Crítica de Like Someone in Love

like someone in love

De buenas a primeras, los minutos iniciales de Like Someone in Love podrían empujarnos a pensar que o bien Abbas Kiarostami ha perdido el norte o bien (más adecuado a su inamovible aura de genio cinematográfico de nuestro tiempo) simplemente se le ha ido la mano a la hora de localizar su historia y a resultas ha quedado perdido como un pulpo en un garaje. Y es que acudir al hombre que definió el pathos de un Irán en perpetua reconstrucción y basó gran parte de su obra en la búsqueda de una identidad propia y comunal, y reencontrarlo tras su exitoso escarceo europeo entre la juventud nipona podría llevar a confusión. O peor, a creer que ha desplazado su foco de interés hacia Japón en un movimiento de exotismo caprichoso más propio de, pongamos, Isabel Coixet. Y no le vamos a negar al iraní una parte de aventura autoral, pero lo cierto es que la película en seguida se revela como una extensión lógica de sus constantes artísticas.

Especialmente en tanto que aborda las temáticas ya conocidas, bascula entre las tesis propuestas tradicionalmente por su cine, ya desde Close Up, y ofrece nuevos matices de los aspectos humanos en los que siempre parece haber centrado su atención. Pero, de forma más evidente, porque a nivel formal y tonal, en su puesta en escena y representación física de su cosmogonía, la película es puro Kiarostami. Ya desde un principio: la narrativa se presenta morosa, parsimoniosa, y se despliega mediante dilatados planos fijos que escrutan el interior de sus personajes y lo ponen en tensión con el mundo exterior. En este caso Akiko, una joven prostituta en un restaurante a la que se le encarga un trabajo con un cliente anciano. Mediante un austero montaje interno, pasan ante plano una amiga, el jefe y, en off, vía teléfono, el novio de Akiko, que tejen un punto de partida: su familia no conoce su profesión mientras su jefe la exhorta para que la ejerza.

El conflicto está expuesto y empieza a reforzarse una de las tesis: Akiko se debate entre su ser y su estar, entre su compromiso y su propia sinceridad. Planteamiento que se expande cuando, a continuación, pasamos a un escenario habitual en el cine del realizador. El interior de un coche, un taxi, que esta vez no surca paisajes persas sino que penetra en la jungla de neón y cristal, en la maraña de carteles luminosos del paisaje urbano nocturno, que sustituyen a las ruinas de la «trilogía de Koker». Un cambio de escenario que, no obstante, vuelva a imponer la idea de viaje, de desplazamiento físico de los personajes que implica un movimiento emocional y psicológico, o simplemente una deriva con un rumbo más emocional que geográfico.

Ello conduce al corazón de la película, el encuentro entre esos dos seres, Akiko y el anciano Takashi, que parecen complementarios y que representan una ambivalencia del ser. Pero que, ante todo, representan una nueva convergencia entre las narrativas orientales y las europeas (que tan buenos resultados arrojaron con las propuestas de Hou Hsiao-Hsien o Nobuhiro Suwa) a lo que ahora se suma la obvia influencia iraní: Like Someone in Love sirve como punto de encuentro de las tres, en su movimiento por entre esos estilemas de Kiarostami, esa puesta en escena casi francesa y un nuevo homenaje a Yasujiro Ozu, menos explícito que en Five, pero igual de hermoso. Y es que el autor de La hierba errante está presente en la mirada, en la parsimonia de los elementos que se van explicando a sí mismos, pero especialmente en el encuentro generacional entre jóvenes y ancianos. En el comentario sobre la experiencia y bisoñez, esbozando reflexiones sobre la vejez -de manera menos radical y profunda que el Haneke de Amor, pero no por ello menos inspiradas-. En la búsqueda de los recovecos del amor, del aprecio y del respeto, tendiendo así un puente insospechado entre Kiarostami y quien hasta ahora era el más importante discípulo de Ozu, Hirokazu Koreeda.

