Crítica de A propósito de Llewyn Davis (Inside Llewyn Davis)
Habiendo esquivado definitivamente aquellos titubeos peligrosos con el hastío creativo tras una primera parte de carrera fulgurante, Joel y Ethan Coen se reafirman una vez más y convierten un posible peligro de indefinición en nueva demostración de total versatilidad. Los beneficios de una madurez bien entendida y mejor llevada. Bien, no descubrimos nada nuevo, la época de esos pasos en falso –Crueldad intolerable, Ladykillers– pasó y quedó superada y sepultada bajo el peso de un puñado de títulos mayores que además siguieron probando que el abanico de interés de los hermanos sigue siendo amplio y que puede abarcar distintas tonalidades y géneros con facilidad y maestría: el thriller fronterizo de No es país para viejos, la comedia judía de Un tipo serio o el western crepuscular de Valor de ley. Por ello sorprende poco pero reconforta mucho que, a estas alturas, aún hayan podido firmar una película que se adscribe por propio derecho entre lo más inspirado de sus obras, esta A propósito de Llewyn Davis que retoma tantos motivos y obsesiones conocidos pero que al mismo tiempo resulta más depurada que nunca, de unos postulados formales exquisitos y con un nivel de sugerencia temática excepcional. Que resulta reconfortante e incómoda al mismo tiempo convocando distintos niveles de nostalgia y desmitificación y que aunque a ratos parece ligera nunca baja la guardia en sus propuestas éticas.
Los estilemas coenianos, decimos, están aquí expresados sin disimulo. Desde casi el inicio de su carrera los hermanos pretenden explicar los últimos ciento y pico años de unos Estados Unidos construidos desde otro punto de vista; la suya es una historia épica de perdedores que algunas veces son conscientes de serlo o -las más- son totalmente ajenos, pero que en cualquier caso se mueven en los márgenes, en una intrahistoria americana que, de todos modos, siempre ha estado presente. Desde el lejano oeste hasta la gran depresión (O Brother), del auge del crimen organizado (Muerte entre las flores) a la paranoia nuclear de finales de los 40 (El hombre que nunca estuvo allí). De la explosión económica de los 50 (El gran salto) a la América de después de los veteranos de guerra, los beatniks y los nihilistas (El gran Lebowsky). Sin olvidar pasar, claro, por el Hollwood dorado: es con Barton Fink con la que probablemente se identifique más esta A propósito de Llewyn Davis que, como en aquél caso, se fija en los sinsabores del artista solitario más o menos torturado cuya genialidad está siempre sujeta a las opiniones de terceros (por cierto, mediocres). Aquí más concretamente un músico de folk en el Nueva York de 1961, en la vigilia de la explosión dylaniana, alejado de las grades masas, abocado a la romántica condena de los garitos ahumados y la peregrinación nocturna por plegatines ajenos. Llewyn Davis no es el viejo Zimmerman, aunque le abrirá la puerta (en un homenaje tan bonito como el de I’m Not There, pero mucho más fugaz). Davis es más bien un tipo más o menos consecuente que va con su guitarra intentando vivir una vida digna a pesar de que a veces no le dejen. A propósito de Llewyn Davis, pues, es una de esas películas: no va de nada y va de todo.
Es una especie de retrato de aquella época, que bailotea entre la radiografía fiel y la pura especulación expresionista. El periplo de Davis es odiseico, universal, pero -recuerdo una vez más- también firmemente coeniano. El naturalismo milimétrico de su representación convive con aquél motivo tan propio de ellos como es la irrupción de lo inesperado y la convivencia de lo mundano con lo extraño. Los autores proponen un viaje literal cargado al mismo tiempo de simbolismo, que transita entre lo realista y lo alegórico. Que conecta primero con un sentido de la comedia ácida neoyorkina muy de los 60, se refleja en el malditismo escénico de Lenny y remite también en espíritu y amor por la música a los grandes títulos del cine de los 70 sobre folk, solo que en un contexto mucho más urbano: del Esta tierra es mi tierra de Ashby, al Nashville de Altman, a El aventurero de medianoche de Eastwood. Un viaje, pues, que lleva a nuestro protagonista del neoyorkino Greenwich Village hasta un Chicago que representa un no-lugar franqueado por sendos viajes (el de ida y el de vuelta) en un coche que es casi la barca de Caronte, sólo que con posibilidad de retorno. En esos momentos, la parte más figurativa deja paso a escenas situadas en una especie de hipnagogia nebulosa representada por un trabajo de fotografía atmosférico y fantasmagórico. Y la cinta gana en planos de interpretación y jugueteo narrativo al que se suma, además, una pirueta estructural final.
