Crítica de Lluvia de albóndigas

Nueva, enésima constatación de la distancia medida ya en años luz que se va interponiendo película a película entre todas las productoras y la Reina Madre en la animación 3D. Sí, «ellos» otra vez.

Podía haber sido Fox, podía haber sido Dreamworks, ha sido Sony. Qué más da, «Lluvia de albóndigas», era de prever, no es lo más, lo mejor, lo ultimate en avances técnicos, ni en construcción de guión ni, ouch, en comedia. Pero tampoco es un desastre, cuidado.
Así que sentados en esa butaca de un cine de proyección tradicional -esta crítica está condicionada por ello: el pase de prensa no ha sido en 3D; grave error, creo yo- lo asumimos, hacemos un acto de fe y nos damos cuenta que si rebajamos el listón la cosa no sale tan, tan mal parada.
«Lluvia de albóndigas» es la historia de Flint Lockwood, adolescente inadaptado y aspirante a científico que medio por accidente, medio intencionadamente termina inventando un chisme que transmuta el agua en comida basura (inciso: ¿no habría sido más útil y socialmente concienzado convertir en comida el polvo o las piedras?). Por un desafortunado accidente el invento se pierde entre las nubes y poco después termina lloviendo comida. Lo que al principio parece una bendición para un pueblo falto de atractivos turísticos pronto se convierte en un caramelo envenenado de consecuencias desastrosas.
La película muestra una doble vertiente, lo esperable: por un lado busca la comedia más pura, con vocación casi de cartoon y con un punto freak. Por otro lado, una deriva hacia la aventura trepidante y la acción desatada.
Empieza la cosa pues como una comedia y las alarmas se disparan: no funciona. Y no lo hace por culpa de un error tan simple como definitivo: sencillamente no hace gracia. Se busca el gag una y otra vez a través del diálogo rápido, el golpe de efecto cómico y el recurso expresivo del dibujo animado tradicional. Pero maldita sea, no hace gracia.
Su parte más romántica tampoco ayuda, conformándose con recurrir a los tópicos y las estructuras narrativas modelo “chico conoce chica” más o menos estandarizadas usadas una y otra vez y convenientemente pasadas por el filtro Disney. Así que la película se contenta con ser una comedieta adolescente con guiños a la ciencia-ficción clásica (ahí están las referencias a los mad doctor de toda la vida) y una oda indisimulada al nerdismo, con una estética puramente ochentera (homenajea abiertamente a «Tron» en el diseño del laboratorio, e incluso cuela un tema de Public Enemy en algun momento) pero eminentemente infantil(oide). Combinando personajes estereotipados (el alcalde ambicioso que convirtió en lugar común “Tiburón”) o directamente de brochazo único (el mono parlante; el padre de Flint, no obstante simpático en su diseño) con otros algo más logrados (el doctor argentino, divertidísimo y con una apariencia probablemente inspirada en el Clouseau de la «Pantera Rosa» animada de los años 60).
Y es que para trasladar al cine la idea que plantea el cuento de Judi y Ron Barrett del mismo nombre hay que tener mucho talento o estar muy loco, si se quiere alcanzar la genialidad y evitar la absurdidad y la tontería que acecha tras semejantes preceptos. Asumido todo esto, se produce la sorpresa: hacia la mitad de la película de repente nos damos cuenta que, faltos de lo primero, los responsables deciden tirar hacia lo segundo y todo el asunto se convierte en un disparate de proporciones cósmicas: ¿por qué contentarse con una lluvia de hamburguesas cuando puedes crear una de hamburguesas gigantes? Aquí la cosa empieza a escorar hacia la acción y comienza a ponerse realmente interesante, casi cafre. Esto cambia a homenaje al cine de catástrofes y supervivencia más burro, para lo que no se escatima en avalanchas de fruta (¡in your face, veganos!), riadas de queso fundido y chuletones tamaño king-king-size.
Y no contentos con todo, no dudan en dar otro giro más y entonces la mirada se centra en el cine de invasiones extraterrestres: vivimos en nuestras carnes un empacho de ositos de goma y todo empieza tomar un look lisérgico de nubes moradas, cielos amarillos y decorados de discoteca cósmica, pasando por aliens gastronómicos y una extraña escatología de puré de guisante.

 

Con todo ello, la calidad técnica no mejora, pero sí queda disimulada. La acción pura y dura maquilla esas texturas poco logradas, esos diseños más bien anodinos (la pura caricaturización de los personajes sólo funciona en el del padre y en el del agente de policía) y esos movimientos excesivamente exagerados, en gozosos fuegos artificiales y explosiones de considerable fuerza visual.
Lástima de parte final, incapaz de evitar los tontunos vericuetos del cine de acción-modelo-heroico más simplón y de la última secuencia, tópica donde las haya, boba como la que más.
Vamos, que sin ser ni mucho menos una maravilla de película, sí tiene los ingredientes para gustar a la chavalería (aventuras, un tono desenfadado y personajillos reconocibles) y su buen puñado de momentos para entretener al resto de espectadores. Y, alegría, no homenajea a “E.T.”, ni a “Pulp Fiction” ni a “Matrix”. Y eso ya es mucho.
Por cierto, del doblaje sólo decir que el llevar una bata de laboratorio y un peinado como el del protagonista no hacen de Flipy un buen doblador. Intentad ahorraros el trago, aún a costa de las gafitas 3D.
Y si decidís hacerlo, recomiendo que se haga con el estómago lleno. Por Dios, no pasaba tanta hambre desde que me pusieron en la facultad un día a la una del mediodía “El festín de Babette”.

6/10

Xavi Roldan empezó la aventura casahorrorífica al poco de que el blog tuviera vida. Su primera crítica fue de una película de Almodóvar. Y de ahí, empezó a generar especiales (Series Geek, Fantaterror español, cine gruesome...), a reseñar películas en profundidad... en definitiva, a darle a La casa el toque de excelencia que un licenciado en materia, con mil y un proyectos profesionales y personales vinculados a la escritura de guiones, puede otorgar. Una película: Cuentos de Tokio Una serie: Seinfeld

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