De modo que aunque a primera vista podríamos pensar que Like Someone in Love representa una oxigenación en el discurso del realizador, que narrativamente la película es más sencilla que la poliédrica e inmediatamente anterior Copia certificada, sólo es así en su presentación, austera y minimal, de las temáticas tratadas. Porque en el fondo estamos ante una película más misteriosa, enigmática y retadora de lo que podría aparentar; más rica de lo que su aparente costumbrismo llevaría a pensar. La cuestión es que si aquella planteaba representaciones de ideas dispuestas en círculos concéntricos, aquí la narración tiene visos de fábula (hay hasta apariciones furtiva de algunos personajes que aportan una u otra dimensión simbólica a lo narrado) mucho más lineal, pero que se despliega en vertical hacia sus numerosos frentes temáticos: encuentros furtivos o aparentemente casuales construyen pequeños grandes intercambios vitales que nos hablan de la soledad y la necesidad de compartirla con alguien, sobre los lazos familiares y la búsqueda de ellos en entornos aparentemente ajenos.

Y el aparente engaño se sirve de la puesta en escena precisa, elegantísima, hipermedida y aun así orgánica y viva. Encuadres oblicuos con un punto de fuga en el infinito que dan paso a composiciones de plano serenas en frontales geométricos. Contraposiciones de espacios cerrados con escapes hacia ninguna parte (hereda de Copia certificada el poder evocador y alegórico de los reflejos y de las personas capturadas -o más bien desdobladas- por estos). Encuentro de lo real y lo ficticio, lo verdadero y lo representado; la realidad, la ficción y lo que se espera de la ficción, tendencia que termina cristalizando en un final buscadamente estridente; autoconsciente, podría decirse incluso autoirónico, aunque un tanto fuera de tono, no tanto por las posibilidades que se abren (el realizador no es ajeno a los finales abiertos) como por la propia ruptura tonal.

En cualquier caso es el nuevo reto que nos plantea un realizador que, lejos de adocenarse, parece haber ido perfilando su discurso hacia adentro para ofrecernos nuevas y excitantes aventuras mediante un puro ejercicio de minería: aunque no lo parezca, los matices están ahí; no hay más que dejarse atrapar por ellos.

8/10

Por Xavi Roldan
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Xavi Roldan empezó la aventura casahorrorífica al poco de que el blog tuviera vida. Su primera crítica fue de una película de Almodóvar. Y de ahí, empezó a generar especiales (Series Geek, Fantaterror español, cine gruesome...), a reseñar películas en profundidad... en definitiva, a darle a La casa el toque de excelencia que un licenciado en materia, con mil y un proyectos profesionales y personales vinculados a la escritura de guiones, puede otorgar. Una película: Cuentos de Tokio Una serie: Seinfeld

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Comentarios

  1. Pues le estuve echando un ojo ayer noche, y todo y no colmar mis expectativas (que venían altísimas de la genial Copía Certificada) creo que sigue dejando destellos del genio de uno de los grandes directores mundiales de las últimas décadas. El cine de iraní ha pasado por muchas fases (resultándome la más interesante su última etapa en Irán, Five y 10 to Ten incluidas (no así Shirin, que creo que tiene un error conceptual grave que me aleja completamente de ella)) y en esta última sigue exprimiendo los límites de la representación, en este caso, introduciéndonos en una historia ya comenzada (no sabemos pq la protagonista está allí, ni pq ha peleado con su pareja, ni que se propone) y que no termina (que sucederá?¿), dejando por enmedio alguna secuencia muy lograda (los círculos alrededor de la plaza donde espera la abuela o, para mí la mejor, la escena en que el señor pasea por su casa mientras ella ya está acostada y desnuda), pero qué en término generales no me ha apasionado como otras obras del director. Una historia sencilla (que no simple), con un lenguaje muy directo (como suele ser costumbre) y sin complicaciones. Por eso me sigue sorprendiendo que haya personas que todavía le achaquen a este tipo de directores que sean excesivamente crípticos en sus propuestas, cuando creo que, desde hace unos años, Kiarostami busca todo lo contrario, la máxima claridad posible

    Saludetes!!!!!

  2. Bonito comment, Bracero. Chichudo y reflexivo como de costumbre.
    Por mi parte, aunque me gusta la última parte de la carrera de Kiarostami (oh, sí, tampoco me chifla "Shirin"), pongamos desde "ABC África", pasando por "Five" y "Ten", "10 on Ten" y "Copia Certificada", a mi me mola el de la trilogía de Koker, y el de "El sabor de las cerezas" y "El viento nos llevará", donde, además (especialmente en Koker), ya empezaba a reflexionar sobre la representación y empezaba a articular sus brillantes juegos de espejos.
    Pero, como sea, y pese a algunos tropezones, es innegable que el iraní tiene una carrera ejemplar, de las más sólidas y personales de la cinematografía mundial.
    Un grande.

    Abrazaco

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