A propósito de Llewyn Davis es, pues, una nueva demostración de fuerza de los hermanos Coen. En un plano guionístico, parten del libro de Dave van Ronk para construir una especie de biografía no-oficial del escritor y músico. Cargan la película de un puñado de diálogos tan brillantes como es habitual y dan consistencia a unos personajes que parecen respirar su propio aire. No sólo el mismo Davis, entrañable, contradictorio, interpretado por un espléndido Oscar Isaac; sino también su exnovia (afinada Carey Mulligan) y la actual pareja de esta (Justin Timberlake) duo perfecto de folk angelical que, como la propia América, detrás de su fachada ideal parecen esconder cosas aún peores, empezando por el cabreo vital de ella, tamaño tragedia griega. Amén de todos esos secundarios que trazan la parábola sarcástica entorno a la clase media y los pequeños empresarios de los 60 y que aportan la parte de comedia más pura y menos estilísticamente contaminada. Mientras que en un plano formal los directores depuran al máximo los planteamientos ajustando milimétricamente planificación y montaje y pensando en las capacidades metafóricas del encuadre en relación a la escenografía. El resultado es una propuesta de entrada menos vistosa que su anterior Valor de ley, pero sin embargo igual de sugerente, seductora y elegante.
Nos encontramos en fin ante una película que se rinde a la música de raíces sin prestarle una pleitesía ciega, evitando melomanías ciegas y estériles o representaciones exageradas y catastrofistas del músico outsider. Esto es la enésima oda al loser sin paternalismo ni condescendencia, una nueva visión valiosísima de la condición humana, triste y profundamente melancólica, llevada hacia una cuasi-caricatura aún más dolorosa, pero nunca falta de exquisitez. Porque es esta una película falsamente pequeña, insospechadamente perfecta, una obra eterna que como el folk, parafraseando al propio Davis, no es nueva y nunca envejecerá.
9/10
Y en el Blu-ray…
Espectacular, con todas sus letras, la edición que nos propone la Universal de la última película de los Coen. A propósito de Llewyn Davis, como viene siendo habitual en la filmografía de los hermanos, cuenta con un filtro de colores muy concreto que la alta definición lo respeta a la perfección, en una experiencia increíblemente cercana a lo vivido en cines. Tres cuartas partes de lo mismo para el audio en la única opción válida posible, la versión original (Master Audio DTS-HD 5.1); tratar de ver esta película doblada al castellano es un sacrilegio, por lo que por bien que esté el Digital Sorround reservado para dicha selección de audio, la descartaremos como opción seria.
El disco se completa con suculentos extras, en forma de:
- Entrevistas al equipo técnico y artístico: los Coen y los principales protagonistas del film son entrevistados a lo largo de un documento de 42 saciantes minutos.
- Featurettes: aunque se presenten desglosadas por separado en el menú de extras, se trata de un compendio de featurettes de duración comprendida entre los 3 y los 6 minutos. Llevan por título En Greenwich Village, Dentro del conjunto, Buscando a Lelwyn Davis, The Auld Triangle, Programa documental EPK, T Bone y Oscar, El diseño, Dentro del conjunto (versión alternativa)
Eso sí, se echa mucho en falta la opción de disponer de audiocomentarios, un habitual en las ediciones de la Universal que aquí brilla, sin embargo, por ausencia. En todo caso, edición más que notable para una película aboslutamente imprescindible.