, en este caso, el tema se escapa de lo previsto: Dolan está demostrando, con sólo tres películas en su haber, mucho y muy bueno. Pero es que el chico no cuenta veinticinco aún y su currículum ya está habituado a los aplausos y ovaciones arrancados allá por donde pasa, Croisette incluida. La más reciente ocasión, gracias a esta Laurence Anyways, nueva confirmación de su talento narrativo y su garra visual, y nueva incursión en algunas de sus obsesiones personales, si es que se las puede calificar así, con un historial tan fulgurante, sí, pero también tan breve.
En este caso, el realizador y guionista, por primera vez apartado del foco y limitada su presencia a detrás de las cámaras, nos narra la historia de un profesor de literatura oficialmente heterosexual que cierto día decide liberar sus cargas espirituales y declara sentirse encerrado en un cuerpo que no le corresponde -de nuevo en Dolan, la reflexión entorno a la sexualidad-: en realidad es una mujer atrapada en la fisonomía de un hombre. A partir de este momento, iniciará la transformación y, paralelamente, será víctima de la incredulidad, la incomprensión y la intolerancia de los que le rodean. Novia, familia, compañeros de trabajo mostrarán -por lo menos en un inicio- su rechazo poniendo en solfa las carencias de una sociedad aún demasiado pedestre, aún demasiado anclada en prejuicios y complejos como para alcanzar una saludable mayoría de edad.
Pero que nadie se lleve a engaño, la película de Dolan tiene sus motivaciones (éticas, estéticas) enfocadas en un lugar ajeno a cualquier voluntad de trazar simplistas y demagógicos melodramas sociales. Sí, hay elementos que entroncan esto con el cine de denuncia, con la puesta en crisis de una realidad (a pesar de que la película transcurre durante toda la década de los 90 siguen sin desaparecer de nuestra vida más cotidiana comportamientos tales como el rechazo laboral o la catalogación de la transexualidad como «enfermedad mental»), pero la radiografía social es más esquiva y menos frontal, desde luego alejada de cualquier postulado de cinéma-verité, si es que eso aún existiera.
La opción de Dolan parte de la estilización y no llega tanto al comentario social como a un terreno de reivindicación de la identidad sexual, de la búsqueda de la verdad en uno mismo, del desarrollo de la propia persona. Y lo hace manteniéndose en un plano más sugerente que puramente realista, evitando economías narrativas y parquedades expositivas. Un enfoque algo más generacional y profundamente formalista donde los elementos escénicos, la música -The Cure, Depeche Mode, Stuart Staples, Moderat- y la gramática de cámara tienen tanto peso, o más, que la historia en si. Donde todo se despliega con voluptuosidad evocando referentes (Dolan parece haber aprendido bien de -o apelar a- gente tan distinta como Fassbinder, Ozon, Cantet, Haynes, el último Resnais, Wong Kar Wai o Pedro Almodóvar) sin perder de vista la cohesión de la cosmogonía del propio realizador, basada en el choque de lo clásico y lo sereno con una petardería glam muy bien llevada.
Y aquí es donde sobreviene la duda o el recelo, que insisten en colarse con cinismo entre las imágenes de una película tan excesiva para un director tan aparentemente bisoño. Uno se plantea si quizá necesita un poco más de experiencia y de peso autoral para contar historias como esta, mucho más sensoriales que narrativas. Porque la intensidad no puede aguantar un minutaje tan excesivo -cerca de las tres horas-, las defensas se bajan y aparecen los epítetos: engolada, manierista, superficialmente esteticista. Autocomplaciente y pagada de si misma, su autoconsciencia a veces no justifica esa visión pop tan necesitada de distanciamiento irónico. A veces la coartada kitsch no da lo suficiente de si como para cubrir una carga simbólica que al realizador se le escapa de las manos.
¿Verdad? Son dudas legítimas basadas en cuestiones de estilo que no tienen por qué complacer a un espectador que esté más pendiente de qué le cuentan que de cómo se lo cuentan. Pero también es cierto que bajo tantas capas de diseño postmoderno late una profunda sinceridad, una identificación del autor con la historia que le confiere a esta última una condición de relato arrebatado y pasional, menos cerebral y más visceral de lo que sus imágenes hipermedidas podrían sugerir. Una encendida defensa de la autenticidad que termina de concretarse mediante las poderosas interpretaciones de Melvil Poupaud y Suzanne Clément y que, en fin, no engaña a nadie bajo tanto aparente dominio de la puesta en escena, tanta madurez y tanta impecable profesionalidad: Laurence Anyways es pura juventud, un arranque fogoso de pasión inconformista, salvaje y muy viva.
7’5/10
La verdad es que es toda una proeza contar lo que cuenta Dolan a su corta edad. Y no exactamente porque puedan faltarle más conocimientos del tema, sino por su valentía a la hora de tratar temas tan complejos como la crisis de la identidad sexual de un adulto. Un saludo.
Sí, con tan corta edad un tema tan delicado podría haber propiciado un análisis sesgado o directamente equivocado o, peor, condescendiente, infundadamente aleccionador.
La madurez de Dolan no se detecta tanto en sus herramientas cinematográficas (que las domina, eso también) como en la valentía con que acomete la historia y en cómo logra nunca perder la sinceridad.
Tipo de interés, sí señor
¡Gracias por el comentario!
Un abrazo